Amor traicionero. Penny Jordan

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Amor traicionero - Penny Jordan Julia

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había encontrado en Praga a un montón de personas como él. Británicos y americanos nacidos en el continente, estudiantes en su mayoría, o al menos eso decían ser, que se habían tomado un año sabático para indagar en campos antes prohibidos para ellos. Algunos tenían familiares en la República Checa y otros no, pero todos poseían un matiz en común: todos ellos habían estado viviendo de su ingenio, utilizando sus dotes de oradores para embaucar a los inocentes turistas.

      Ciertamente, Alex Andrews le había hablado del muy distinto estilo de vida que decía llevar en Gran Bretaña. Según le había dicho era profesor de Historia Contemporánea en una prestigiosa facultad, que se había tomado un año sabático para pasarlo con sus familiares checos, pero Beth no lo había creído. ¿Por qué hacerlo?

      Julian Cox le había dicho que poseía un próspero y respetable imperio financiero y finalmente había resultado ser simplemente un estafador que se las había apañado para burlar continuamente a la justicia. Beth había estado segura desde el primer momento de que Alex Andrews era más o menos el mismo tipo de persona.

      Demasiado guapo, demasiado seguro de sí mismo… y demasiado confiado en que iba a lanzarse a sus brazos tan solo porque él le había dicho que eso era lo que deseaba desesperadamente. No era tan tonta. Quizá hubiera caído en ese tipo de trampa una vez, pero desde luego no estaba dispuesta a hacerlo una segunda.

      Oh, sí, desde luego había logrado escapar de los embustes de Alex Andrews, pero no había sido capaz de…

      Aturdida, Beth examinó la cristalería que tenía delante y experimentó una sensación nauseabunda en la boca del estómago. Tenía que ser un error… Tenía que serlo.

      Sencillamente no podía enfrentarse al hecho de contarle a Anna, Dee o Kelly que había cometido otro disparatado error.

      Beth se puso de pie con inquietud. Lo primero que debía hacer era llamar a la fábrica. Entonces, cuando estaba a punto de marcar el número que aparecía en la factura, sonó el teléfono. Al descolgarlo oyó la voz de su amiga Kelly.

      —Beth, no te va a gustar nada lo que te voy a decir… —Kelly hizo una pausa—. Brough tiene que ir a Singapur en viaje de negocios y quiere que vaya con él. Quizá vayamos a estar fuera más de un mes… Y dice que como está a mitad de camino no sería mala idea si nos fuéramos a Australia a pasar un par de semanas con mi prima y su familia. Me imagino lo que debes estar pensando. El periodo más activo del año está a punto de empezar y, además, últimamente solo he trabajado un par de días a la semana… Si prefieres que no vaya, lo entenderé. Después de todo, el negocio…

      Beth pensó con rapidez. Ciertamente le iba a resultar duro bandeárselas ella sola durante cinco o seis semanas, pero si Kelly se marchaba entonces no tendría que contarle lo de la cristalería. Cobardemente Beth pensó que sería mejor solucionarlo todo discretamente, sin inmiscuir a nadie más, incluso si ello significaba tener que contratar a alguien para que la ayudara en la tienda mientras Kelly estaba fuera.

      —¿Beth? —oyó el tono ansioso de Kelly.

      —Sí. Sigo aquí —Beth le confirmó y después de aspirar profundamente, le dijo a su amiga en el tono más jovial posible—. Por supuesto que debes ir, Kelly. Sería una estupidez perderse una oportunidad así.

      —Sí… Además, echaría mucho de menos a Brough. Pero me siento culpable por dejarte sola, Beth, sobre todo en esta época del año. Sé lo ocupada que vas a estar, sobre todo con la nueva cristalería… ¿Por cierto, ha llegado ya? ¿Es tan preciosa como tú la recordabas? ¿Y si voy a…?

      —No. No hace falta… —Beth se apresuró a decirle.

      —Bueno, si no te importa —Kelly le contestó con agradecimiento—. La verdad es que Brough dijo que podríamos ir a Farrow hoy. Me han dado la dirección de una persona que vive allí que hace unas maravillosas reproducciones de muebles antiguos. Tiene un taller en el Old Hall Stables, que lo han convertido en un mercado de artesanos. Pero si me necesitas en la tienda…

      —No. Estoy bien —Beth le aseguró.

      —¿Cuándo vas a colocar la cristalería nueva en el escaparate? —Kelly le preguntó con entusiasmo—. Me muero por verla…

      Beth se puso tensa.

      —Esto… Aún no lo he decidido…

      —Ah. Pensé que habías dicho que ibas a hacerlo nada más recibirla —Kelly protestó, muy confusa.

      —Sí, es cierto. Pero… pero estoy esperando a ver si se me ocurren otras ideas; todavía faltan dos semanas antes de que empiecen a colocar las decoraciones navideñas por la ciudad, y se me ha ocurrido que no sería mala idea cambiar el escaparate al mismo tiempo…

      —Oh, sí, es una idea estupenda —comentó la otra con entusiasmo—. Podríamos incluso hacer una pequeña fiesta de canapés y vinos para nuestros clientes, con bebidas y comida del mismo color que la cristalería…

      —Esto… Sí, claro… Estupendo —Beth concedió, esperando aparentar un empeño que no sentía.

      —Ay, pero acabo de darme cuenta que como nos vamos a finales de esta semana, voy a perdérmelo —Kelly se quejó—. Aun así, estaremos lo más seguro de vuelta para Navidad; eso es algo en lo que he insistido con Brough y, afortunadamente, él está de acuerdo conque debemos pasar nuestras primeras navidades aquí en casa… juntos… Ah y, por cierto, guárdame un juego de esas maravillosas copas, Beth.

      —Esto, claro, lo haré —le confirmó.

      Con un poco de suerte, podría conseguir que le corrigieran el pedido y le enviaran la cristalería que ella quería mientras Kelly estaba fuera. ¿Pero llegarían a tiempo para las ventas de Navidad? Cuando había seleccionado las piezas había elegido los colores que le habían parecido más fáciles de vender en esas fechas navideñas: rubí, azul porcelana, verde musgo y oro, todo ello en un estilo muy elaborado. Pero, a pesar de la belleza de las piezas, dudaba que pudiera venderlas con la misma facilidad en los meses de primavera y verano.

      Una hora y cinco intentos fallidos de llamada después, Beth empezó a dar vueltas desesperadamente por el caótico almacén.

      El horror y la rabia iniciales estaban trasformándose en una turbación y una sospecha frenéticas.

      La fábrica que había visitado era muy grande, y el director comercial que la había atendido engolado y muy trajeado. Las vitrinas que forraban las paredes de su lujoso despacho estaban llenas de las cristalerías más bellas que Beth había contemplado en su vida y él la había invitado a que eligiera la que le gustara.

      El despacho de su secretaria, por el cual había pasado de camino al del director comercial, estaba atestado de la tecnología más moderna y no era posible que tal organización, durante el horario de oficina, no tuviera todas las lineas de teléfono atendidas ni los faxes en funcionamiento.

      Pero cada vez que Beth había marcado el número se había encontrado con un silencio total. Incluso suponiendo que ese día fuera fiesta en la República Checa y la fábrica hubiera estado cerrada, al menos habría obtenido tonalidad.

      Las más terribles sospechas empezaron a tomar forma en su pensamiento.

      —No te dejes engañar por lo que te enseñen —Alex Andrews la había aconsejado—. Se sabe que hay gitanos que trabajan para el crimen organizado. Su objetivo

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