Oporto responsable. Manuel Jorge Marmelo

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Oporto responsable - Manuel Jorge Marmelo Alhenamedia responsable

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de los defectos de todo y de todos, pero, cuando reciben visitas, se muestran extremadamente acogedores y celosos defensores de su ciudad. Vestirán su mejor ropa, cubrirán la mesa con el mantel más delicado y ofrecerán los mejores manjares —aunque sea en su restaurante preferido— y, cuando enumeren las muchas virtudes que tiene la ciudad, se mostrarán completamente sinceros.

      De hecho, aunque vivan en ella desde hace poco tiempo, los portuenses aman su ciudad profundamente y son sus mejores embajadores. Nadie la aprecia tanto como ellos quizá porque, aunque son capaces de ver los peores defectos del objeto de su devoción, no permiten que estas faltas estropeen la fascinación de una antigua pasión. En privado, los portuenses critican a la mínima oportunidad los socavones de la calle o la falta de limpieza de algunas fachadas. Sin embargo, ante extraños, les enseñan a ver cómo el socavón y la fachada sucia también pueden formar parte de un bello conjunto.

      Dicho esto, el visitante debe saber que también entre los portuenses las asimetrías son enormes. Esta ciudad dejó hace mucho tiempo de ser la segunda más poblada de Portugal, pues ha ido empujando sin cesar a sus habitantes hacia las ciudades limítrofes. Durante el día, Oporto es aún un centro económico pujante y bullicioso, pues acoge en sus calles y edificios a más de un millón de personas. Por la noche, sin embargo, la ciudad queda algo despoblada, ya que sólo cuenta con unos trescientos mil residentes fijos.

      La ciudad está casi exclusivamente habitada por personas con cierto poder adquisitivo, que pueden afrontar los altos precios de las casas, o bien por los más pobres, a quienes el ayuntamiento concede viviendas sociales. Por ello encontramos, casi pegados, urbanizaciones de lujo y barrios sociales despersonalizados, ejemplos arquitectónicos notables y edificios en avanzado estado de degradación.

      En los últimos años, la población se ha renovado gracias a la llegada de inmigrantes, sobre todo estudiantes africanos y del programa Erasmus, comerciantes asiáticos y trabajadores brasileños y del este de Europa. Se trata de un fenómeno relativamente nuevo que le ha dado a Oporto un aire más cosmopolita y étnicamente más variado.

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      Jugando a las cartas en el Campo Mártires da Pátria.

      Aunque hoy en día los barrios antiguos ya estén más vacíos, aún presentan una densidad de habitantes por metro cuadrado muy superior a lo aconsejable, estando además tradicionalmente habitados por una población empobrecida y envejecida, poco escolarizada y sometida a fenómenos de exclusión social más o menos endémicos, que ninguno de los muchos programas de intervención llevados a cabo en los últimos treinta años ha conseguido erradicar del todo.

      A pesar de las dificultades, el portuense es, por lo general, afable y simpático, y se distingue por la facilidad y franqueza con las que, olvidando las reglas de etiqueta, recurre al lenguaje más popular, plagado de palabrotas. No hay que ver en ello, sin embargo, ningún tipo de agresividad, sino al contrario, pues los «tacos» forman parte del código social del tripeiro, es una señal amistosa y muy arraigada.

      Todo esto forma parte de las muchas anécdotas que se suelen contar de los portuenses. Aunque siempre tienen algo de verdad, también es cierto que no todos los portuenses hablan de esa forma, al igual que no a todos les gusta el plato tradicional de tripas à moda do Porto —hay muchos que las detestan— y son seguidores del Benfica, el histórico rival del mayor club de fútbol de la ciudad, el FC Porto. También hay tripeiros antipáticos y otros que no sufren el síndrome de vivir en esta ciudad y que están francamente satisfechos con la vida que llevan.

      Con todo lo dicho, a la hora de trazar el perfil del típico portuense, el visitante no dejará de considerarle como persona amistosa y acogedora.

