Un beso apasionado. Jessica Lemmon
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Addison estaba rememorando el comportamiento de Bran en el Gnarly Bean del día anterior cuando Taylor Thompson apareció en su despacho.
–Toc, toc. Deberías pedir que te pusieran una puerta. Cualquiera se te cuela aquí.
Taylor se refería al panel que separaba a Addi del resto de la oficina y del despacho de Bran, que estaba a la izquierda de su mesa.
–Eres la directora de operaciones. Puedes venir cuando quieras.
–Ay, Addi. Me siento como una foca.
Taylor se pasó la mano por el vientre abultado que se adivinaba bajo su vestido negro de Dolce& Gabbana.
–Tonterías, estás muy guapa. ¿Qué tal va todo? –preguntó Addi.
–¿Te refieres al trabajo, al embarazo, a la boda o a mudarme a vivir con Royce?
La vida de Taylor había cambiado drásticamente en los últimos meses, por lo que estaba asimilando muchas cosas a la vez. No hacía tanto que Addi, al encender la luz del cuarto de la fotocopiadora, se había encontrado con Royce y Taylor besuqueándose en el armario del material.
Por suerte, esos días habían quedado atrás. En aquel momento había sentido celos de la relación de Taylor y Bran. Ahora, apenas podía creer lo inmadura que había sido. Era evidente que Taylor había encontrado en Royce a su alma gemela.
Después de aquello, Addi se había disculpado con Taylor por haberse mostrado distante, sin mencionar que estaba enamorada de Bran, y le había propuesto que fueran amigas. Le parecía una mujer tan estilosa como entrañable.
Taylor se sentó en la silla que había delante de la mesa de Addi.
–Nunca he estado tan ocupada, pero a la vez estoy contenta porque siento que he encontrado mi sitio. No sé si tiene sentido lo que digo.
–Completamente –contestó Addi sonriendo.
Ella solía pensar lo mismo hasta que Bran había empezado a actuar de una manera extraña. Como el numerito del día anterior con el camarero de la cafetería. Ken y Bran parecían haberse enfrentado en una suerte de duelo moderno. No había quien entendiera a los hombres.
–Es increíble que consiga hacer algo teniendo en cuenta que no puedo tomar cafeína –comentó Taylor.
–Yo me moriría –replicó Addi, escondiendo la taza de café detrás de la pantalla.
–Es el precio que hay que pagar por tener un hijo o hija sanos. Se me hace extraño no saber cómo referirme al bebé.
–¿No quieres saber el sexo?
Addi no sería capaz de soportar la intriga si estuviera embarazada.
–Sí y no. Mi relación con Royce ha sido una continua sorpresa. ¿Por qué no dejar que este bebé también lo sea? –dijo acariciándose el vientre.
–No sabes cuánto me alegro por ti.
Addi lo decía de corazón. Taylor estaba radiante y no solo por el embarazo. Siempre que estaba con Royce su rostro se iluminaba.
–¿Habéis puesto ya fecha para la boda?
–Todavía no –contestó Taylor y se quedó contemplando el diamante de su anillo de compromiso–. Sé que acabaremos casándonos, pero no tenemos prisa.
Dejando a un lado los besuqueos del armario y aquel embarazo inesperado, Taylor había sabido superar los altibajos de la vida con una soltura que Addi confiaba tener algún día.
–Felicidades atrasadas. Ayer hiciste un año con nosotros, ¿verdad? Vi a Bran con un par de pasteles.
–Qué curioso, solo me dio uno –comentó divertida Addi entornando los ojos y tratando de disimular lo que sentía por él–. Tengo suerte de trabajar para alguien tan atento. Otros jefes no se preocupan por sus empleados.
Había rechazado la ayuda económica de sus padres cuando había dejado de seguir sus reglas. Cinco años atrás, había pagado un precio muy alto al separarse de ellos para seguir su propio camino. Había pasado temporadas alimentándose solo con patatas y se había retrasado en el pago de facturas en más de una ocasión. Pero todo eso formaba parte ya de su pasado. En ThomKnox había encontrado su sitio. La pagaban bien y los directivos eran personas encantadoras. Jack Knox, el padre de Bran, siempre la había tratado con respeto y cariño.
Aunque a punto había estado de estropearlo todo. ¿Por qué? ¿Por enamorarse como una colegiala? Nunca más.
No volvería a trabajar en compañías que se aprovechaban de los más débiles para pavimentar sus mansiones con lingotes de oro. Los Knox, y Taylor pronto formaría parte de la familia, eran buena gente. Addi era una persona sensata y no iba a dejar que una atracción pueril la distrajera de lo que era realmente importante.
–Bueno, he venido para ver si Bran ya había llegado –dijo Taylor mirando hacia su despacho apagado.
–Tenía una reunión a primera hora. No creo que tarde mucho –replicó Addi mirando la hora–, Puedes esperarle aquí si quieres.
–No, está bien. Ya volveré más tarde. Por cierto, ¿va todo bien entre Brannon y tú? –preguntó Taylor mientras se ponía de pie.
–¡Claro! ¿Por qué no iba a ser así?
–Venga, Ad. Hay confianza entre nosotras. He visto cómo lo miras.
¿Tan evidente era?
–Me cae muy bien, pero no me interesa en ese sentido –mintió.
–Lástima.
–Nos compenetramos muy bien en el trabajo.
Era una curiosa forma de describir su relación.
–Cierto –dijo Taylor, aunque no parecía muy convencida–. Dile que necesito verlo. Y tómate una taza de café por mí.
Addi se quedó viendo a Taylor alejarse con un pellizco en el estómago. Era lo que sentía cada vez que no decía la verdad, pero trató de calmar su conciencia diciéndose que pronto sería verdad.
Algún día se sentiría tan inmune a Bran como él a ella.
Capítulo Tres
Cuando Taylor pasó por delante, Bran salió del cuarto de la fotocopiadora y la interceptó. De camino a su despacho, había oído la conversación de las dos mujeres y se había dado media vuelta antes de que se percataran de su presencia y las cosas entre él y su secretaria se complicasen aún más.
–Hola, Bran. Vengo de tu despacho.
–Lo sé –replicó y se cruzó de brazos–. Os he oído.
Taylor hizo una mueca, pero enseguida se justificó.
–No te enfades.
Bran