La casa de las almas. Arthur Machen
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Aun así, no estaba satisfecho. Ese final era intolerable y yo lo sabía. Otra vez me senté a trabajar; noche tras noche batallaba. Y recuerdo una circunstancia curiosa que puede o no ser de cierto interés fisiológico. Entonces yo vivía en la acotada “planta superior” de una casa en la calle Cosway, carretera a Marylebone. Para poder batallar a solas, escribía en la cocinita, y noche tras noche, mientras luchaba sombríamente, salvajemente, casi desesperadamente por encontrar un cierre digno para “Un fragmento de vida”, me asombraba y casi me alarmaba descubrir que mis pies desarrollaban una sensación de frío atroz. En el cuarto no hacía frío; había encendido los quemadores del horno de la pequeña estufa de gas. No tenía frío, pero los pies se me helaban de una manera bastante extraordinaria, como si los hubieran empacado en hielo. Al final me quitaba las pantuflas con miras a meter los dedos en el horno, y al tocarme los pies con las manos percibía que, de hecho, ¡no estaban fríos en absoluto! No obstante, la sensación permanecía; aquí, supongo, hay un extraño caso de transferencia de algo que estaba pasando en el cerebro a las extremidades. Sentía los pies bastante tibios con la palma de la mano, pero la sensación que tenía era que estaban helados. Pero ¡qué testimonio de lo adecuado de esa expresión estadounidense, “pies fríos”, para indicar un humor deprimido y desanimado! Sin embargo, de uno u otro modo, la historia se terminó y a la postre me saqué la “idea” de la cabeza. He entrado en tanto detalle acerca de “Un fragmento de vida” porque me han asegurado en distintos círculos que es lo mejor que he hecho, y para los estudiosos de los tortuosos caminos de la literatura podría ser de interés saber de los abominables esfuerzos para lograrlo.
“La gente blanca” es del mismo año que el primer capítulo de “Un fragmento de vida”, 1899, que también fue el año de Jeroglíficos. El hecho es que justo en ese momento me encontraba de muy buen ánimo literario. Me había pasado un año entero atosigado y preocupado en la oficina de Literature, un periódico semanal que era publicado por The Times, y otra vez desocupado me sentía como un preso liberado de sus cadenas: listo para danzar en letras hasta donde fuera. Pensé de inmediato en un “gran romance”, una obra muy elaborada y compleja, llena de las cosas más extrañas y excepcionales. He olvidado cómo fue que este diseño se vino abajo, pero al experimentar descubrí que el gran romance se quedaría en el valiente estante de los libros no escritos, el estante donde se encuentran todos los espléndidos libros con sus portadas de oro. “La gente blanca” es un pequeño salvamento del naufragio. De manera curiosa, como se insinúa en el prólogo, el origen de esta historia se encuentra en un libro de texto de medicina. En el prólogo se hace referencia a un artículo del doctor Coryn. Aunque después descubrí que el doctor Coryn sólo citaba un tratado científico del caso de una señora cuyos dedos se inflamaron con violencia porque vio una pesada ventana-guillotina caer sobre los dedos de su niño. Junto con esta instancia, desde luego, deben considerarse todos los casos de estigmas, tanto antiguos como modernos; y entonces la pregunta resulta bastante obvia: ¿qué límites nos resulta viable poner a los poderes de la imaginación? ¿Acaso no tiene la imaginación al menos el potencial de realizar cualquier milagro, por muy asombroso, por muy increíble que sea, de acuerdo con nuestros estándares normales? En cuanto al decorado de la historia, eso es una mezcolanza que me atrevo a considerar un tanto ingeniosa de pedacería de leyendas tradicionales y de brujas y de invenciones mías. Varios años después me divirtió recibir una carta de un caballero que, si no mal recuerdo, era maestro en alguna parte de Malaya. Este caballero, un estudioso serio del folclor, estaba redactando un artículo sobre algunas cuestiones singulares que había observado entre los malayos, y en especial una especie de estado licantrópico que algunos podían invocar sobre sí mismos. Había encontrado, según dijo, similitudes sorprendentes entre el ritual mágico de Malaya y algunas de las ceremonias y prácticas insinuadas en “La gente blanca”. Él suponía que todo esto no era invención sino hecho; es decir, que yo estaba describiendo prácticas que en verdad existían entre la gente supersticiosa de la frontera galesa; me iba a citar en su artículo para la Revista de la Asociación de Folcloristas, o como se llame, y sólo quería avisarme. Escribí cuanto antes a la revista para prevenirlos, pues ¡todos los pasajes seleccionados por el estudioso eran ficciones de mi propio cerebro!
“El gran dios Pan” y “La luz más recóndita” son relatos de una fecha anterior y se remontan a 1890, 1891, 1892. He escrito bastante sobre ellos en Cosas lejanas y en el prefacio a una edición de “El gran dios Pan” publicada por los señores Simpkin y Marshall en 1916. Ahí hablo de manera extensa de los orígenes del libro. Pero debo volver a citar algunos fragmentos de las reseñas que recibieron a “El gran dios Pan” y me causaron enorme entretenimiento e hilaridad, y fueron de lo más refrescantes. Aquí hay algunas de las mejores:
No es la culpa del señor Machen sino su desgracia que uno tiemble de risa y no de miedo al contemplar sus espantos psicológicos.
The Observer
Su horror, lamentamos informar, nos deja bastante fríos… y nuestra piel se rehúsa con obstinación a erizarse.
Chronicle
Sus espantos no asustan.
The Sketch
Mucho nos tememos que lo único que logra es hacer el ridículo.
Manchester Guardian
Horripilante, espantoso y aburrido.
Lady’s Pictorial
Una pesadilla incoherente de sexo… que pronto acabaría en locura si no se le contuviera… inocua por absurda.
Westminster Gazette
Y así sucesivamente. Varios periódicos, recuerdo, declararon que “El gran dios Pan” era tan sólo un refrito estúpido e incompetente de Là-Bas y À Rebours de Huysmans. Yo no había leído esos libros, así que conseguí los dos. Y ahí me resultó posible percibir que mis críticos tampoco los habían leído.
ARTHUR MACHEN
1 Los poetas caballeros (Cavalier poets) fueron una escuela de literatos ingleses del siglo XVII que apoyaban al rey Carlos I; los divinos carolinos (Caroline Divines) fueron un grupo de influyentes teólogos y escritores de la Iglesia anglicana en la época de Carlos I y II. [N. del T.]
2 Lit. “siempre algo nuevo”, al citar Ex Africa semper aliquid novi (“De África siempre sale algo nuevo”), de la Historia natural de Plinio el Viejo. [N. del T.]
3 Ese año murió de cáncer su primera esposa, Amy. [N. del T.]
UN FRAGMENTO DE VIDA
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