Amor traicionero. Penny Jordan

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Amor traicionero - Penny Jordan Julia

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Debes saber que trabajé en una tienda cuando estaba en la facultad.

      ¿Habría herido los sentimientos de Dee? Dee siempre se comportaba con mucha serenidad, pero desde luego había una sombra de dolor en su mirada.

      —Si me he mostrado sorprendida ha sido porque sé lo ocupada que estás —Beth le aseguró sin mentir.

      Tras la muerte de su padre, Dee se había puesto al mando de su gran imperio comercial, controlando no solo las grandes sumas de capital que su padre había amasado mediante hábiles inversiones, sino también administrando las diversas instituciones benéficas que había creado para ayudar a los más necesitados de la ciudad.

      El padre de Dee había sido un filántropo a la antigua usanza, muy en consonancia con los valores victorianos, que siempre había querido ayudar a sus vecinos y habitantes de su ciudad.

      Había sido un hombre tradicional en muchos aspectos además de, según había oído Beth, un devoto cristiano y un padre cariñoso que había educado él solo a su hija Dee tras la prematura muerte de su esposa.

      Dee estaba entregada apasionadamente a preservar la memoria de su querido padre y cada vez que alguien le agradecía el trabajo que hacían las distintas instituciones benéficas que ella ayudaba a financiar, siempre respondía con prontitud que lo único que hacía ella era actuar en representación de su padre.

      Cuando Beth y Kelly se fueron a vivir a Rye on Averton se habían preguntado con curiosidad por qué Dee nunca se había casado. Debía de tener alrededor de treinta años y, sorprendentemente, para ser una sagaz mujer de negocios, un gran instinto maternal. Además, era muy atractiva.

      —A lo mejor no ha encontrado al hombre adecuado —Beth le había sugerido a Kelly.

      —Ya… O quizá, a sus ojos, ningún hombre puede compararse a su padre —había sugerido Kelly con perspicacia.

      Fuera lo que fuera, una cosa estaba clara: Dee no era el tipo de persona en cuya vida privada uno pudiera meter la nariz si ella no quería. Y en cambio esa noche parecía más vulnerable; incluso se la veía más joven, quizá porque se había dejado el pelo suelto.

      Desde luego sería imposible no reparar en ella, ni siquiera entre una multitud. Tenía un físico y unos modales que inmediatamente atraían la atención de los demás… No cómo ella, Beth decidió con desprecio hacia su persona.

      Su suave cabello color rubio ceniza jamás haría que nadie volviera la cabeza para mirarla, ni siquiera cuando el sol le había dejado, como había hecho unos meses atrás, durante el verano, aquellos delicados mechones rubios.

      De jovencita había rezado desesperadamente para crecer un poco más. Con su metro cincuenta y cinco centímetros era desde luego bastante baja…

      —Menuda —le había dicho Julian en una ocasión.

      Menuda y tan exquisitamente delicada como una muñeca de porcelana. Y ella que había pensado que aquellos eran elogios. ¡Qué asco! Era baja, cierto, pero también muy esbelta, y tenía una suavidad y un encanto que le daban un atractivo muy especial.

      Impulsivamente, antes de salir de viaje a Praga, se había cortado el pelo, que lo llevaba largo. La melena corta y cuadrada le quedaba bien, incluso si a veces le resultaba algo molesta porque el pelo no dejaba de caérsele en la cara cuando estaba trabajando.

      —Eres preciosa —le había dicho Alex Andrews cuando la tuvo entre sus brazos—. La mujer más bella del mundo.

      Ella supo que él le había mentido y, por supuesto, la razón para ello. Ni por un momento la había engañado, a pesar del dolor que como un cuchillo la había rasgado por dentro al escucharle decir tales mentiras.

      ¿Por qué iba a pensar él que era bella? Después de todo, él era un hombre que a cualquier mujer le parecería extraordinariamente apuesto. Alto y fuerte, parecía irradiar un fiero y sensual magnetismo. Incapaz de ignorarlo, o a él, Beth había experimentado a ratos una sensación mareante, como si la privara de su voluntad, como si la fuerza de su sensualidad fuera superior a su resistencia.

      También poseía unos hipnóticos ojos color gris plateado; unos ojos que cada vez que pensaba en ellos sentía un extraño calor por dentro…

      —¿Beth…?

      —Lo siento, Dee —se disculpó, sintiéndose culpable.

      —No pasa nada —Dee le aseguró con una inesperada y cálida sonrisa—. Kelly me dijo que habías recogido tu pedido en el aeropuerto y que lo estabas desembalando. Debo confesarte que estoy deseando verlo. Mañana tengo un rato libre. ¿Qué te parece si…?

      Beth notó que empezaba a ponerse nerviosa.

      —Esto… No quiero que nadie lo vea hasta que las luces de Navidad se enciendan oficialmente —se apresuró a decirle—. No lo he colocado en las estanterías y…

      —Quieres darle una sorpresa a todo el mundo con una maravillosa exposición —adivinó Dee, sonriendo de oreja a oreja—. Bueno, hagas lo que hagas, sé que va a quedar precioso. Eres una persona muy creativa y artística —elogió a Beth de corazón—. Cosa que a mí no me pasa —añadió con pesar—. Por eso te necesito para que me ayudes a amueblar el salón.

      —Yo creo que tienes muy buen ojo —le aseguró Beth—. Solo necesitas ayuda en los pequeños detalles —Beth echó un vistazo a su reloj de pulsera; era hora de marcharse.

      —No lo olvides —le dijo Dee en tono apremiante—. Si de verdad necesitas ayuda en la tienda, por favor dímelo. Sé que Anna a veces os sustituye cuando tú o Kelly no estáis, aun así…

      —No creo que Ward permita a Anna que se pase varias horas de pie en estos momentos. Según Anna, a pesar de las veces que le ha dicho que estar embarazada es un estado totalmente normal y que no debe preocuparse por nada, sigue tratándola como si ahora estuviera más débil.

      Dee se echó a reír con ganas.

      —Desde luego se muestra muy protector con ella. El otro día se enfadó conmigo cuando se enteró de que habíamos estado en el vivero y que le había dejado cargar con una caja de plantas. Pero también sospecho que aún no me ha perdonado por enviarle a freír espárragos cuando vino en busca de Anna antes de casarse.

      —Tan solo intentabas protegerla —protestó Beth.

      Le gustaba Ward y estaba contenta de que su madrina hubiera encontrado con él la felicidad después de llevar viuda tanto tiempo, pero entendía que dos caracteres tan fuertes como los de Dee y Ward pudieran chocar de vez en cuando.

      De ser un hombre de carácter fuerte y lleno de determinación a ser un hombre mandón y dominante, tan solo había un paso. Ward, afortunadamente, sabía controlarse; Alex Andrews no.

      Alex Andrews.

      Él estaría disfrutando de lo lindo si supiera de su sufrimiento presente, y también se regocijaría aún más recordándole que él la había avisado.

      ¡Alex Andrews!

      Beth aparcó su pequeño vehículo a la puerta de la tienda y entró por una puerta contigua que llevaba a la vivienda del primer piso que originalmente había compartido con Kelly.

      Mientras

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