Noche de bodas aplazada. Natalie Rivers
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Chloe lo miró, sorprendida. No había esperado que empezase a dar órdenes… aunque así era como Lorenzo estaba acostumbrado a comportarse con todo el mundo. Y así había sido con ella también antes de que empezasen una relación.
–Sé que estás enfadado conmigo –le dijo–, pero no puedes darme órdenes como si fueras mi jefe porque ya no lo eres. Ya no trabajo para ti.
–No, eres mi mujer –replicó él, su tono dejando claro que eso no lo hacía precisamente feliz–. Y vas a venir conmigo.
–Que sea tu mujer tampoco te da derecho a darme órdenes –le recordó Chloe–. Además, ahora tengo a Emma.
–¿Y su padre? –preguntó Lorenzo, estudiando a la niña con el ceño fruncido.
–Nunca quiso saber nada de ella. Ahora yo soy lo único que tiene en el mundo.
Una expresión que Chloe no pudo descifrar oscureció las facciones masculinas.
–Vamos –le dijo, tomándola del brazo.
Al notar el roce de su mano Chloe sintió algo así como una descarga eléctrica. Dejando escapar un gemido, miró automáticamente sus largos dedos, morenos y vitales comparados con la triste tela gris de la chaqueta.
Su corazón empezó a latir a toda velocidad y en ese momento sintió que la apatía con la que había vivido durante los últimos tres meses empezaba a desaparecer.
Se le contagiaba su fuerza, el calor de su atlético cuerpo y se encontró a sí misma atraída hacia él, como una flor abriéndose bajo el sol.
Se había sentido tan sola durante esos meses y de repente se encontraba anhelando sentir sus fuertes brazos alrededor… anhelando apretarse contra el sólido torso masculino.
Se dio cuenta entonces de que Lorenzo se había quedado inmóvil. Y supo, incluso sin mirarlo, que había notado su reacción.
Una campanita de alarma sonó en su cerebro. No podía dejar que Lorenzo viese lo vulnerable que se sentía en aquel momento, cuánto necesitaba su consuelo. Siempre había sido capaz de leerla como un libro abierto y en aquel momento sus defensas estaban más bajas de lo habitual.
–No pienso ir ningún sitio contigo –le dijo, intentando soltarse.
Pero Lorenzo no la soltaba y con Emma en brazos era imposible luchar.
–Tenemos cosas que discutir –insistió.
Chloe negó con la cabeza. No quería hablar con él. Y definitivamente no quería mirar esos perceptivos ojos.
Tenía la horrible impresión de que se delataría si lo hiciera, que le dejaría ver sus emociones, cuánto deseaba su presencia.
Aquel día había sido demasiado doloroso y pensar que pudiera irse y dejarla sola otra vez, de repente le parecía insoportable. Pero no iba a admitir eso delante de Lorenzo.
–Que me abandonases el día de nuestra boda dejó claro que ya no estás contenta con el acuerdo –dijo él, levantando su cara con un dedo.
El roce de sus dedos la hizo temblar, pero intentó apartarse.
–No sabía que tuviéramos un acuerdo –replicó, con el corazón acelerado. Sus palabras eran un triste recordatorio del desastroso error que había cometido al casarse con Lorenzo, al pensar que significaba algo para él.
–Sí, lo teníamos –afirmó Lorenzo–. Y por eso tenemos que hablar. No habrá más malentendidos entre nosotros.
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