Secretos y pecados. Miranda Lee

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Secretos y pecados - Miranda Lee страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Secretos y pecados - Miranda Lee elit

Скачать книгу

su voz y su sorpresa se intensificó cuando él cerró los dedos en torno a su muñeca, el pulgar puesto en su pulso errático y demasiado rápido.

      La sonrisa de aquel hombre era puro encanto. Suavizaba la arrogancia anterior de sus rasgos y lo convertía en una fantasía para cualquier mujer, la fantasía de un chico malo convertido en un adulto viril. Le daba la sensualidad de un cosaco, el romanticismo de un gitano, la maldad salvaje de un pirata y el interesante atractivo de un héroe. Con esa sonrisa, él era todo eso y más. Y ella sería una tonta si cedía a sus encantos.

      –No, gracias –intentó sonar fría y distante, pero sabía que él había captado la vulnerabilidad en su voz, la nota de duda y anhelo que socavaba su fuerza de voluntad. Sentía la garganta seca y dolorida de sentimiento y tensión. Quería liberar la muñeca, pero algo se lo impedía.

      Él volvió a sonreír, esa vez más íntimamente, con sus ojos de malaquita brillantes y oscurecidos.

      –He sido grosero y te he disgustado y ahora estás enfadada conmigo. Piensas, sin duda, que no merezco tu compañía, y tienes razón. Después de todo, una mujer tan hermosa puede encontrar fácilmente un compañero más agradable. Pero creo que tienes buen corazón y que ese buen corazón te susurrará que tengas compasión de mí.

      Oh sí, podía ser encantador… además de cruel. Y Alena no necesitaba que Vasilii le dijera lo peligroso que eso lo volvía. Todas las mujeres llevaban en su ADN el conocimiento instintivo de lo peligroso que podía ser un hombre así. Y también lo increíblemente irresistible.

      La sonrisa que acompañaba su disculpa mostraba unos dientes blancos fuertes y le arrugaba la piel en torno a los ojos. Y tuvo el efecto de dejarla sin aliento e iniciar una estampida de pequeños movimientos excitantes de mariposas en el estómago. Pero el dolor que ya le había causado había dejado su marca… como un moratón en una piel clara, y su cerebro le advertía que tuviera cuidado.

      Él le masajeaba la piel, acariciando el lugar donde el pulso le latía con violencia, pero, lejos de calmarla con su contacto, eso solo incrementaba su agitación. Debía huir de él mientras pudiera. Era peligroso, y ella no estaba preparada para lidiar con ese peligro.

      –Tengo que irme.

      Su inglés era refinado y sin acento. A pesar del samovar que Kiryl había visto en su mesa, ella no parecía ni hablaba como una rusa, excepto por aquellos ojos de color gris plateado que tanto le recordaban al río Neva y la ciudad de su nacimiento. Y el dolor que había conocido allí.

      –He pedido el té. Ya lo trae la camarera.

      Dos camareras se dirigían a la mesa, una con té y la otra con la cuenta de Alena. Esta última le sonrió y dijo con cortesía:

      –Perdone, señorita Demidov. Creía que quería la cuenta.

      Así que era rusa. No podía ser otra manera con aquel apellido. Y tampoco era un apellido ruso corriente. A Kiryl le resultó irónico que compartiera el apellido de su rival en el contrato que tanto anhelaba, un apellido por lo demás relativamente común en Rusia. Quizá fuera un presagio. La babushka, madre adoptiva voluntaria, que lo había criado después de la muerte de su madre, junto con otros huérfanos y niños no queridos, era una mujer llena de supersticiones y de creencias, pero él no. Después de todo, era un hombre moderno.

      –¿Te hospedas en este hotel? –preguntó.

      Sacó una silla para Alena con la mano libre y la guió con firmeza, sin dejarle otra opción que la de permanecer en la mesa.

