El arte del amor. Miranda Bouzo
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—Sí, ¿por qué ibas a estar aquí si no? ¿A qué has venido, Alice? ¿De qué huyes?
Silencio, las palabras no brotaban de mi garganta y la mente se había quedado en blanco. ¿Cómo se atrevía?
—No huyo, estoy aquí por Nela, quería verla antes de la boda.
—Ya —una sola palabra llena de ironía—. ¿Problemas en el paraíso prematrimonial? ¿Cómo dijiste en el coche?, Bobby, ¿no? ¿Es que Bobby ya no quiere casarse? No, espera, eres tú…
—Es Colin, no Bobby —contesté molesta por su tono irónico.
—Como sea, los dos son nombres anodinos. ¿Es inglés como tú? ¿De esos de la raya a un lado y traje de raya diplomática? ¿Té a las cinco y flema inglesa?
Intenté permanecer impasible mientras le veía reírse de Colin, o tal vez de mí.
—¿Y tú, Jürgen? —le pregunté al levantarme del asiento de piedra. A su lado no podía concentrarme en hablar y sentirlo tan cerca. Perpleja, vi cómo se sacaba del bolsillo un cigarrillo liado y lo encendía sin preguntar. La cerilla rasgó la caja y el humo me molestó al rodearnos en una espesa columna gris, allí dentro el aire no se movía—. Está claro que no eres de los que disfrutan del campo ni de estar encerrado.
Conseguí llamar su atención y clavó su mirada interrogadora en mí, pero al momento sonrío con un gesto de la mano como si pasara de lo que le decía.
—Esta es mi casa, estoy a gusto aquí. ¿Por qué dices eso, dulce Alice? No me has contestado, ¿problemas con Rusty?
El tono con el que cambiaba el nombre de Colin acabó de sacarme de quicio. ¿Qué le habría hecho yo a este idiota? ¿Y Nela tenía que convivir con él? Ahora recordaba alguna ocasión en que Nela me había contado del incorregible hermano de Soren, su afición a las mujeres y a las fiestas.
—Déjame adivinar, Jürgen, coches caros, bebida, chicas, trajes y fiestas. Eres un estereotipo fácil de calar.
—Prototipo —repitió confundido al traducir la palabra al inglés con poco acierto. Sin querer, hizo que sonriera al ver su ceño fruncido por primera vez.
Jürgen apagó el cigarrillo contra la pared de piedra y se levantó con energía, ya no sonreía. ¿Por qué tenía tantas ganas de enfadarlo? De alguna manera me sentía amenazada por su atractivo. En cuanto empezaron sus ataques debí darme la vuelta y entrar en la casa. No me gustaba, era peligroso con esa arrogancia. Pero ¿por qué había acertado con sus preguntas y mis respuestas no dadas? «Porque hay fisuras, Alice», me dije, pequeños resquicios de rebeldía que debía cerrar para dejar de ser aquella universitaria alocada y sin rumbo.
—Sí, tú, Jürgen, pareces alguien que disfruta de la vida, sin ataduras y que, cuando su hermano mayor le tira de las orejas, vuelve a casa.
Esa risa otra vez, como si nada le llegara dentro y nada le importara.
—¿Crees que me has calado, niña inglesa? —dijo acercándose con un solo movimiento, tuve que mirar hacia arriba para encontrarme con sus ojos. Estaba enfadado—. Nadie me tira de las orejas desde hace años, pero sí de otra cosa, ¿quieres probar?
Tan cerca, pude sentir el calor de su cuerpo y los latidos de mi corazón, golpeando deprisa. Desde que le vi en el aeropuerto algo me presionaba el pecho cada vez que estaba cerca de él, y sus groserías no hacían más que encender esa pequeña llama de calor, nadie a mi alrededor jamás había sido tan brusco ni tan grosero.
—¿Siempre que no quieres escuchar algo te vuelves impertinente?
—¡Qué palabra tan bonita, Alice, «impertinente», muy inglesa! ¿Te la enseñó Rusty?
No tenía por qué seguir escuchando a ese idiota prepotente, así que giré para irme sin que él lo impidiera.
—¡Estás aquí, Alice! Te estaba buscando. —Nela se detuvo en seco para mirarnos a los dos con los ojos entrecerrados.
—¡Eh, Nela!, ¿Qué tal mi hermano? ¿Ya le has cabreado bastante?
—¡Cállate, Jürgen, disfrutas viendo a Soren así! Vamos, Alice, te enseñaré tu habitación. Luego hablaré contigo. —Amenazó con el dedo a Jürgen. Me giré en el último momento para ver cómo Jürgen volvía a recostarse en el banco y encender otro cigarrillo. Con la mano me dijo adiós de un modo tan irónico que hice una mueca irritada.
Seguí a Nela al interior de la casa, escaleras arriba, sorprendida por la reacción que había tenido con Jürgen, como si debiera justificar mi forma de ser y mis pensamientos ante él.
ALICE
La habitación era preciosa, de techos de madera bajos y colores cálidos. La cama, enorme y alta, con una mullida colcha anaranjada. Entre los altos pinos la luz entraba a raudales a través de los ventanales. Una suave brisa se movía entre las ramas y lanzaba sombras sobre las paredes de piedra. Cuadros preciosos, reproducciones de Van Gogh, Cézanne, todas de pintores impresionistas, todas seguramente elegidas por Nela al conocer mis gustos.
Nela fue a sentarse frente a la chimenea apagada, en una de las dos sillas, aprovechando que investigaba cada rincón de la habitación.
—Necesito sentarme, cada vez me cuesta más subir las escaleras.
Su tono cansado llamó mi atención y con decisión acerqué una de las sillas y me senté frente a ella con una sonrisa de satisfacción.
—¿Cómo estás, Nela?
—¿Cómo crees? ¡Gordísima! —contestó entre risas tocándose la enorme tripa en un gesto cariñoso. Sus ojos volaron a los míos, se incorporó un poco y atrapó su mano con la mía. Con una sonrisa y sus dedos enlazados la llevó hasta su abultado vientre. En ese momento sentí el enorme calor que desprendía la vida que ya estaba casi formada en su interior—. Y feliz, muy feliz, Alice.
—Nunca te había visto así, estás radiante, Nela. —No quería emocionarme, pero me pareció sentir un movimiento bajo la palma abierta que Nela sujetaba.
Si alguien hubiera dicho, el día que nos conocimos siete años atrás, que seríamos como hermanas, quizás me hubiera reído en su cara. Ella, apocada y tímida, había entrado en silencio en el pequeño apartamento de estudiantes en el que vivía. Aquel día, como tantos otros, estaba preparada para salir, era la fiesta de principio de curso. Mi segundo primer curso en Bellas Artes. Todo lo hice en contra de los deseos de mi padre, que quería que estudiase Económicas. Busqué a propósito una universidad lejos de casa, en un país extraño, y me matriculé en la carrera que podía hacer de la pintura una profesión. Después todo vino rodado, fiestas, drogas, noches locas… y entonces apareció Nela y me dijo que por qué aquella noche no me quedaba con ella para conocernos. Y la Alice que era joven e impulsiva, esnob y prepotente, lo hizo.
—¿Qué ocurre, Alice? ¿Por qué estás aquí cuando deberías estar eligiendo centros florales y probándote vestidos de novia por todo Londres?