Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tú y sólo tú - Esposa de verdad - Susan Crosby страница 6
Era Cagney.
Desde el teléfono de Tad.
Así que era cierto. Cagney había ido con Tad al baile y no le había dicho nada. Había dejado que se gastara el dinero en alquilar un esmoquin y en comprar flores y lo había humillado delante de su padre.
¿Cómo le había podido hacer algo así?
«Jonas, por favor, por favor, contesta. Quiero hablar contigo. Tengo que explicarte lo que ha sucedido. Te llamo luego. Por favor, contesta cuando te llame».
Así que le iba a volver a llamar, ¿eh? Claro, desde el teléfono de Tad Rivers.
Con la sangre agolpada en las sienes, Jonas miró la carta que le había roto el corazón. Apenas veía las palabras, pues las lágrimas se lo impedían.
Todo había terminado.
Todo estaba muy claro. Lo que Cagney Bishop le había escrito le dejaba todo claro. No necesitaba ninguna otra explicación.
Su madre siempre decía que no se podía confiar en el amor y tenía razón.
Capítulo 1
Hoy en día
CAGNEY miró a su alrededor. Estaba en el aparcamiento del centro médico High Country y había un montón de coches y de peatones. No se podía creer el interés que había despertado una estúpida conferencia de prensa.
Claro que estaban en Troublesome Gulch, Colorado, centro de la curiosidad. ¿Dónde si no iba un sencillo acontecimiento mediático a necesitar tanta presencia policial?
Cagney se ajustó el cinturón en el que descansaba su pistola, saludó a un compañero al que le habían asignado también aquella operación y miró la hora que era. Apenas las nueve de la mañana y ya estaba aburrida a más no poder.
Un día más en la apasionante vida de la agente Cagney Bishop. Hacer controles de visitantes le gustaba tanto como dirigir el tráfico. Nada. En realidad, no le gustaba ninguna de las cosas que hacía en el trabajo. Lo único que la hacía sentirse viva era tratar con niños problemáticos o cuando tenía la oportunidad de ayudar de verdad a la gente y eso, para ser sinceros, no sucedía muy a menudo.
¿Cuántos años le quedaban para jubilarse? Para pasar el tiempo, comenzó a hacer cálculos mentales. En aquel momento, como presintiendo que necesitaba un descanso de toda aquella monotonía que le imponía su trabajo, sonó su teléfono móvil.
Cagney miró la pantalla y, al ver de quién se trataba, sonrió y atendió la llamada.
—Hola, Faith, ¿cómo está tu niña?
Faith Montesantos Austin, pedagoga en el instituto de Troublesome Gulch, había dado a luz a su primera hija hacía tres meses y estaba de baja por maternidad. Habían llamado Mickie a su hija en recuerdo de su hermana, que había muerto en el accidente de coche que se había producido la noche del baile de fin de curso junto con Tad, Kevin y Randy.
—Está fenomenal, como de costumbre. Me ha despertado tres veces esta noche, así que ahora tiene la tripita llena y está encantada mientras que yo estoy pálida, cansada y de mal humor.
—Vaya.
—Sí, es lo que tiene querer tener bebés muy guapos.
—Te recuerdo que con los cachorros te pasa lo mismo.
—Es cierto. Eso va por ti, Hope —sonrió Faith acariciando al perro que su marido, Brody, le había regalado cuando le había pedido que se casara con él—. ¿Qué haces? ¿Te vas a pasar por casa?
Siempre que el trabajo se lo permitía, Cagney se pasaba por casa de su amiga para tomarse un café con ella.
—Necesito tener contacto con adultos, Cag —le recordó Faith—. Necesito que alguien me asegure que estoy adelgazando. Por cierto, ¿has visto a Erin? —añadió refiriéndose a otra amiga que tenían en común, Erin DeLuca, del cuerpo de bomberos de Troublesome Gulch—. Es cierto que ha tenido a Nate Jr. unos meses antes que yo, pero a las tres semanas de haber dado a luz ya estaba completamente recuperada. No es justo.
—Es cierto, pero recuerda que sólo engordó diecinueve libras durante el embarazo y es muy deportista.
—Casey Laine Bishop, ¿me estás llamando vaga?
Cagney se rió. Ya nadie la llamaba Casey.
—Claro que no. Lo que ocurre es que Erin es de otra pasta. Debemos aceptarlo y seguir con nuestras vidas.
—Qué suerte tiene. Menos mal que es mi amiga y la quiero mucho. De lo contrario, la pondría de vuelta y media.
—No hay razón para algo así por el mero hecho de que sea biónica —bromeó Cagney.
—La verdad es que me arrepiento de todas las patatas fritas que me he comido durante el embarazo. No me he controlado en absoluto —suspiró su amiga—. Bueno, ahora que ya sabes que estoy deprimida y gorda, ¿vas a venir?
—Lo siento, pero no puedo. El sargento me ha asignado el control de visitantes del hospital. ¡Apasionante! —contestó Cagney poniendo los ojos en blanco.
—Ah, me había olvidado de que eso era hoy —contestó su amiga—. ¿Por qué tanto revuelo porque se vaya a construir un ala nueva? ¿Tienes información confidencial?
—No y, aunque la tuviera, no te la daría —contestó Cagney haciéndole una señal con la cabeza al compañero que estaba dirigiendo el tráfico, que le estaba indicando que dejara pasar a una limusina negra.
Mientras lo hacía, Cagney pensó que, evidentemente, era el misterioso invitado de honor. ¿Quién más se iba a pasear por Troublesome Gulch en una limusina negra? Cuando el vehículo pasó a su lado intentó vislumbrar por las ventanas tintadas de quién se trataba, pero no pudo ver nada. Por supuesto, el sombrero de ala ancha y las gafas de sol tampoco la ayudaron en absoluto.
—Como te iba diciendo, aunque tuviera información privilegiada, no te la daría. Lo único que sé es que la nueva ala la va a financiar un benefactor sorpresa. Por lo visto, quieren que, gracias a esto, Troublesome Gulch comience a ser conocido.
—Ya, lo de siempre. ¿Cuándo se van a dar cuenta de que este pueblo es conocido única y exclusivamente por lo que pasó la noche del baile de fin de curso? Perdón por el recordatorio desagradable, pero es que todo esto de que nuestro municipio se haga famoso me parece absurdo.
—Estoy completamente de acuerdo contigo, pero ya conoces a Walt. Le encanta la publicidad —contestó Cagney refiriéndose al adjunto del alcalde.
—Y no sé a qué viene tanto secreto —se lamentó Faith—. Vivimos en un pueblo pequeño y todos nos conocemos. Todos sabemos lo que hacen los demás. Es lo que suele pasar al vivir en un sitio pequeño.
—Sí, pero, por lo visto, la persona que dona el dinero quería mantener el anonimato.
—¿Por