Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby

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Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby Omnibus Julia

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cierto era que necesitaba el dinero de su padre para ir a la universidad y necesitaba ir a la universidad para ser libre y no volverse loca. Ya era tarde para pedir una beca o un crédito. Perdería el primer año y no podría soportar un año más en aquella casa.

      También necesitaba a Jonas para no perder la cabeza. La idea de ir al baile de fin de curso sin él hacía que le doliera el corazón. Era cierto que vivía en una caravana a la salida del pueblo con su madre, una mujer que frecuentaba demasiado los bares, pero ¿y qué? ¿Había que castigarlo por ello?

      Jonas era la mejor persona que conocía. Era un chico cuidadoso, observador, en el que se podía confiar y que nunca juzgaba a nadie, una persona capaz de ver el vaso siempre medio lleno, de soñar y de tener objetivos y el entusiasmo y la fuerza para llevarlos a cabo.

      Jonas quería escribir y, de hecho, ya tenía varios poemas sinceros, fuertes y punzantes, unos poemas que Cagney tenía escondidos en una caja al fondo del armario. Aparte de la señora DeLuca, la profesora de Arte del colegio y madre de su amiga Erin, Jonas era la única persona en el mundo que creía que Cagney podría ganarse la vida como artista y podría utilizar su talento para ayudar a otros.

      Jonas la inspiraba.

      Jonas la quería.

      Jonas sabía más de ella, de su vida y de lo que sucedía en su casa que muchas de sus mejores amigas, a las que no les contaba muchas cosas porque le daba vergüenza. Sin embargo, a él se lo contaba absolutamente todo.

      Sin embargo, se habían visto obligados a esconderse durante años porque el padre de Cagney no podía ni ver al chaval, al que consideraba un inútil.

      El jefe de policía creía que Jonas y su hija se conocían desde hacía dos años cuando, en realidad, para entonces ya estaban completamente enamorados.

      Habían conseguido engañarle porque eran unos artistas escondiéndose. Cagney era toda una rebelde, pero pasiva.

      Jonas y ella habían decidido que la noche del baile de fin de curso iban a hacer frente común, todo el pueblo se iba a enterar de que estaban juntos y al diablo con su padre. Lo tenían todo planeado. Habían decidido plantar cara al jefe de policía, explicarle lo que les pasaba y no aceptar un no por respuesta. Estaban seguros de que, al final, cedería. ¿Qué otra cosa podría hacer cuando su hija estaba punto de cumplir dieciocho años?

      Iba a ser una noche mágica.

      Por fin juntos.

      Pero había subestimado a su padre. Aquel hombre estaba dispuesto a negarle una educación universitaria si no le obedecía. Prefería dejarla sin ir a la universidad que verla feliz con un chico que a él no le gustaba.

      —¿Y bien? —la instó.

      Cagney se mordió el labio inferior.

      Jonas era capaz de ver y de pensar con perspectiva, así que Cagney pensó que por una noche y por un baile daría igual porque tenían toda la vida por delante. Le explicaría la situación y él la entendería porque sabía cómo era su padre.

      Lo más importante era conseguir ir a la universidad en la que los habían aceptado a los dos. Una vez allí, podrían pasarse todo el día juntos.

      Seguro que la entendería.

      Cagney se relajó.

      —Está bien —accedió—. Le voy a llamar para…

      —No.

      —¿Cómo? —se indignó Cagney.

      —Hace años que te prohibí que hablaras con ese perdido y, aunque nunca me has obedecido, esa prohibición sigue en pie.

      —Pero he quedado con él y sería de muy mala educación por mi parte dejarlo plantado sin darle una explicación —insistió Cagney.

      Su padre se acercó a ella tanto que Cagney percibió el café de su aliento.

      —Me parece que no lo entiendes. Me importa un bledo ese chico y sus sentimientos, si es que los tiene. Vas a ir al baile con otro chico y no le vas a decir nada a tus amigas ni a él. Si no me obedeces, olvídate de la universidad. No te creas que estoy de broma.

      —¡Jefe! —exclamó Cagney golpeando el colchón con los puños—. Eso no es justo.

      Su padre la agarró de la muñeca y se la apretó.

      —La vida no es justa y ya va siendo hora de que te enteres.

      ¡Como si no lo supiera! Cagney dejó que la rabia se apoderara de ella.

      —¿Por qué eres tan cruel? —murmuró.

      Una avalancha de emociones atravesó el rostro de su padre, que consiguió volver a recuperar el control al cabo de unos segundos.

      —Contéstame. Sí o no, Cagney. Contesta inmediatamente porque tengo cosas mejores que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo.

      Cagney sintió que el mentón le temblaba de la rabia a pesar de que estaba intentando controlarse. Echó los hombros hacia atrás. Aunque fuera en el último momento, podría hablar con Jonas al día siguiente en el colegio.

      —Y mañana no vas a ir al colegio, por cierto —le dijo su padre como si le hubiera leído el pensamiento—. Ya he llamado para advertirlo.

      Cagney sintió que el corazón le daba un vuelco y que las lágrimas le asomaban a los ojos.

      —¿Cómo? ¿Tan seguro estabas de cuál iba a ser mi contestación?

      ¿Y cómo iba a ser de otra manera? Su padre era una persona manipuladora y calculadora. Claro que lo que acababa de hacer era lo peor que le había hecho en su vida. ¿Para qué lo hacía? ¿Para hacerles daño a Jonas y a ella? Sabía que su padre era una mala persona, pero aquello era demasiado.

      —¿Qué contestas? —la urgió el jefe de policía mirándola con aire triunfante—. ¿Qué prefieres? ¿Ir al baile de fin de curso con un chico que no es digno de ti y nunca lo será o ir a la universidad? Tú eliges.

      Cagney sintió un intenso frío por dentro. No podía reaccionar adecuadamente. No sentía nada. Sabía que debería estar llorando y gritando, como habría hecho Terri en su lugar, pero ella se sentía confusa, atrapada y torturada.

      —Elijo ir a la universidad, por supuesto. ¿Te crees que soy idiota?

      —A veces, teniendo en cuenta el tipo de amigos que eliges, lo pareces —le espetó su padre soltándole la muñeca y yendo hacia su bolso, abriéndolo y quitándole el teléfono móvil—. Me lo llevo —añadió desconectando también el fijo—. Tengo muy claro que no puedo confiar en ti. Por cierto, tampoco intentes utilizar el ordenador porque le he quitado el módem.

      Cagney sintió que la furia se apoderaba de ella.

      «Debería luchar», pensó.

      —No tienes escapatoria, así que ni te molestes. Mañana me voy a quedar en casa para vigilarte y estaré aquí cuando tu cita pase a buscarte para ir al baile.

      —No soy tu prisionera —se

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