Este día importa. Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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Este día importa - Carlos Cuauhtémoc Sánchez

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Y EMOCIONES

      Las palabras mueven ideas y las ideas emociones. René Descartes estableció que los pensamientos corresponden a la esfera racional y que nada tienen que ver con las emociones, pero hoy sabemos, y se ha demostrado, que las teorías cartesianas han sido perjudiciales y erróneas. El escepticismo metodológico que nos invita a racionalizar todo y a dudar de todo es contrario a lo que la ciencia ha demostrado: pensamientos y emociones están íntimamente ligados; son causa y efecto, origen y resultado, antecedente y consecuente. Pensamientos y emociones son, en esencia, lo mismo. No lo olvidemos: las palabras mueven ideas y las ideas emociones. ¡Podemos controlar lo que pensamos, por lo tanto, podemos controlar lo que sentimos!

      Alguna vez discutí con un amigo enojado crónico. Traté de explicarle que tenemos posibilidades de controlar lo que sentimos. Mi amigo protestó. Dijo: “¡De ninguna manera puedo controlar lo que siento! Si alguien me cae mal, me cae mal, punto; o si algo me da rabia, me da rabia; o si estoy harto y fastidiado, así es como me siento y no me salgas con que la vida es hermosa y puedo sonreír ¡porque no es verdad! Las emociones son totalmente involuntarias”.

      Hay pruebas que miden las ondas cerebrales. Mediante electrodos conectados al cerebro se ha demostrado que los pensamientos de una persona le producen ansiedad, terror, preocupación, ira, excitación sexual, amor, alegría, tranquilidad, odio y demás. El corazón late más o menos rápido justo por lo que pensamos. Todo está interconectado. Cuando un psicoterapeuta le dice a su paciente: “Imagínate recostado en una playa apacible, escucha las olas del mar, siente la temperatura perfecta y piensa que no tienes nada de qué preocuparte”, los aparatos registran tranquilidad y alegría. Cuando el terapeuta lleva el ejercicio de meditación guiada a que el paciente se imagine navegando en un río de aguas oscuras, y que de pronto un caimán salta sobre el bote y lo ataca con sus enormes mandíbulas, las ondas cerebrales registran emociones de terror.

      Los pensamientos generan emociones. Es científicamente incuestionable. La pregunta obligada ahora es: Si lo que yo pienso es la causa de lo que siento, ¿puedo controlar lo que pienso? Le dije a un grupo de niños: “Cierren los ojos e imaginen que tienen un perrito pequeño en sus brazos. Acarícienlo, ahora vean cómo ese perrito comienza a inflarse como globo de helio, le sale pelo rosa y se va volando por los aires dando vueltas y cantando: En la granja del tío Juan ía, ía, oh”. Los niños se pusieron felices con la imagen y empezaron a cantar y dar vueltas. Lo entendieron. Ellos podían imaginar lo que quisieran. Hagamos el ejercicio nosotros. Piensa en un bebé. Dulce y tierno. Ahora piensa que a ese bebé le crecen las orejas y la nariz hasta convertirse en elefante. Ahora piensa que mueve las orejas y vuela. Es obvio. ¡Puedes pensar lo que quieras! Porque sí, tienes control sobre tus pensamientos. Entonces, por lógica, también tienes control sobre tus sentimientos.

      Cuentan que una señora siempre estaba de mal humor. Ella rentaba los cuartos de su casa para estudiantes. Cierto día en la madrugada, un estudiante se levantó a estudiar en la mesa del comedor. Se quedó extasiado viendo los colores de un hermoso amanecer. Entonces pasó por ahí la señora malhumorada dueña de la casa; iba rumbo a la cocina por un vaso de agua. El joven le enseñó los colores del cielo. Le dijo: “Mire señora ¡mire! ¿ya vio? La señora observó la ventana tratando de entender lo que el joven le señalaba. El muchacho insistió: “¡Es increíble!, ¿no cree?”. Entonces la mujer torció la boca enfadada y contestó: “¡Ya, ya, no te quejes tanto!, al rato mando lavar los vidrios!

