Noche de bodas aplazada. Natalie Rivers
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Jamás pensó que Chloe quisiera robarlo, pero era una cosa más por la que hacerle pagar.
Sus fuertes dedos se aferraron al volante mientras apretaba los dientes, furioso.
Un minuto después llegaba al diminuto pueblo y tomaba el camino que llevaba a la iglesia. Una vez allí, detuvo el coche a corta distancia de la valla y esperó a que la gente que salía pasara a su lado.
Sabía que aquel día estaban celebrando el funeral de su amiga. Siempre estaba informado de las actividades de Chloe desde que lo abandonó.
Y, de repente, vio una figura vestida de gris cruzando el patio de la iglesia para dirigirse al pequeño cementerio que había detrás.
Era Chloe.
Lorenzo experimentó una extraña sensación en la boca del estómago y su corazón empezó a latir más deprisa mientras salía del coche, ignorando las miradas de curiosidad de los vecinos. Sólo tenía ojos para Chloe.
Ella no lo vio acercarse. Estaba completamente inmóvil en un banco bajo un almendro, totalmente desolada, sujetando a una niña en brazos.
Lorenzo estaba a punto de decir algo, pero vaciló, sintiendo una desacostumbrada punzada de inseguridad. Chloe tenía los ojos cerrados y estaba llorando, las lágrimas rodando por su rostro.
El dolor por la muerte de su amiga era algo tan íntimo que acercarse en aquel momento sería una intromisión.
Pero de repente ella abrió los ojos y lo miró, con cara de sorpresa.
–Lorenzo –murmuró. Las lágrimas hacían que sus ojos verdes brillasen como nunca bajo la luz del sol y su pálida piel parecía casi transparente–. Dios mío, no puedo creer que estés aquí.
Que hubiese pronunciado su nombre con tal sentimiento hizo que sintiera una inesperada ola de emoción. Le habría gustado alargar la mano y acariciar su mejilla, pero en lugar de eso apretó los brazos firmemente a los costados.
–¿De verdad? –le espetó, sabiendo que su tono era exageradamente brusco. Sobre todo después de haberla visto llorando. Pero la intensidad de su reacción lo había pillado por completo desprevenido. Él no estaba acostumbrado a verse afectado por las emociones de otros–. Pensé que robándome dinero tu intención era volver a verme.
–El dinero… ¿es por eso por lo que estás aquí?
Chloe lo miró, con el pulso acelerado. Tenía un aspecto tan fuerte, tan vibrante. Y, a pesar de todo, era la persona a la que más quería ver en ese momento.
Por un segundo había querido creer que tal vez estaba allí porque sabía que lo necesitaba… porque sabía lo triste y lo sola que se encontraba. Había imaginado que sabría dónde estaba desde que se marchó de Venecia porque la información era moneda de cambio para Lorenzo Valente.
–¿Qué otra razón podría haber? –le preguntó él.
Chloe respiró profundamente, intentando contener una irracional desilusión. En realidad sabía que si le hubiese importado en absoluto habría ido a verla mucho antes.
–Voy a devolverte el dinero –le dijo–. Pero es que lo necesitaba urgentemente.
–¿Para qué? ¿Qué era tan urgente que no has podido esperar? ¿Qué era tan importante que has tenido que tomar mi dinero inmediatamente y sin permiso?
–Tenía que pagar el entierro de Liz –respondió ella, incapaz de creer lo frío y seco que era–. Ya no me quedaba dinero en el banco y mis tarjetas de crédito están al máximo. Llevo varios meses sin trabajar porque he estado cuidando de Liz y…
Chloe se detuvo abruptamente, pensando que había hablado demasiado. El estado de su economía no era asunto de Lorenzo.
Había sido una sorpresa encontrarse cara a cara con él, pero Lorenzo no tenía el menor interés por ella; sólo le interesaba lo que creía que le había robado.
¿De verdad había ido hasta allí por una ridícula cantidad de dinero?
–He usado ese dinero para pagar el funeral y el entierro de Liz –añadió.
Ni siquiera Lorenzo Valente sería tan duro de corazón como para no entenderlo.
–Deberías habérmelo pedido –dijo él.
–No tenía que pedírtelo, la cuenta estaba a nombre de los dos. Yo nunca he querido tu dinero, pero no voy a pedirte disculpas porque volvería a hacerlo. Liz merecía un entierro apropiado.
Lorenzo vio la inseguridad que intentaba esconder bajo esa coraza de valentía. Sabía que lo estaba pasando mal y, a pesar de sí mismo, tuvo que aceptar que tenía razón.
Aquello no era lo que había esperado cuando se casó con Chloe, que tres meses después de su boda se encontrasen por primera vez en un cementerio inglés para discutir por los gastos del entierro de una extraña.
La había elegido como esposa porque había pensado que era una persona de confianza, estable, sensata, como lo había sido cuando era su ayudante en la oficina. Quería que su matrimonio fuese un acuerdo entre los dos, algo sin complicaciones. Nada que ver con el a menudo histérico y desagradable escenario que había visto cuando era pequeño, mientras su padre se casaba una y otra vez con mujeres que no le convenían.
Pero nada había salido como esperaba. Chloe lo había dejado y no había vuelto a ponerse en contacto con él… ni siquiera cuando tuvo problemas económicos.
–Eres demasiado orgullosa como para ponerte en contacto conmigo –le dijo–. Has preferido robar el dinero antes que llamarme.
Chloe dejó escapar un suspiro de resignación, mirándolo a los ojos.
–Pensé que no me darías el dinero si te lo pedía, que congelarías la cuenta o algo así. Y necesitaba ese dinero. Tú no conociste a Liz, sólo la viste un par de veces.
Lorenzo arrugó el ceño mientras miraba a la niña que tenía en brazos.
–¿Qué clase de hombre crees que soy? –le espetó entonces, levantando la voz–. ¿De verdad crees que soy tan mezquino como para no ayudarte a pagar el entierro de tu amiga?
Chloe lo miró con unos ojos que parecían demasiado grandes para su cara, tan sorprendida como la niña que tenía en brazos, que había levantado la cabecita.
–No lo sé –contestó por fin, insegura–. Nos casamos, pero parece que no te conozco en absoluto.
–¿Cómo que no?
–Mira, no voy a discutir ahora. Seguramente Emma tendrá hambre. Ha sido una tarde muy larga y debo volver a casa.
Parecía pequeña y frágil sentada allí, con un traje gris que le quedaba ancho. El color la hacía parecer muy pálida y su pelo rubio caía sin forma hasta sus hombros.
Al lado de la hierba verde y las flores rosadas del almendro tenía un aspecto triste, casi como