Tú y sólo tú - Esposa de verdad. Susan Crosby
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—¿No contestas? Supongo que eso querrá decir que no vas a ir. Mejor —le espetó su padre yendo hacia la puerta.
—No, espera —le dijo Cagney tomando aire—. Iré con mis amigas, en pandilla.
La idea de quedarse en casa mientras sus amigas estaban en el baile se le hacía insoportable. Se moría por ir con Jonas, pero se sentía acorralada. Podría llamarlo desde el baile para verse allí. Ya era algo.
—No. Sólo las pringadas y las frescas van en pandilla —contestó el jefe de policía.
—¡Eso no es cierto!
—Si no vas con un chico, te quedas en casa.
Cagney suspiró con frustración.
—Tad Rivers —murmuró—. Me lo pidió y no creo que tenga ninguna cita porque, según he oído, iba a ir en pandilla —añadió—. ¿Lo consideras un pringado por ello o es apto? Su padre es el fiscal de la ciudad.
—Voy a llamar a Will Rivers ahora mismo.
—Quiero ir en grupo, con mis amigas. Mick, Erin y Lexy van a ir todas juntas con sus citas —sugirió Cagney—. Si me dejas llamar a Lexy… —añadió con la esperanza de poder ponerse en contacto con Jonas a través de su amiga.
—Ahora la llamo también.
—Vaya, gracias. ¿Y qué le vas a decir?
—No te hagas la lista —le advirtió su padre señalándola con el dedo índice—. Te estoy haciendo un gran favor. Deberías darme las gracias.
Cagney apretó los puños con tanta fuerza que se clavó las uñas en las palmas de las manos y se hizo sangre. Si no podía ir al baile con Jonas, estaba decidida a emborracharse por lo menos. Era lo mínimo que se merecía su padre.
—Tu madre ha dicho que la cena estará en veinte minutos.
—No tengo hambre —murmuró.
—Me da igual que tengas hambre o no. Tu madre ha preparado la cena, que es mucho más de lo que la inútil de Ava Eberhardt habrá hecho, así que quiero que estés en la mesa en veinte minutos. ¿Te ha quedado claro?
Cagney se quedó en silencio, contemplando la posibilidad de defender a la madre de Jonas, contemplando la posibilidad de decirle a su padre que se fuera al infierno. Luego, recordó que debía ir a la universidad si quería escapar de él y que, para ello, dependía de su dinero. Su padre no le había permitido trabajar mientras había estado en el colegio, así que no tenía absolutamente nada ahorrado. Otra manera de tenerla completamente acorralada.
—Sí, señor —contestó.
—Me alegro de ver que a veces todavía eres capaz de ser razonable. Sólo a veces. Sin embargo, no pienso olvidar que me has desafiado.
Cagney lo miró a los ojos.
—Me das mucha pena, sargento.
—Ahórrate esas cosas conmigo —le espetó su padre abandonando la habitación.
Una vez a solas, Cagney no fue capaz de llorar. Su padre había matado tantas cosas en su interior que apenas era capaz de sentir, pero había sido la única manera de sobrevivir. Lo malo era que ya no podía fiarse de sí misma, ya no sabía cuándo sentía de verdad. ¿Cuando algo le dolía era de verdad? A veces, creía sentir miedo, pero no estaba segura.
¿Cómo iba a estarlo? El caos reinaba en su interior.
Cagney dejó caer la cabeza entre las manos y tomó aire profundamente. Cualquier otra chica en su situación habría buscado consuelo en su madre, pero Cagney sabía por experiencia que, en su caso, era inútil.
Su madre era la personificación de la pasividad. Jamás había desafiado a su marido, ni siquiera para defender a sus hijas.
Cagney suspiró.
Seguro que Jonas y ella podrían sobreponerse a aquella situación.
Seguro que Jonas la entendería porque la quería. Se verían en el baile y harían lo que tenían planeado. No era lo que tenían pensado para aquella noche, pero de alguna manera, Cagney encontraría la forma de explicarle todo lo que había sucedido y, como de costumbre, Jonas la entendería.
Jonas estaba anonadado de lo que costaba alquilar un incómodo traje para una sola noche.
Sin embargo, merecía la pena.
Por Cagney.
Una mezcla de nervios y miedo se apoderó de él mientras aparcaba el decrépito coche de su madre frente a la impecable casa de Cagney. A lo mejor su padre salía a recibirlo pistola en mano, pero, de todas formas, apagó el motor y esperó.
No sucedió nada.
Jonas se quedó mirando la inmaculada fachada de piedra de aquella casa, intentando no compararla con la desastrosa caravana en la que vivían su madre y él. Aunque aquella casa era grande e impresionante desde fuera, sabía por Cagney que dentro había poco amor. Prefería a su madre, una mujer con problemas pero muy cariñosa, y su caravana alquilada.
Para su sorpresa, la luz del porche se encendió. Jonas no sabía si tomarse aquello como una señal de bienvenida o de advertencia, pero lo que estaba claro era que había llegado el momento de salir del coche, así que tomó aire, agarró la orquídea que había comprado para Cagney y se bajó del vehículo. Una vez fuera, se abrochó la chaqueta, se pasó la mano por el pelo y se dirigió al porche.
Ahora o nunca.
La puerta se abrió antes de que le diera tiempo de llamar al timbre y salió el jefe de policía Bishop con el ceño fruncido, como de costumbre. Lo cierto era que Jonas no tenía ni idea de lo que había hecho para que aquel hombre lo despreciara tanto.
—Buenas noches, señor —le dijo echando los hombros hacia atrás.
—No me llames señor —le espetó el padre de Cagney—. ¿Qué demonios haces entrando en mi propiedad?
Por un instante, ante la dureza de la pregunta, Jonas no fue capaz de formular una respuesta. Cagney no había ido al colegio aquel día ni había contestado a sus llamadas telefónicas ni a sus correos electrónicos, pero Jonas estaba seguro de que, siendo la hora que era, su padre sabría con quién iba a ir al baile de fin de curso.
Jonas sintió que la boca se le secaba y se mojó los labios para contestar.
—He venido a buscar a Cagney para ir al baile de fin de curso.
La risa del jefe de policía fue como una bofetada.
—Pues siento mucho decirte que Cagney se ha ido hace media hora con su cita, Tad Rivers —le espetó cruzándose de brazos y sacando pecho—. Así que ya te puedes ir. Fuera de aquí.
Jonas parpadeó varias veces. No se podía creer lo que acababa de oír.
—Eso es imposible. Cagney es mi novia —recapacitó en voz alta sin pensar lo que