Este día importa. Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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Este día importa - Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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      Después de leer la carta de Amaia y repasar los conceptos que la motivaron a escribirme, puse atención en el número debajo de su nombre. Eran diez dígitos de un celular.

      No lo pensé dos veces. Le marqué.

      Escuché una voz de mujer joven, con timbre peculiar, más grave de lo normal, como si hubiese enronquecido de tanto llorar.

      —Hola —me identifiqué—. Soy José Carlos. El escritor.

      Guardó silencio. Después de varios segundos corroboró:

      —¿De veras eres tú?

      —Sí, Amaia. Acabo de leer tu carta. Es increíble todo lo que me dices. La última vez que vi a tus papás fue cuando se casaron.

      —Lo sé. No quise importunarte, pero de verdad necesito ayuda —aunque su voz era pausada y de dicción perfecta, dejaba entrever una clara mortificación—. Como te expliqué en la carta, mi papá está tan deprimido que no puede levantarse de la cama; parece, como te dije, un muñeco al que le han quitado las baterías. Vivimos en una especie de rancho, en una mansión campestre que siempre fue el sitio más alegre y lleno de paz, pero hoy está envuelto en una sombra de muerte. La energía negativa es tan evidente, que pienso que mi padre podría suicidarse en cualquier momento.

      —¿Dónde viven, Amaia? Dame tu dirección.

      Comenzó a dictar.

      —Espera —corrí por lápiz y papel. Anoté el domicilio; no me pareció conocido.

      —Y eso, ¿dónde está?

      —Es un fraccionamiento a las afueras de la ciudad. En el norte. Colinda con el bosque. Se llama Fincas de Sayavedra.

      —Mañana voy. A las diez, ¿te parece bien?

      —Sí. Perfecto.

      ¡Era la hija de Ariadne! Sentía como si mi propia amiga me estuviese pidiendo ayuda para su familia. Me dolía mucho que Ariadne ya no viviera, pero me asombraba la forma increíble en que este mundo redondo siempre nos regresa a los orígenes, y nos da la oportunidad de devolver el bien que recibimos.

      —Gracias, José Carlos —dijo la joven—. Nunca pensé que me contestarías el e-mail. Mucho menos que me llamarías.

      —Al contrario, Amaia. Gracias a ti por haberme buscado.

      —¿Sabes? Me gustaría mucho empaparme de lo que hablan en ese grupo de lectores con quienes te reúnes en línea. En mi casa hay una debilidad crónica. Quisiera aprender a tener más energía. Y transmitírselo a mi papá y a mi hermano.

      Todo el mundo tenía acceso a los videos que grabé durante la pandemia, pero nadie, hasta ese momento, tenía el material escrito con las ideas ordenadas. Pensé que, si organizaba mis apuntes del año y se los daba como un obsequio especial, lo apreciaría.

      —A propósito, qué curioso —agregó antes de despedirse—. Justo en estos momentos, pensaba escribirte una segunda carta. Pero ya no voy a hacerlo. Mejor mañana platicamos.

      —Hazlo. Me encanta tu forma de escribir; deberías ser escritora.

      —Tengo una novela a la mitad.

      —Pues termínala.

      La imaginé sonriendo, con una combinación de esperanza y tristeza.

      —Claro —contestó—. Algún día.

      Después de la llamada, escribí un texto que copio a continuación. Luego me dediqué varias horas a organizar mis apuntes del club “creadores de días grandiosos” y a imprimirlos. Se los llevaría como regalo.

      Estamos en el primer trimestre de 2021; se habla de una vacuna que no llega y el mundo sigue adaptándose a una nueva normalidad.

      Los noticieros de diciembre fueron escalofriantes. Vimos en el resumen del año escenas de calles vacías, negocios cerrados, hospitales del mundo atestados de enfermos, coliseos llenos de cadáveres, personas aplaudiendo por la ventana para saludarse de un edificio a otro, niños y jóvenes estudiando a distancia, pegados a un monitor. Recordamos la forma en que estuvimos encerrados, y nuestros propósitos fueron amputados. Nos dijeron “quédate en casa”, “no trabajes”, “no vayas a la escuela”, “deja de ponerte metas”, “no hay dinero”, “no vas a ganar dinero”, “el comercio está en pausa”, “las finanzas a la baja”.

      El año que pasó nos dimos cuenta de cuán vulnerables somos y de lo frágil que es nuestra existencia. Comprendimos que el mundo real puede cambiar de un momento a otro, pero que nuestra verdadera batalla está en el mundo mental. Porque es ahí, en la mente, después de perder dinero, trabajo, crecimiento; después de ver nuestros planes y proyectos truncados; después de perder a un amigo o a un familiar por el virus, donde comienza el infierno.

      En el cerebro, los pensamientos de culpa o preocupación pueden ser muy angustiosos. Además, estudiando en línea, hablando en línea, teniendo reuniones sociales en línea, conectados a dos o a tres pantallas a la vez, nuestra mente se ha vuelto un caos de confusión en el que reinan las emociones negativas.

      Más que nunca debemos enfocarnos en el presente. Porque cualquiera que sea la problemática, por muy imponente que parezca la crisis, podemos enfrentarla y superarla si la desglosamos en pequeñas partes concretas de acciones por emprender.

      Suena simple, pero es contundente: con enfoque y atención no hay nada que no podamos resolver.

      Una persona sana tiene “energía”. Sin energía te anulas, te duermes, te aletargas, enfermas, te mueres. Todo lo que haces es gracias a tu energía. Todo lo que no haces, es gracias a tu falta de energía. Sin energía en el día no te mueves, no respiras, no vives. La energía lo es todo. El objetivo de cada día es mantener un alto nivel de energía.

      La energía emocional y la física se interrelacionan. De igual forma, el agotamiento físico y el emocional se unen. La fuerza física es como el dorso de tu mano y la fuerza emocional es como la palma. Son indivisibles. Están en planos distintos, pero siempre conectadas. Hay cuatro casos de generación y pérdida de energía. ¡Analízalos!

      1. CUANDO GANAS ENERGÍA FÍSICA, ganas energía emocional. Por ejemplo: después de comer, se te quita el mal humor; al levantarte en la mañana estás más optimista; si llegas de correr en el bosque o de andar en bicicleta ya no sientes tristeza. En estos casos, la fuente de tu fortaleza emocional fue física.

      2. CUANDO PIERDES ENERGÍA FÍSICA, pierdes energía emocional. Por ejemplo, cuando enfermas o te da fiebre, te debilitas físicamente, y de inmediato te sientes de mal humor, irritable o triste. En estos casos la fuente de tu debilidad emocional fue física.

      3. CUANDO GANAS ENERGÍA EMOCIONAL, ganas energía física. Por ejemplo, si recibes una gran noticia que te provoca alegría, de inmediato te dan ganas de bailar, cantar, saltar, moverte… En este caso tu fuente de energía física fue emocional.

      4. CUANDO PIERDES ENERGÍA EMOCIONAL, pierdes energía física. Por ejemplo, si te enteras de que un familiar se accidentó; o de un peligro que te acecha, de inmediato

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