      Los barrios

      Oporto nació, según cuentan los historiadores, en el cerro de Pena (‘peña’) Ventosa, junto al río Duero. Se han encontrado aquí vestigios de la presencia humana que se remontan a la Edad del Hierro, época en la que se supone que existió un poblado prerromano. La ocupación del cerro prosiguió durante el período romano y, tras las invasiones bárbaras de finales del siglo VI, se convirtió en sede episcopal.

      Ocupado por los árabes tras la derrota visigoda en 771, la conquista cristiana llegó a Portucale en el año 868, cuando la ciudad, que por ese entonces comenzaba a crecer, se convirtió en el centro neurálgico del Condado Portucalense, embrión del país que es hoy en día Portugal. En aquella época este núcleo urbano pertenecía al obispo don Hugo, a quien se lo había donado doña Teresa, madre del primer rey portugués, Alfonso Enríquez.

      Los barrios principales de Oporto son todavía aquellos que conformaban la ciudad medieval, se extienden por los cerros vecinos de Vitoria y bajan hasta las orillas del río, por Miragaia y por la Ribeira. Quien visite esta zona podrá observar, ciertamente, los monumentos más importantes de Oporto, con excepción de los edificios más recientes, como la Casa da Música, proyectada por el famoso arquitecto holandés Rem Koolhaas, y el Museu de Arte Contemporãnea de Serralves, diseñado por Álvaro Siza Vieira. Debido a su excepcional valor, el centro histórico ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco. Olvidados y abandonados durante muchos años, estos barrios históricos han conocido un lento proceso de rehabilitación a partir de la década de 1970, que se aceleró ligeramente en los últimos años del siglo pasado.

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      Vendedor de castañas.

      Todavía existen algunos edificios muy degradados que, ciertamente, sorprenderán a los visitantes, aunque se han hecho grandes mejoras en los espacios públicos del centro histórico, que poco a poco recobra su mejor aspecto. El centro histórico alberga un conjunto de edificios monumentales de gran valor, principalmente de carácter religioso y de estilo barroco, que se combinan con un bonito y típico caserío emplazado sobre las escarpas, entre los que destacan bellos ejemplares de la arquitectura civil, como el deslumbrante Palácio da Bolsa. Se debe visitar este barrio de forma pausada y tranquila, recorriendo sus estrechas calles y bajando o subiendo por las escaleras que unen muchas de ellas. Merecen una atención especial edificios tales como el Paço Episcopal (‘palacio Episcopal’), la iglesia catedral (‘Sé’), la iglesia de São Francisco, el convento de São Bento da Vitória, la Torre dos Clérigos y la antigua Cadeia (‘cárcel’) da Relação, sede actual del Centro Português de Fotografia.

      Ribeira

      El centro más antiguo de la «movida» de la ciudad se halla en el barrio de Ribeira, el cual ha ido decayendo en este sentido durante los últimos años debido a que han surgido nuevos locales de diversión en zonas más periféricas y con mayor facilidad de acceso. Una reciente operación de rehabilitación urbanística ha creado las condiciones necesarias para la recuperación del barrio, donde existen numerosos bares y restaurantes, amenas terrazas con vistas al río y, sin duda, escenarios urbanos que invitan a ser captados por las cámaras fotográficas de los visitantes. También han abierto en esta zona algunas cuidadas tiendas, sobre todo de carácter enológico y de la moda más irreverente.

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      Barrio de la Sé.

      Sé

      Es el barrio donde nació Oporto y en torno al cual ha crecido la ciudad. Además de la visita a la iglesia catedral y a otras joyas del arte sacro como, por ejemplo, el museo ubicado en la iglesia dos Grilos, se encuentran también aquí algunas de las expresiones más auténticas del alma de la ciudad. El espíritu comunitario y las relaciones de vecindad están todavía bastante arraigadas y los habitantes son muy amables.

      Vitória

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