      Lo que pensamos nos provoca desdicha o alegría. Ira o paz. Tristeza o esperanza. Cuando sucede algo malo ¿qué es lo primero que se viene a tu cabeza?: ¿Quién se equivocó?, ¿por qué pasó esto?, ¿quién tuvo la culpa?, ¡lo sabía!, ¡no se puede confiar en nadie!, ¡es un desastre!, ¡las cosas se van a poner peor!, ¡no hay esperanza!, ¡me quitaron mucho!, ¡perdí mucho!, ¡nadie me quiere!, ¡todo me sale mal!, ¿por qué a mí? Las ideas nocivas, de manera lógica e inmediata, generan emociones de indignación, enfado, desilusión, temor, desamparo, rabia… Pensemos ahora en ideas menos comunes, pero también posibles frente a un problema. “¡No importa quién tuvo la culpa!”, “¡si alguien se equivocó fue sin querer!”, “la gente es buena”, “tarde o temprano todo se resuelve”, “¡somos privilegiados!”, “¡tenemos mucho de qué dar gracias!”, “¡unidos somos más fuertes!”. Ante ideas constructivas, de manera automática sentiremos emociones de esperanza, ilusión, alegría, tranquilidad y paz interior.

      De estudiante fui campeón de ajedrez. Recuerdo que, durante un torneo, mi contrincante comenzó a apretarse las mejillas y a arañarse la cara. Estaba tan enfurecido por ir perdiendo la partida, que sus pensamientos lo traicionaron. Me impresionó ver cómo unos hilos de sangre comenzaron a bajarle por la cara. Pensé que en cualquier momento aventaría el tablero.

      El maestro de este joven se dio cuenta y lo regañó. Le dijo:

      —Tranquilo. Respira, concéntrate, piensa qué hacer, y usa tu turno para mover con inteligencia. Si pierdes, de todas maneras ganas, porque diste pelea hasta el final.

      El chico no logró enfocarse. Tiró a su rey y se fue.

      No hay situación grave para quien domina su mente. Si aprendemos a enfocarnos en las cosas que nos quedan, en las posibilidades que todo problema ofrece, en la oportunidad de estar vivos y en hacer cosas nuevas, podremos romper cualquier muralla y nos llenaremos de fuerza emocional. Al final, nuestra primera meta de cada día es esa: mantener altos niveles de energía.

      Puse la dirección en el gps de mi celular y seguí las instrucciones con cuidado. Pero el aparato me hizo dar vueltas en círculos. Por lo visto, la base de datos del mapa digital no tenía registrado el domicilio de Amaia. Me detuve para llamarla por teléfono. No contestó. Volví a marcar. Nada. Tal vez su casa estaba en áreas remotas con mala señal telefónica, pero descarté la idea al recordar que la noche anterior hablamos con una transmisión perfecta.

      Apagué el gps y traté de descifrar la ruta por mis propios medios preguntando a los escasos transeúntes que encontraba.

      Aunque estaba desvelado, me sentía entusiasmado por conocer a Amaia; había trabajado toda la noche preparándole el regalo de un pequeño libro impreso con el material del club “creadores de días grandiosos”. También me sentía un poco nervioso por reencontrarme con mi viejo amigo Salvador. Tenía ganas de abrazarlo y zarandearlo. Si le había dicho “estúpida” a su hija por haberme invitado, era porque sentía un fuerte rechazo hacia mi persona. Aunque no entendía por qué. A Ariadne siempre la respeté, y con Salvador pasé momentos divertidísimos. ¿Qué pudo haberle pasado para que fuera capaz de proferir palabras condenatorias o maldicientes a su propia hija?

      Las palabras tienen poder. Debemos cuidar lo que decimos y escuchamos. A veces otras personas nos dicen palabras de fatalidad. Si las oímos y creemos se abrirán cofres de pensamientos destructivos en nuestro cerebro. Esto puede pasar de la manera más inesperada. Porque el peor daño suele venir de a quellos en quienes confiamos: especialistas, familiares, amigos.

      A una persona con autoridad sobre ti, la escuchas. Si alguien con más conocimientos te dice, viéndote de frente: “Estás en un problema, prepárate para lo peor, de esta no vas a salir, acabarás mal”, sus palabras se convierten en la llave de un cofre maldito donde tenemos ideas autodestructivas.

      El cerebro es poderoso. Está conectado a todas las funciones del cuerpo. Con mucha frecuencia los pensamientos se somatizan.

      Una joven mujer siempre quiso embarazarse; estaba feliz porque al fin lo logró. Ella y su esposo hicieron una fiesta para anunciar el embarazo. Todos los felicitaron, y las felicitaciones fueron “palabras llave” que les abrieron muchos módulos

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