      Resultaba aún más magnífico, más imponente y más viril de cerca de lo que había sido a distancia. En el aire caliente del hotel, conseguía de algún modo oler al aire limpio de las estepas rusas, con una nota subyacente de salvajismo que hacía que se le erizara el minúsculo vello de los brazos. ¡Oh, sí, era peligroso!

      –Sí –contestó a la pregunta de él–. Mi hermano Vasilii tiene una reservada una suite aquí para cuando está en Londres de negocios.

      Su medio hermano era algo nómada, y aunque tenía reservadas suites similares por todo el mundo y su dirección más permanente era un apartamento en Zurich, no había ningún lugar que se pudiera considerar su hogar.

      Alena no estaba segura de si había introducido a su hermano en la conversación para avisar a Kiryl de que no estaba sola y desprotegida, o para recordarse cómo juzgaría Vasilii su comportamiento si llegaba a enterarse de él. Vasilii, que pensaba que ella estaba al cuidado de la ahora jubilada directora del colegio femenino al que había asistido y a la que él había contratado para que se quedara con ella en su ausencia. Pero la pobre señorita Carlisle había tenido que ir al hospital aquejada de apendicitis y se recuperaba en aquel momento de una operación en una residencia privada a la que Alena había insistido que fuera para curarse del todo.

      Su ausencia le daba un breve periodo de libertad inesperada, pero Alena se sentía culpable del modo en que la había engañado al hacerle creer que la sobrina suya a la que había prometido llamar estaba ahora con ella. Alena no tenía la culpa de que la sobrina de la señorita Carlisle hubiera salido para Nueva York el día antes de que cayera enferma. Por supuesto, debería haberle dicho a Vasilii lo que había ocurrido, pero no lo había hecho. Su hermano seguía creyendo que la señorita Carlisle, una mujer que se negaba en redondo a tener nada que ver con la tecnología moderna y por lo tanto no usaba ordenador ni teléfono móvil, estaba con ella en la suite.

      A Kiryl le dio un vuelco el corazón y casi se quedó sin aliento. Sería una gran coincidencia que hubiera dos Vasilii Demidov, ambos lo bastante ricos para mantener una suite en uno de los hoteles más caros de Londres. ¿Quizá había después de todo algo de verdad en las creencias supersticiosas de su vieja babushka sobre el modo de operar del destino?

      Pero Kiryl no había construido su negocio y su estatus de multimillonario presuponiendo cosas que no estuvieran basadas en hechos reales.

      Esperó a que la camarera sirviera el té y se retirara antes de preguntar:

      –¿Tu hermano es Vasilii Demidov? ¿El presidente de Venturanova International?

      –Sí –Alena frunció el ceño y preguntó con ansiedad–: ¿Conoces a Vasilii?

      ¿Le preocupaba la posibilidad de que él conociera a su hermano? Como todos los cazadores, Kiryl tenía olfato para las debilidades de la presa.

      –Personalmente no. Aunque, por supuesto, he oído hablar de él y conozco su reputación de exitoso hombre de negocios. ¿Está aquí, en Londres? –Kiryl sabía que no era así, pero quería saber cuánto le diría la chica.

      –No. Está en China en viaje de negocios.

      –¿Y deja a su hermana en Londres para que disfrute de la vida nocturna de la ciudad? –preguntó con otra sonrisa.

      Alena negó inmediatamente con la cabeza.

      –¡Oh, no! Vasilii jamás me permitiría hacer eso. No aprueba ese tipo de cosas… especialmente para mí –confesó. Se sonrojó con aire culpable. Estaba hablando demasiado. Ciertamente, decía y hacía cosas que Vasilii no habría aprobado, porque estaba muy nerviosa y excitada.

      –Parece un hermano muy protector –repuso Kiryl. Un hermano protector que creía en guardar algo que era muy importante para él. Kiryl tenía que averiguar más cosas sobre ella y su relación con su hermano.

      –Sí

Скачать книгу