Un beso apasionado. Jessica Lemmon
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–No he podido resistirme –le decía aquel hombre en ese instante, a la vez que dejaba delante de ella un pastelito cubierto de crema, su favorito.
A continuación encendió una vela dorada con una cerilla, que después agitó en el aire para apagarla. Ella siguió el rastro del humo hasta aquel rostro que veía cada día. Una vez más, se quedó embobada admirando su atractiva masculinidad. No parecía justo para el resto de los hombres del planeta que aquel hubiera acaparado los mejores genes.
–¿Quieres que te cante algo para celebrar el aniversario?
Brannon Knox le dedicó una amplia sonrisa que la desarmó.
Había estado intentando infructuosamente dejar de comérselo con la mirada. Suerte que tenía cara de póquer, porque no había sido capaz de superar el flechazo que había sentido desde el momento en que le había estrechado la mano en la entrevista de trabajo.
«Hola, soy Brannon Knox. Llámame Bran», recordó que le había dicho.
–No creo que cantar sea parte de tus competencias –dijo y se echó hacia delante para apagar la vela–. De verdad, no hacía falta que lo hicieras, pero te lo agradezco.
Brannon Knox no solo era el hombre más guapo que había conocido jamás. También era el más atento e inteligente con diferencia. Divertido, alto, encantador… y tremendamente sexy.
–Qué suerte tengo de tenerte.
Se metió las manos en los bolsillos del pantalón del traje y volvió la cabeza para asegurarse de que no había nadie detrás de él.
–Debería haber organizado una gran fiesta, pero no sé hacer nada sin ti –dijo y le guiñó un ojo.
A pesar de que estaba sentada, sintió que las rodillas le flaqueaban. Cuánto deseaba que aquello fuera una realidad y que la necesitara fuera de la oficina.
Especialmente en el dormitorio.
–Me alegro de oír que soy indispensable.
Esbozó una sonrisa cortés y mantuvo a raya su nerviosismo, algo en lo que había conseguido ser una experta. Lo más difícil era ignorar aquella sensación cálida que se extendía desde el pecho a las piernas, pero lo estaba consiguiendo. Le resultaba difícil evitar aquella reacción física que le provocaba, puesto que mirarlo y desearlo iban emparejados.
Pero no hacía mucho que había tenido una llamada de alerta que le había hecho tomar una decisión, aunque su cuerpo todavía no lo sabía.
–Te daría el día libre si no tuviéramos un millón de cosas que hacer –dijo y arrugó el entrecejo–. Por cierto, ¿qué tengo que hacer hoy?
Le recitó su agenda de memoria: tenía una videoconferencia y dos reuniones.
–Nos da tiempo a tomar una taza de café antes de empezar el día –afirmó Bran y, una vez más, se volvió para mirar por detrás de él–. No veo al antipático del presidente. Venga, vámonos.
El antipático del presidente era el hermano mayor de Bran, Royce Knox. Unos meses antes, ambos hermanos habían optado a ocupar el puesto cuando su padre había decidido jubilarse. Bran estaba convencido de que su hermano le había ganado la partida porque era el primogénito, y Addi suponía que tenía razón. Bran era muy bueno en todo lo que hacía y tan capaz como su hermano mayor. A sus ojos, era el candidato ideal para todo.
Una vez nombrado presidente, Royce había descubierto otra buena noticia: iba a ser padre. La madre de su hijo, Taylor Thompson, era la directora de operaciones de ThomKnox. Era amiga de los Knox desde la infancia y la mujer con la que Bran había estado saliendo.
Se había comportado como una novia celosa durante el poco tiempo en que Bran y Taylor habían estado juntos. Y eso que su relación poco había tenido de romántica. Apostaría dinero a que aquellos dos no se habrían dado más de un beso. De hecho, nunca los había visto besarse.
Aquella versión de Addi había quedado atrás. Estaba decidida a pasar página y olvidarse del flechazo que sentía por Bran. Tenía que hacerlo. Su trabajo era importante y también su orgullo. No podía dedicar un momento más a desear a aquel hombre que no tenía ningún interés en ella.
–Me apetece un café, pero tengo que contestar estos correos electrónicos.
Prefería mantener separada su vida del trabajo. Pasaban mucho tiempo juntos ocupándose de temas laborales, tal y como le correspondía al ser su secretaria, y cada vez que había visto a Bran fuera de la oficina, había fantaseado con la idea de que podía surgir algo entre ellos. Pero recientemente había descubierto que era inalcanzable, al menos para ella.
–Venga, Addi –dijo reclinándose sobre su mesa–. Déjame que te invite.
Al final, acabó cediendo.
–De acuerdo, pero voy a pedir el mío con extra de sirope de vainilla. Y nata por encima.
Sacó el bolso del último cajón y se lo colgó del hombro.
Él se inclinó hacia ella, sonriendo.
–Para celebrar tu aniversario en ThomKnox, puedes ponerte encima lo que quieras.
«¿Qué tal si te pones tú?».
Su comentario inocente sacudió su cuerpo ansioso de sexo y la devolvió a la casilla de salida. Aquello iba a ser más difícil de lo que había pensado en un principio.
La llamada de alerta había sido cortesía de Taylor, la exnovia de Bran. Hacía no mucho que había sugerido que ella y Brannon hacían buena pareja, lo que significaba que se había dado cuenta de que Addi sentía algo por él. El peor momento de su vida no había sido cuando Bran había oído aquel comentario de Taylor, sino su reacción. En el largo pasillo que conducía al cuarto de la fotocopiadora, su rostro se había quedado desencajado con expresión de fastidio.
Addison había querido morirse.
Era como si hubiera sacado un cartel con letras mayúsculas que dijera: Yo no siento lo mismo por ti, Addison. Un mensaje que había pasado por alto durante demasiado tiempo.
Como le gustaba su trabajo y quería preservar lo que le quedaba de orgullo, le había parecido que lo más prudente era enterrar sus sentimientos. Llevaba muchos años siendo independiente, así que lo único que tenía que hacer era aplicar ese mismo principio a su corazón. Difícil, pero necesario.
Si había algo que había aprendido de sus padres, y probablemente lo único, era que no podía confiar en nadie para nada. Ni por dinero, ni por amistad ni desde luego por amor. Se le había olvidado nada más poner los ojos en el pequeño de los Knox. Tenía que recordarlo y metérselo en la cabeza para superar aquel enamoramiento.
Tal vez después de todo le vendría bien tomar ese café con Brannon. Era habitual que los compañeros de trabajo tomaran café juntos y su objetivo era alcanzar el escalón más bajo del amor platónico. No era un objetivo emocionante, pero ya había tenido demasiadas emociones por una temporada.
–Olvídate