Secretos y pecados. Miranda Lee

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Secretos y pecados - Miranda Lee elit

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a su presa.

      Sabía que su silencio incrementaría la tensión que veía que sentía Alena, y eso le convenía. El destino le había dado la mejor carta posible al cruzar a Alena Demidov en su camino… sin su hermano.

      El tráfico aumentaba. Una de las muchas obras que había en las calles de Londres había hecho pararse el taxi. Kiryl miró a Alena por debajo de las pestañas. Su agente había hecho bien su trabajo y Kiryl sabía todo lo que había que saber de ella… desde el hecho de que su hermano la creía en ese momento bajo el cuidado de una anciana ex directora de un exclusivo colegio femenino hasta que probablemente era todavía virgen. Lo sabía todo del matrimonio de sus padres y de la pasión de su madre inglesa por su fundación, igual que sabía cuántos millones de libras esterlinas había en el fideicomiso de Alena y cuántas acciones del negocio de su hermano y su difunto padre pasarían a ser de ella cuando cumpliera los veinticinco años.

      Era un peón muy valioso para el hombre que controlara su futuro, y no tenía nada de raro que su hermano se mostrara tan protector con ella y su eventual herencia. Con un activo como el que suponía su hermana, Vasilii Demidov poseía un gran poder de trueque que podía ser muy persuasivo. Con el matrimonio de ella, podía conseguir todavía más poder para él del que ya poseía. Habría muchos hombres que querrían forjar una alianza con él casándose con ella. Su virginidad no les importaría ni a su hermano ni al hombre que se casara con ella. Lo que importaría sería el poder de la alianza que crearían.

      Él, desde luego, no quería casarse con ella. No quería casarse con nadie. Pero estaba muy dispuesto a dejar que Alena creyera que sí con tal de ganársela.

      Lo que de verdad intentaba hacer era seducirla y que se enamorara de él, lo cual sería fácil, dada la buena predisposición hacia él que había visto ya en ella, y su inocencia. Y luego ofrecería terminar la relación siempre que su hermano se retirara del contrato por el que competían. Kiryl era la última persona que Vasilii Demidov querría por cuñado, un hombre nacido no solo en el lado equivocado de la sociedad, sino además criado en las cloacas de esa sociedad. En su opinión, Vasilii preferiría perder un contrato a un peón tan valioso como su hermana, quien, casada con el hombre apropiado, podía llevar más activos a la familia que los que supondría un solo contrato.

      A Demidov no le gustaría el plan, por supuesto. No le gustaría nada. Pero tendría que claudicar porque la atracción de su hermana hacia él era su talón de Aquiles. Kiryl no tenía dudas de eso. Ningún hombre protegía a su hermana como lo hacía Vasilii Demidov si no fuera muy importante para él.

      Y Alena… tendría el placer sexual que las miradas anhelantes que le lanzaba indicaban que quería. Y cuando su hermano diera finalmente su mano en matrimonio a cambio de aumentar su poder y su riqueza, ella podría recordar aquel placer cuando yaciera en brazos de un esposo al que quizá no deseara especialmente.

      De pronto, sin previo aviso, pudo ver en su mente la cara de su madre… la angustia de sus ojos cuando le contaba que había confiado en su padre y él la había dejado y se había negado a reconocer a su hijo. La apartó con rapidez, tan despiadadamente como despachaba siempre las debilidades emocionales que encontraba en su interior.

      El taxi salió de la calle principal y entró en la zona exterior de parada delante de la puerta principal del hotel. Mientras Kiryl pagaba al taxista, un portero uniformado abrió la puerta a Alena y la ayudó a salir. Kiryl la siguió al hotel y dio una propina generosa al portero. El hombre sin duda recordaría haberlo visto con Alena y eso añadiría más refuerzos a su desafío a Vasilii, que tendría que retirarse del contrato o arriesgarse a que su hermana se empeñara en casarse con él.

