Colapsología. Pablo Servigne

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Colapsología - Pablo  Servigne

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de las velocidades de desplazamiento y de comunicación es el origen de esa experiencia tan característica de nuestra época de la “reducción del espacio”: las distancias espaciales, efectivamente, parecen acortarse a medida que el trayecto se vuelve más rápido y sencillo11». La segunda es la aceleración del cambio social, que implica que nuestras costumbres y forma de relacionarnos se transforman cada vez más rápidamente. Por ejemplo, «el hecho de que lleguen nuevos vecinos y se vuelvan a mudar con mayor frecuencia, de que nuestros compañeros (pasajeros) de vida, al igual que nuestros trabajos, tengan una “vida media” cada vez más corta, y de que las modas de vestir, los modelos de vehículo y los estilos musicales se sucedan a una velocidad mayor cada día». Nos encontramos ante una verdadera «reducción del presente». La tercera aceleración es la del ritmo de vida, porque, en reacción a las aceleraciones técnica y social, intentamos vivir más deprisa. Rellenamos de forma más eficaz nuestro horario, evitamos «perder» el valioso tiempo, pero, sorprendentemente, todo lo que debemos (y queremos) hacer no parece dejar de aumentar. «La “falta de tiempo” aguda se ha convertido en un estado permanente de las sociedades modernas12». ¿Cuál es el resultado? Adiós a la felicidad, trabajadores quemados y depresión en masa. Y el colmo del progreso es que esta aceleración social que realizamos/sufrimos sin parar ni siquiera pretende mejorar nuestro nivel de vida, su único objetivo es mantener el statu quo.

      ¿DÓNDE ESTÁN LOS LÍMITES?

      La gran cuestión de nuestra época consiste en saber dónde se encuentra la barrera13. ¿Tendremos la capacidad de seguir acelerando? ¿Habrá un límite (o muchos) para nuestro crecimiento exponencial? Y si es así, ¿cuánto tiempo nos queda antes de llegar al colapso?

      La simple —simplista incluso— metáfora del vehículo resulta muy útil para diferenciar claramente los distintos «problemas» (o «crisis») a los que nos enfrentamos. De ella se infiere que existen dos tipos de límite, concretamente, que existen los límites (limits) y las fronteras (boundaries). Los primeros son infranqueables porque se topan contra las leyes de la termodinámica: es el problema del depósito de gasolina. Las segundas son franqueables, pero no menos traicioneras, porque son invisibles y no nos damos cuenta de que las hemos traspasado hasta que ya es demasiado tarde. Se corresponden con el problema de la velocidad y del manejo del vehículo.

      Los límites de nuestra civilización vienen impuestos por la cantidad de recursos denominados «stock», que por definición son no renovables (energías fósiles y minerales) y los recursos «flujo» (agua, madera, alimentos, etc.), que son renovables pero que consumimos a un ritmo demasiado alto como para que tengan tiempo de regenerarse. Aunque el motor sea cada vez más eficaz, llegará un momento en el que deje de funcionar porque se le habrá acabado el combustible (ver capítulo 2).

      Las fronteras de nuestra civilización representan umbrales que no se deben traspasar para no desestabilizar y destruir los sistemas que mantienen a la civilización con vida: el clima, los grandes ciclos del sistema Tierra, los ecosistemas —donde se incluyen todos los seres vivos no humanos—, etc. Una velocidad demasiado elevada del vehículo no permite apreciar los detalles de la carretera y aumenta el riesgo de sufrir un accidente (ver capítulo 3). Nosotros vamos a intentar averiguar lo que ocurre cuando el vehículo abandona la carretera señalizada sin previo aviso y entra en un mundo incierto y peligroso.

      Estas crisis tienen naturalezas muy diferentes, pero todas comparten un denominador común: la aceleración del vehículo. Además, cada uno de los límites y de las fronteras puede desestabilizar seriamente la civilización por sí solo. El problema, en nuestro caso, es que ¡chocamos contra varios límites simultáneamente y ya hemos traspasado varias fronteras!

      En cuanto al vehículo, se ha ido perfeccionando con los años, por supuesto. Ahora es más espacioso, moderno y cómodo, pero ¡a qué precio! No solamente es imposible reducir la velocidad o girar —el pedal del acelerador se ha fijado al suelo y la dirección se ha bloqueado (ver capítulo 4)—, lo más molesto es que, además, el habitáculo se ha vuelto extremadamente frágil (ver capítulo 5).

      El vehículo es nuestra sociedad, nuestra civilización termoindustrial. Estamos subidos a bordo, con el GPS programado hacia un destino soleado. No tenemos prevista ninguna pausa por el camino. Cómodamente sentados en el habitáculo, nos olvidamos de la velocidad, ignoramos los seres vivos atropellados a nuestro paso, la descomunal energía gastada y la cantidad de gas de escape que vamos dejando atrás. Como bien sabemos, una vez que se está en carretera ya solo importan la hora de llegada, la temperatura del aire acondicionado y la calidad del programa de radio…

      II

      LA EXTINCIÓN DEL MOTOR (LOS LÍMITES INFRANQUEABLES)

      Empecemos por la energía. A menudo es considerada una cuestión técnica secundaria, por detrás de las prioridades que suponen el empleo, la economía o la democracia. Sin embargo, la energía es el corazón de cualquier civilización, y especialmente de la nuestra, industrial y consumista. A veces nos puede faltar creatividad, poder adquisitivo o capacidad para invertir, pero no nos puede faltar la energía. Es un proceso físico: sin energía, no hay movimiento. Sin energías fósiles, adiós a la globalización, a la industria y a la actividad económica tal y como las conocemos.

      A lo largo del siglo pasado, el petróleo se impuso como el principal combustible para nuestros transportes modernos y, por lo tanto, para el comercio mundial, la construcción y el mantenimiento de las infraestructuras, la extracción de recursos minerales, la explotación forestal, la pesca y la agricultura. Con una densidad energética extraordinaria, el petróleo, que es fácil de transportar y almacenar, pone en marcha el 95% de los transportes.

      Una sociedad que ha tomado una deriva exponencial, necesita que la producción y el consumo sigan esa misma deriva. En otras palabras, para mantener a la civilización en movimiento, hay que aumentar constantemente el consumo y la producción de energía. Pero estamos llegando a un pico.

      Un pico representa el momento en que la velocidad de extracción de un recurso alcanza una barrera antes de empezar a disminuir inevitablemente. Es más que una teoría, se trata de una especie de principio geológico: al inicio, los recursos extraíbles son de fácil acceso, la producción se dispara, después se estanca y al final disminuye cuando ya solo quedan los materiales de difícil acceso, de manera que describe una curva con forma de campana (ver figura 3). El punto máximo de la curva, el momento del pico, no señala que se haya agotado el recurso, sino el comienzo del descenso. Esta idea se aplica generalmente a los recursos extraíbles, como los combustibles fósiles o los minerales (fósforo, uranio, metales, etc.), pero también se usa para describir (a veces en exceso) otros aspectos de la sociedad, como la población o el PIB, ya que son parámetros estrechamente relacionados con la extracción de recursos.

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      Figura 3. El concepto de «pico» fue presentado por el geofísico Marion King Hubbert en 1956 para la producción de petróleo convencional en Estados Unidos. Los puntos grises que siguen la trayectoria de la curva representan la producción petrolera de Noruega, que alcanzó su pico en 2001.

      Fuente: BP Estat. Review, 2013.

      ¿EN LO ALTO DEL PICO LLEGA EL DESCENSO ENERGÉTICO?

      Ahora

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