Secretos y pecados. Miranda Lee
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Secretos y pecados - Miranda Lee страница 8
–Eso me daría ocasión de aprender más cosas sobre la fundación y su trabajo… y sobre su compromiso con ella. Sería una lástima que no pudiera dedicarme ese tiempo, ya que dejaré muy pronto el país por negocios.
¿La ponía a prueba? ¿Se atrevía a sugerir que no estaba comprometida con la fundación?
–Sí, por supuesto –repuso Alena–. Estoy libre para almorzar con usted.
–Excelente. Me he tomado la libertad de esperar que aceptara y he hecho algunos preparativos. ¿Está preparada?
¿Preparada para qué? ¿Una comida de negocios o…? «Deja de pensar así». Tenía que considerar aquello como un ejercicio de trabajo, un medio de mostrarle a su hermano que era capaz de controlar su herencia. El hecho de que Kiryl pudiera afectarla de un modo tan peligroso, tan sensual, era una debilidad que tenía que ocultarles tanto a él como a su hermano.
–Sí. Sí, estoy preparada –asintió.
Dedicó a Dolores lo que esperaba que fuera una sonrisa confiada y tranquila y Kiryl abrió la puerta para ella. Alena vio que Dolores parecía aliviada de que hubiera aceptado la invitación a almorzar. La presidenta había dicho que el donativo de Kiryl probablemente fuera muy generoso y continuado en el tiempo y no podían permitirse perder algo así.
Por supuesto, para salir por la puerta tenía que pasar delante de él. El discreto aroma de su colonia no conseguía enmascarar su olor personal… al menos ante ella. Su cuerpo reaccionó intensa e inmediatamente; sus pezones se convirtieron en botones duros de excitación sexual que empujaban impacientes contra la opresión de su bonito sujetador de raso y encaje. Por un peligroso momento, casi subió una mano para cubrir esa traición de su cuerpo. Inmediatamente a continuación se sonrojó al reconocer lo fácilmente que habría podido traicionarse.
¿Qué tenía aquel hombre, y solo aquel hombre, que podía afectarle de aquel modo? Sentía un deseo salvaje de conocer la respuesta a aquella pregunta, pero era también consciente de la parte mucho más cauta y conservadora de su naturaleza que la urgía a no mezclarse en una situación que el instinto le decía que no podría controlar.
Mientras Dolores los acompañaba al ascensor, se recordó que solo había accedido a una comida. Nada más. Una comida de negocios. El hecho de que él estuviera pensando hacer un donativo a la fundación de su madre era simplemente una coincidencia.
Pero a pesar de decirse eso, cuando se quedaron a solas en el ascensor, un impulso que no pudo controlar la llevó a preguntar:
–¿Qué le ha llevado a elegir la fundación de mi madre para su donativo?
La incertidumbre de su voz, combinada con el rubor que iba y venía en su rostro, complacieron a Kiryl, aunque, por supuesto, no iba a permitir que ella se diera cuenta. Confirmaban lo que su instinto masculino le había dicho, que ella era vulnerable a él como mujer. Eso le gustaba. Le gustaba mucho. Había llegado el momento de jugar un poco con ella, de ponerla nerviosa mientras lanzaba un pequeño cebo para tentarla a acercarse más.
–Estás dando por sentado que haré un donativo, aunque estoy seguro de que tu presidenta ha dejado claro que solo estoy contemplando esa idea. ¿Eso no resulta peligroso?
Alena, pillada con la guardia baja, solo pudo protestar.
–No. No lo doy por sentado. Solo quería saber… Siento curiosidad por saber por qué has elegido la fundación de mi madre.
–¿De verdad? ¿O quizá confiabas en que la hubiera elegido por tu causa? ¿Porque quería… complacerte a ti?
–¡No!
El ascensor se había parado y se abrieron las puertas. Alena, sonrojada, se alegró de que hubiera varias personas esperando entrar. Salió ciegamente del ascensor, con la cabeza baja, sintiéndose avergonzada y expuesta, totalmente privada de sus defensas. Tenía la impresión de que él podía leer en su vulnerable corazón. Su penetrante mirada verde era demasiado intensa y astuta. Pero probablemente habría visto a muchas mujeres tan conscientes sexualmente de él como lo era ella en aquel momento. Muchas, muchas mujeres. Para ella, sin embargo, todo aquello era nuevo… algo que la subía a las alturas para lanzarla después a las profundidades, dejándola tan alterada que corría el peligro de perder la capacidad de razonar.
Se dirigió instintivamente a la puerta principal del edificio, pero se detuvo bruscamente cuando Kiryl le tomó el brazo con firmeza y la hizo volverse a medias hacia él. Estaba tan cerca que sentía el poder de su sensualidad masculina envolviéndola como un campo de fuerza.
–Estoy pensando en tu fundación a causa de mi madre.
Sus palabras fueron tan inesperadas que Alena tardó varios segundos en comprender su significado. Respiró con fuerza.
–¿Tu madre?
Bien. Ya la tenía enganchada. Pero dado lo que él sabía de la estrecha relación que había tenido ella con sus padres, en especial con su madre, Kiryl sabía de antemano que meter a su madre en cualquier conversación que mantuviera con Alena conseguiría despertar su interés y también su simpatía. En aquel momento, no obstante, después de haber despertado su interés era mejor dejarla un poco en suspenso, así que negó con la cabeza.
–Este no es el mejor momento para esta conversación –le dijo–. Será mejor hablarlo durante la comida. ¿Te importa ir en taxi? Londres es el único lugar donde prefiero tomar taxis en vez de tener un coche con chófer siguiéndome por ahí. Me gusta la libertad que eso me da.
–No –repuso Alena, y soltó una risita–. Me encantan los taxis de Londres. Y yo también los prefiero a un coche con chófer –hizo una mueca–. Vasilii no lo comprende, y tampoco lo aprueba.
Era un pequeño detalle saber que él también amaba la libertad que a ella le daba estar en Londres. Algo muy simple que, sin embargo, hizo que inmediatamente se sintiera más relajada en su compañía… como si compartieran algo.
Kiryl la miró y sonrió para sí. Sabía muy bien, por la información recopilada por su agente, todo lo que gustaba y disgustaba a Alena. Su objetivo ahora era desarmarla hasta tal punto que acabara confiando en él.
–He pensado que podíamos comer en el hotel –le dijo cuando estuvieron en el taxi.
Alena asintió con la cabeza. Sabía que el hotel tenía un restaurante excelente. El tipo de restaurante donde se llevaban a cabo negocios importantes de un modo regular. Un restaurante de hombres, en opinión de Alena, con una carta en la que abundaban las comidas tradicionales de gourmet, los platos de pescado y porciones demasiado abundantes para ella. Era una bobada por su parte sentirse decepcionada. Después de todo, aquello era una comida de negocios y no una cita. Kiryl era obviamente un hombre ocupado, igual que su hermano, y ella sabía que, en circunstancias parecidas, Vasilii habría hecho exactamente lo mismo.
El recordarse que aquello era una comida de negocios hizo que se sentara recta en su lado del taxi y adoptara automáticamente lo que esperaba fuera la pose correcta de la mujer de negocios.
Kiryl, que se había relajado en las sombras más oscuras de su lado del asiento, se negaba a permitirse el error de mirarla. Todavía no. Eso vendría después. De niño, cuando deambulaba salvaje con otros chicos como él, pobres y medios muertos