En la noche de bodas. Miranda Lee

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En la noche de bodas - Miranda Lee Jazmín Noche De Bodas

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posible que su padre fuese más rico que sus otros dos hermanos, ya que no malgastaba el dinero ni en el juego ni en mujeres.

      Los tres hermanos Forsythe se habían casado con bellas mujeres de familia bien, lo que incrementaba sus bienes y aseguraba una buena combinación genética para sus hijos. Harold engendró cinco hijos e hijas, y Arnold tres hijos traviesos. Malcom tuvo un único hijo, Philip.

      Ninguno de los hermanos se divorció, a pesar de los rumores que corrían de que Harold y Arnold mariposeaban con muchas mujeres. Las tres esposas de los Forsythes salían a menudo en los suplementos dominicales y en las revistas del corazón, luciendo los logros de la última cirugía estética. Pasaban la mitad de su vida en desfiles de moda, bailes benéficos y verbenas.

      Ese tipo de cosas, antes, impresionaban a Fiona.

      Ya no.

      Miró fríamente las verdes praderas y los árboles alineados, y no se le aceleró el pulso a medida que se acercaba a la casa. La primera vez que entró en ese camino fue diferente, su corazón latía con fuerza y sentía el estómago lleno de nudos. Por aquel entonces, mientras se dirigía a Manderley junto a su rico esposo, se puso tan nerviosa como la protagonista de Rebecca.

      Fiona comprendía bien los sentimientos de inseguridad y de incompetencia que experimentaban las novias. Ella había sentido lo mismo. Era curioso que en su inesperado regreso a Manderley ella era la primera esposa.

      A medida que se acercaba, la casa se veía más grande. Era blanca y de dos plantas, tenía el tejado de pizarra y las ventanas estaban colocadas simétricamente. El diseño parecía inglés, al igual que el paisaje formado por árboles ingleses y un ordenado jardín. Sin embargo, nada disimulaba el toque australiano: el cielo azul y las montañas cubiertas de eucaliptos, también azules por la neblina que se formaba en ellas.

      El camino asfaltado y serpenteante acababa en una placita cubierta con gravilla roja que tenía en el centro una fuente al estilo de Versalles.

      El Audi se detuvo frente al pórtico de columnas blancas y casi delante de la puerta en donde la señora de la casa estaba de pie al sol.

      Fiona miró a la madre de Philip. Kathryn estaba tan arreglada como ella la recordaba, e igual de elegante. Llevaba un vestido azul de lana, un collar de perlas y el cabello rubio perfectamente peinado.

      Pero había envejecido. Mucho. Era posible que aparentara la edad real.

      Debía de tener sesenta años. Hacía diez tenía cuarenta y tantos, aunque no aparentaba mas de treinta y cinco.

      También parecía débil, como si le hubieran sacado el relleno. Estaba un poco encorvada y su cara denotaba tristeza, lo que hizo que Fiona sintiera un poco de compasión.

      Todo su interior se rebeló ante ese desagradable sentimiento.

      «¿Compadecerme de Kathryn Forsythe? ¡Nunca!»

      Fiona quitó las llaves del contacto y las metió en el bolso, salió del coche y cerró la puerta. Se quitó las gafas de sol y se volvió hacia la que fue su enemiga deseando no ser reconocida.

      Kathryn la miró de arriba a abajo y no dio ninguna muestra de haberla reconocido. Todo eran signos de aceptación, incluso de admiración.

      Curiosamente, Fiona no se sintió triunfante, sino que, de repente, se sintió malvada y deshonesta.

      –Usted debe de ser Fiona –dijo Kathryn mientras le tendía la mano para darle la bienvenida.

      Fiona se sintió desarmada, sonrió y le dio la mano mientras su mente trabajaba a toda velocidad. «Es amable contigo sólo porque tienes el aspecto que tienes», se advirtió a sí misma, «ni se te ocurra pensar que esta mujer ha cambiado. Sigue siendo una esnob. Y si alguna vez descubre quién eres, te odiará a muerte y se pondrá muy furiosa. Te lo aseguro. Así que cariño, pide disculpas y ¡sal ahora mismo de Manderley!».

      –Y usted debe ser la señora Forsythe –contestó Fiona de forma educada. Una manera de hablar completamente distinta a la que antes acostumbraba, llena de argot y malas palabras.

      –No, cariño. Llámame Kathryn –dijo dándole un pequeño abrazo.

      Fiona se quedó helada. La Kathryn Forsythe de hacía diez años nunca hubiera hecho eso. Ni siquiera con sus parientes o amigos. La madre de Philip era una mujer reservada y distante que sentía aversión hacia el contacto físico.

      –Después de todo –continuó Kathryn–, vamos a pasar mucho tiempo juntas durante las próximas semanas, ¿no?

      Fiona debía de haber dejado las cosas claras, pero dudó demasiado y perdió la oportunidad.

      –¿Cómo te fue ayer en la boda, cariño? –le preguntó Kathryn mientras se dirigían hacia la casa–. Hizo un tiempo estupendo, teniendo en cuenta que es agosto.

      –Todo salió bien –contestó Fiona con sinceridad e intentó pensar cómo salir de esa situación cada vez más comprometedora.

      –Supongo que todo lo que haces sale bien. Me ha impresionado tu aspecto y lo puntual que has sido. Hoy en día hay mucha gente a la que no le importa llegar tarde a una cita ni el aspecto con el que acuden a ella. Siempre he creído que la ropa dice mucho de un hombre y sobre todo de una mujer. Tú y yo nos vamos a llevar muy bien, cariño.

      «Eso suena más como la Kathryn de antes», pensó Fiona.

      En realidad, ella también opinaba lo mismo. No soportaba a la gente que llegaba tarde a las citas de negocios y no le gustaba la gente desaliñada. Se había dado cuenta de que la gente que no se preocupaba por su aspecto no solía hacer bien su trabajo.

      ¿Eso significa que juzgas a un libro por su portada, cariño?, le dijo una vocecita interior.

      El ruido de un coche que circulaba por el camino de entrada la distrajo de sus pensamientos.

      –Debe de ser mi hijo –dijo Kathryn cuando se acercó un Jaguar negro con cristales polarizados. Aparcó al lado del Audi de Fiona.

      Ella sintió pánico y se puso otra vez las gafas de sol deseando que Philip no la reconociese.

      –Creí que habías dicho que Phi… tu hijo… no podía venir hoy –dijo Fiona un poco tensa.

      Kathryn no se dio cuenta de su nerviosismo.

      –Llamó hace un rato desde el móvil y me dijo que Corinne, su prometida, se había levantado con migraña y que no quería asistir a la comida que tenían en un crucero por el puerto. A él no le apetecía ir solo, así que al final ha decidido venir a comer a casa. Colgó antes de que pudiera recordarle que tú estarías aquí también.

      Fiona miró al coche. Debido a los cristales polarizados, no podía ver al conductor. Pasaron unos segundos hasta que Philip salió y ella se dio cuenta de que estaba esperando ansiosa a que se abriera la puerta del conductor.

      Fiona comenzó a encontrarse mal. Había cometido un gran error al ir allí ese día. ¡Un terrible error!

      Al fin se abrió la puerta y Philip salió del coche, una vez fuera se volvió para mirarlas.

      ¿Se lo imaginaba, o Philip la estaba mirando?

      Seguro

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