Amor traicionero. Penny Jordan
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Amor traicionero - Penny Jordan страница 4
Beth no quería ni recordar la reacción de Alex ante tales acusaciones; no quería recordar nada de Alex Andrews; no pensaba permitirse a sí misma recordar nada en relación a él.
¿No? ¿Entonces por qué había soñado con él casi cada noche desde que había vuelto de la República Checa?
Había soñado con él solo por el alivio de saber que se había mantenido en sus trece y que no había caído en sus redes.
Miró su reloj de pulsera. Eran casi las cuatro de la tarde; no tenía sentido seguir intentándolo con la fábrica checa. En vez de ello, se pondría a empaquetar de nuevo el pedido equivocado.
Dee la dueña de la tienda y cómoda vivienda que había en el piso superior, que se había convertido en una buena amiga, la había invitado a cenar esa noche.
Beth se puso a guardar las piezas muy desanimada, estremeciéndose ligeramente mientras lo hacía. Los artículos que tenía en la mano eran más adecuados para tarros de mermelada que para copas, decidió Beth haciendo una mueca de asco.
—No sé si me equivoco —le había dicho Dee unas semanas atrás—, pero creo que he oído que algunos de los procesos de producción de porcelana y cristal son un poco burdos comparados a los nuestros.
—Quizá en un mercado de calidad inferior —Beth había defendido—. Pero la fábrica en la que estuve originariamente se dedicaba a fabricar artículos para la casa real rusa. El director de ventas me mostró unas piezas de lo más exquisito que he visto en mi vida, que habían sido fabricadas para un príncipe rumano. Me recordaron mucho a las vajillas de Sèvres, y la traslucidez de la porcelana era impresionante. Los checos están muy orgullosos de fabricar un cristal de tan alta calidad.
Esa información tenía que agradecérsela a Alex Andrews. Él se lo había comentado muy enojado cuando ella lo había acusado de intentar convencerla para que comprara el cristal a sus primos, y la causa de una disputa entre ellos.
Beth jamás había conocido a nadie que la enfureciera tanto como él. Había provocado en ella una reacción tan rabiosa y apasionada que hasta a ella la había asombrado.
Rápidamente, Beth continuó empaquetando las cajas. «Recuerda», se dijo con vehemencia. «No vas a volver a pensar en él. Ni tampoco en lo que pasó…»
Para desgracia suya, Beth se puso colorada.
—Dios mío, eres estupenda. Tan dulce y amable en la superficie y tan apasionada y alocada en privado, tan apasionada y alocada…
Furiosa consigo misma, Beth pegó un respingo.
—No ibas a pensar en él —se dijo con indignación—. No vas a pensar en él.
Capítulo 2
MÁS café, Beth…?
—Sí…
—Pareces preocupada. ¿Te ocurre algo? —le preguntó Dee con inquietud mientras dejaba la cafetera sobre la mesa.
Habían terminado de cenar y estaban en ese momento sentadas en el salón de la casa de Dee, rodeadas de catálogos y revistas de decoración. Dee tenía pensado decorar su salón y le había estado pidiendo a Beth su opinión sobre la elección que había hecho.
—El brocado color crema me encanta —Beth se apresuró a decirle a Dee—. Y si optas por una alfombra del mismo tono podrás luego poner los cojines en colores más vivos….
—Sí, eso era lo que había pensado. Me he enamorado de una tela preciosa y he conseguido localizar al fabricante, pero es una compañía muy pequeña. Me han dicho que solo aceptaran el pedido si lo pago por adelantado y, por supuesto, estoy un poco reacia a hacerlo, por si acaso no pueden o simplemente no me la sirven. Le he pedido a mi banco que investigue las operaciones financieras de esta empresa y que me den los resultados cuanto antes. Será una lástima si el informe no es favorable, porque la tela es maravillosa y estoy segura de que otra ya no me va a gustar tanto. Pero por supuesto, una debe tener cuidado con estas cosas, ya sabes. Seguro que estuviste rezando mientras esperabas que el banco te verificara que la empresa checa era de fiar para hacer negocios con ellos.
—Esto… Sí, claro…
Beth dio un sorbo de café.
¿Qué diría Dee si Beth le confesara que no había hecho tal cosa, sino que se había sentido tan emocionada al pensar en vender la cristalería que ni siquiera había pensado en un detalle tan importante como el estado de las finanzas de una empresa?
—Kelly me ha llamado hoy. Me ha dicho que ella y Brough esperan poder prolongar el viaje hasta Australia…
—Sí, me lo ha contado también… —concedió Beth.
Debería haberle pedido a su banco que investigara el estado de las finanzas de la empresa checa. No solo para asegurarse de que era bueno, sino para saber si cumplían con los pedidos a tiempo. Incluso recordó que el director de su banco se lo había aconsejado cuando lo llamó para pedirle el crédito. Y, si no hubiera estado a punto de marcharse de vacaciones la misma tarde que ella había llamado, se habría asegurado de que lo hacía.
Pero él se había ido y ella no lo había hecho, y la pequeña e inquietante duda que la inhabilidad para comunicar con la fábrica había sembrado en su mente estaba ya echando raíces de miedo y sospecha.
—¿Cómo te las vas a arreglar en ausencia de Kelly? Tendrás que meter a alguien para que te ayude…
—Sí. Sí, lo haré —Beth contestó distraídamente, preguntándose con histerismo qué diantre diría Dee si le reconociera que su peor pesadilla se había hecho realidad y que realmente no necesitaría a nadie para que le echara una mano puesto que no habría nada que vender.
¿Y si no tenía nada que vender, cómo iba a pagarle el alquiler a Dee?
No tenía absolutamente nada ahorrado, sobre todo después de haber gastado tanto dinero en el cristal checo.
Sus padres siempre podrían echarle una mano, eso lo sabía, y también tenía la certeza de que podría hacerlo Anna, su madrina. ¿Pero cómo podría presentarse ante ninguno de ellos y admitir lo inocente y tonta que había sido?
No. Ella se había metido sola en ese lío y de algún modo tenía que salir de él por su cuenta.
Y el primer paso era localizar al proveedor e insistir en que la fábrica le enviara los artículos que había pedido.
—¿Beth, estás segura de que estás bien…?
De pronto Beth se dio cuenta que la mujer le había estado hablando y que ella no había escuchado ni una sola palabra de lo que le había dicho.
—Esto… Sí, perfectamente…
—Bueno, si te sirve de ayuda, yo podría ir a la tienda algún día para echarte una mano.
—¡Tú!