      –Por aquí –dijo a Alena.

      La tomó con firmeza del brazo y la condujo hacia los ascensores, pues ella se dirigía hacia la entrada del restaurante.

      Aprovechando su confusión, la guio al interior del ascensor en cuanto se abrieron las puertas, sin hacer caso de la tensión que invadía de pronto el cuerpo de la joven.

      –¿Qué haces? –preguntó ella–. ¿No íbamos a comer juntos?

      –Sí, pero no en el restaurante. He pensado que nos resultaría más cómodo comer en mi suite.

      ¿Les resultaría más cómodo? ¿Qué quería decir con eso? Alena se sonrojó intensamente. Le ardía la cara al pensar en cómo le afectaba aquella intimidad con él. Mientras subían en el ascensor, se recordó que debía tener mucho cuidado.

      Se volvió impulsivamente, con aprensión súbita y con el corazón latiéndole con fuerza.

      –No creo que…

      –¿Tienes miedo de estar a solas conmigo? ¿Crees que puedo intentar seducirte? –adivinó él–. ¿O es más bien que te preguntas cómo sería si lo hiciera?

      –¡No! –negó ella inmediatamente.

      El ascensor había parado. Se abrió la puerta. Él la miraba con una expresión que era una mezcla de regocijo y algo más que volvió a prender el deseo que Alena había sentido antes.

      –Mejor –le dijo él mientras la guiaba fuera–. Porque puedo asegurarte que para mí esta comida es estrictamente de negocios.

      Aquello era verdad, aunque no tuviera ninguna intención de permitirle saber a qué se refería exactamente.

      Alena, dividida entre el alivio y la vergüenza de que él hubiera adivinado lo que pensaba, se recordó que, para ella, el único propósito de aquella comida debía ser la posibilidad de decirle más tarde a Vasilii que había conseguido el donativo de Kiryl a la fundación y que eso probaba que era lo bastante madura para ocupar el puesto de su madre.

      La gruesa alfombra del pasillo apagaba sus pasos cuando se dirigían hacia una de las pocas puertas que había allí. Kiryl la abrió y le hizo señas de que entrara primero.

      Enfrente de la puerta del pequeño vestíbulo rectangular en el que se encontraba Alena había unas puertas dobles, que Kiryl abrió para ella. La luz natural que entraba por los altos ventanales de la sala de estar de la suite alivió la presión que sentía en la garganta y que intentaba convencerse de que se debía a la atmósfera claustrofóbica del pequeño espacio sin ventanas del vestíbulo.

      La decoración de la sala de estar le resultaba familiar, pues se había hospedado en hoteles exclusivos por todo el mundo. La habitación, lujosa y confortable, contenía todo lo que un huésped exigente pudiera necesitar, desde una chimenea falsa con un sofá pequeño a cada lado, hasta un escritorio y un armario grande que Alena sospechaba contenía una televisión oculta; un minibar y sillas de comedor colocadas ordenadamente en una de las paredes. Los colores, cremas y grises, eran muy de hotel, aunque las telas y la alfombra parecían obviamente caras.

      –Llamaré para que traigan la comida. Espero que te guste lo que he pedido. Oh, y hay un cuarto de baño de invitados en la puerta que sale del vestíbulo –le informó Kiryl.

      Alena asintió. Se alegraba de eso, por supuesto. No le habría gustado tener que cruzar el dormitorio de él para entrar en el baño. Claro que no. No le habría gustado nada. Porque podría haber mirado la cama, la cama de Kiryl, y quizá habría empezado a imaginarlo tumbado en ella… desnudo… con aquel cuerpo magnífico que sus sentidos insistían en decirle repetidamente que tenía, expuesto a su mirada hambrienta.

      Cuando llegó al cuarto de baño de invitados, respiraba con tanta fuerza y el corazón le latía de tal modo, que tuvo que apoyarse en la puerta en cuanto entró y contar lentamente

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