La novia prestada. Sally Carleen

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La novia prestada - Sally Carleen Julia

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se hallaba de pie y había sacado el arma.

      Genial. Acabaría en la cárcel con Analise, para envejecer y engordar juntos. Y según se estaban desarrollando las cosas, estaría lo suficientemente cerca de ella como para oírla hablar todo el día pero no lo suficiente para tocarla.

      —No pasa nada, Joe —tranquilizó Analise al oficial—, es Nick Claiborne, el hombre que me prestó el coche. Dile que no lo he robado, Nick.

      Joe enfundó el arma, pero no se relajó.

      —El coche no está a nombre de Nick Claiborne —dijo.

      —Ya te he dicho que… —comenzó Analise con impaciencia, pero Joe la interrumpió.

      —¿Tiene alguna prueba de que se lo ha alquilado a Fred Smith? —le dijo con desprecio.

      —¿Tiene alguna prueba de que no lo haya hecho? —preguntó Nick, sacando la cartera del bolsillo para sacar de ella la licencia de detective privado y ponerla con un golpe sobre la mesa—. Estoy trabajando en un caso. La señorita Brewster es mi cliente. Yo alquilé el coche y ella lo tomó prestado esta mañana.

      —¿Con su permiso?

      —Sí —dijo Nick y apretó los dientes, forzándose a mentir.

      —Entonces, ¿cómo es que tuvo que hacerle un puente?

      —¿Cuáles son los cargos contra la señorita Brewster —preguntó Nick, porque había un límite en el tamaño de la mentira que era capaz de contar.

      —Exceso de velocidad —dijo Joe, enderezándose—, no hizo señal de cambio de dirección, no llevaba cinturón de seguridad y posible conducción de vehículo robado.

      —¿Han hecho la denuncia del robo?

      —No —reconoció Joe a regañadientes mientras se dejaba caer en la silla.

      —Entonces, haga las multas por los otros cargos y déjela libre.

      —Ah —dijo Joe restándole importancia con un gesto de la mano—, olvidémonos de las multas. Analise me explicó por qué había excedido el límite, no había nadie a quien indicar que cambiaba de dirección y el cinturón estaba roto.

      —¡Gracias, Joe! —le sonrió Analise y se inclinó para recoger sus monedas, pero Nick la agarró de la mano y la arrastró fuera.

      —¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó ella, dando un tirón al brazo en cuanto se encontraron fuera.

      —Suficiente con que le hicieses trampa al policía. No iba a dejar que te trajeses las ganancias.

      —¡No estaba haciendo trampa! —dijo ella con rabia—. ¿Cómo se te ocurre que pudiese hacer algo semejante?

      —Fuiste tú quien me dijo que tu amigo te enseñó a dar las cartas de abajo.

      —¡No… estaba… haciendo… trampa! —dijo ella, diciendo cada palabra por separado—. Y nunca se sabe cuándo te puede salvar la vida saber dar cartas de abajo.

      —¿Cómo?

      —Pues… —dijo ella, dirigiéndose al coche, para luego detenerse y darse la vuelta otra vez—. Nunca se sabe hasta que llega el momento. Lo mejor es estar preparado.

      —Entra —dijo él, abriendo la puerta del coche.

      —Hasta que te disculpes por decir que hacía trampa, no.

      —Si no estabas haciendo trampa, ¿cómo te ganaste tantos centavos?

      —Suerte de principiante —dijo ella, encogiéndose de hombros, lo que hizo que sus pechos, se moviesen de manera insinuante.

      —¿Suerte de principiante? ¿Y la historia que me contaste de que tu novio te enseñó a jugar al póker?

      —Pues, es cierto, me enseñó, pero nunca jugamos en serio, solo practicábamos. Cuando vi el mazo de cartas en la mesa de la comisaría, me imaginé que podría hacerlo. ¿Qué podía perder? Estaba a punto de ofrecerle doble o nada que retirara los cargos en mi contra y tenía escalera real. Si no hubieses entrado allí como un poseso… —le lanzó una mirada de furia antes de meterse en el coche y cerrar la puerta.

      ¿Cómo diablos se las había ingeniado para hacerlo sentirse culpable, cuando ella le había robado el coche, logrado que la metieran en la cárcel y él la había rescatado? Al menos Kay le había demostrado agradecimiento cuando la sacaba de alguno de sus líos.

      Infiernos, ella lo había contratado para hacer el trabajo de encontrar a la mujer que había empañado la honra del padre de su novio. Sus funciones no incluían que la cuidase cuando ella se metía en un lío. Él resolvía los problemas de la gente desde una distancia segura. No se involucraba ni con los problemas ni con los clientes. Por eso le gustaba el trabajo. No había emociones en juego. Ni altibajos, ni preocupaciones, ni pérdidas. Se metió en el coche dando un portazo.

      —Me da igual lo que cueste —le dijo—. Aunque me cueste el salario de un día, aunque decidas despedirme, a partir de este momento te vas a Texas.

      —No puedo hacerlo —dijo Analise, con la pena reflejada en el rostro—. Bob, el reverendo Sampson, me ha dicho que June Martin, ese es el nombre por el cual la conocía, que su hija, Sara, no solo era pelirroja como yo, sino que además tenía los ojos verdes —levantó las manos para impedir que él protestase—. Ya lo sé, ya lo sé. Podrían ser coincidencias, pero creo que tengo una conexión con Sara. Creo que el destino me trajo aquí para que pudiese intervenir en su vida para ayudarla a superar las crueldades que su madre le hizo. Tengo que estar allí cuando la encuentres. Es mi sino. Yo tengo unos padres maravillosos, un hogar estable, unos amigos geniales, todo lo que el dinero puede comprar… he nacido con una cuchara de plata, así que es mi turno de compartir algo de todo lo bueno que he tenido.

      No había duda de que lo decía con sinceridad y preocupación. A la vez que Nick se moría por protestar, otra parte de sí se derretía al ver su deseo de ayudar a alguien menos afortunado que ella. Las largas piernas doradas, las caderas generosas y el redondo busto también contribuiría a que él cediese, pero mejor no pensar en ello. Si lograban llegar a tiempo a la iglesia, desde luego que rezaría para encontrar a June y Sara Martin antes de que oscureciese para que Analise desapareciese de su vida para siempre.

      —Bob me dijo que June y Sara se mudaron justo después de que Sara comenzase el colegio —le informó Sara, como si el solo propósito de su vida fuese complicarle la suya.

      El salto de alegría que le dio el corazón al pensar en que Analise no desaparecería de su vida para siempre le demostró que necesitaba separarse de ella inmediatamente.

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