Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
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Jonas sintió la crueldad de aquellas palabras, pero consiguió mantener el mentón elevado. El jefe de policía Bishop no tenía ni idea de quién era su hija ni de lo que quería en la vida.
—Cagney me quiere y yo la quiero a ella.
—¿La quieres? —se burló el sargento—. Si tanto la quieres, lo mejor te puedes hacer es dejarla en paz. A lo mejor hay alguna chica donde vives acampado con la que puedas salir. No sé lo que estarás buscando en mi hija, pero seguro que las chicas de tu clase te lo darían encantadas.
A pesar del gran esfuerzo que estaba haciendo, Jonas sintió que la furia se apoderaba de él. Jamás había tenido intención de acostarse con Cagney ni de aprovecharse de ella. Se estaba enfadando tanto que estaba empezando a sudar.
—No sabe lo que dice. Respeto profundamente a Cagney, la respeto mucho más que usted. Sé que está en casa y quiero verla —añadió intentando esquivar a su padre, pero el jefe de policía se lo impidió—. ¡Cagney! —gritó entonces.
La mano que el padre de Cagney le había colocado en el pecho se convirtió en un puño, arrugándole la camisa.
—Eso, intenta entrar en mi casa, pequeño vagabundo. Sería genial —le espetó apretando los dientes—. Nada me haría disfrutar más que detenerte.
Jonas no tenía tanta fuerza como aquel hombre y se vio siendo lanzado contra la barandilla del porche. Intentando mantener la dignidad, intentó en vano alisarse el frente de la camisa.
—¿Cómo puede usted vivir con tanto odio en su interior? —le preguntó con voz trémula.
El padre de Cagney ignoró su pregunta.
—Antes de irse con Tad, Cagney te ha dejado una carta. Es un buen chico ese Tad Rivers y procede de una buena familia —comentó dejando que el terrible comentario atravesara a Jonas como un cuchillo bien afilado—. Supongo que tienes derecho a leerla porque la ha escrito para ti. Aunque también quiero que sepas que lo ha hecho en contra de mi voluntad porque yo creo que mi hija no te debe ningún tipo de explicación.
¿Explicación de qué? Jonas sintió que el miedo se apoderaba de él. Mirando al padre de Cagney con cautela, se acercó y tomó el sobre que éste le tendía, lo abrió y rezó para que aquello le diera alguna pista de lo que estaba sucediendo porque Cagney parecía haber olvidado su idea de hacer frente común. ¿Por qué no habría respondido a sus llamadas? ¿Por qué no habría encontrado la manera de advertirle que había sucedido algo? Jonas no lo entendía. Siempre se habían protegido mutuamente.
Jonas hojeó la carta y reconoció la letra de Cagney. También reconoció el papel en el que estaba escrito. Se trataba de una hoja claramente arrancada de su cuaderno favorito, el de líneas moradas que olía a uvas cuando se pasaba el dedo por encima.
Jonas tomó aire y leyó.
Querido Jonas:
Me hubiera gustado decírtelo antes, pero no he encontrado el momento. Eres un chico maravilloso y hemos sido buenos amigos, pero Tad y yo comenzamos a hablar hace dos meses y me he enamorado de él. Simplemente… ha sucedido. Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento. Espero que lo entiendas…
No podía soportar seguir leyendo aquello delante del sargento Bishop. Era evidente que el policía estaba disfrutando. Jonas sentía que el corazón se le estaba rompiendo, así que arrugó la carta y desvió la mirada. Al cabo de unos segundos, volvió a girar la cabeza hacia el hombre que tenía ante sí.
—Esto lo ha escrito usted —lo acusó.
—No digas tonterías, chaval. Yo no he tenido nada que ver con eso de la carta. Cagney ha elegido —contestó el policía—. Es lo mejor para todos.
—¿Desde cuándo sabe usted lo que es mejor para Cagney o para el resto de sus hijas? —le espetó Jonas sintiendo unas terribles ganas de llorar—. Ninguna de ellas le puede soportar. Todos lo sabemos.
El jefe de policía enrojeció como la grana.
—Vete ahora mismo de aquí con tu carta. No quiero volver a verte jamás.
—No se preocupe por eso —contestó Jonas mientras se giraba y bajaba los escalones de dos en dos, sintiendo que el mundo se le caía a los pies. Aquélla era la gota que colmaba el vaso.
«Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento».
«La aprobación del sargento».
Aprobación.
Jonas llevaba toda la vida intentando ganarse la aprobación de los demás, pero nunca lo había conseguido. Había que aceptar la realidad. Nunca nadie los había querido en aquel lugar. Aquella ciudad había sido hostil con él y con su madre desde el mismo momento en el que habían cometido el error de establecerse en ella.
Aquel mismo día, el propietario de uno de los bares a los que su madre iba a menudo la había echado porque le faltaban dos dólares.
Dos asquerosos dólares.
Literalmente.
Aquel hombre había humillado a su madre, la había dejado llorando en la calle, con todo el dinero que le había dado a ganar durante aquellos años. Jonas no aprobaba el comportamiento de su madre, pero era una mujer amable y vulnerable.
Y ahora a él le ocurría aquello.
Su madre y él sólo se tenían mutuamente.
Le había quedado muy claro.
Estaba harto de aquel pueblo. Aunque era pobre, era ingenioso y rápido y se sentía motivado, a diferencia de muchos de sus compañeros de clase. Había elegido tantos créditos aquel último año que se había graduado en diciembre, pero, aun así, había esperado a la ceremonia de primavera por Cagney.
Jonas sintió un profundo dolor en la boca del estómago.
Ya le mandaría el colegio su diploma a donde estuviera. No quería volver a ver a nadie de por allí. Y eso incluía a Cagney. Lo único bueno que le había ocurrido en Troublesome Gulch era ella y ahora resultaba que su relación también era mentira.
Un dolor indescriptible se apoderó de él. Jamás había sentido nada así. Necesitaba escapar de aquel entorno cuanto antes. Si por él era, él y su madre abandonarían aquel lugar aquella misma noche. Tenían que encontrar un lugar en el que la gente no los juzgara por su cuenta bancaria, sino por su corazón. Jonas estaba dispuesto a trabajar y estudiar a la vez para demostrar a la gente de Troublesome Gulch lo confundidos que estaban con él.
Algún día lo conseguiría.
Con la ayuda de Dios.
Jonas tiró la orquídea por la ventana y salió de la propiedad Bishop quemando rueda. Le daba igual lo que el sargento pudiera pensar ya de él. Todo daba igual.
En aquel momento, sonó su teléfono móvil, el teléfono que tanto le había costado comprar, y Jonas sintió que una pequeña esperanza se abría camino en su corazón.