El carácter de la filosofía rosminiana. Jacob Buganza

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El carácter de la filosofía rosminiana - Jacob Buganza Biblioteca

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perciba, ya que no puede haber percepción sin sensación. De ahí que el alma humana se considera “Es un principio del sentir ínsito en el sentiente” (n. 121). Pero el alma humana no sólo siente, sino que percibe intelectivamente; por lo tanto, es un principio al mismo tiempo sensitivo e intelectivo (cf. n. 122). Ahora bien, cuando el alma se pronuncia a sí misma toma el vocablo yo. De ahí que el estudio del alma humana sea un estudio del yo, en donde debe reconocerse lo que es ella misma y todo lo que le está sobreañadido. Según el roveretano, dos propiedades son esenciales al alma: la simplicidad y la inmortalidad, y ambas encuentran su fundamento en lo que enseña la ideología: que la forma del alma es la idea de ente en universal. De ahí que el alma humana, principio sensitivo e intelectivo, tiene por naturaleza la intuición del ser en universal y, además, tiene una sensación cuyo término es ella misma.

      Rosmini se dedica a dilucidar cómo es que se da la sensación del propio cuerpo y de los cuerpos extraños cuyo acto, como se dijo, depende de un principio simple, que es el alma. Además, establece múltiples distinciones con respecto al problema del continuo y la unidad, que se da no sólo en los cuerpos externos, sino también en el propio cuerpo que anima el alma. Este problema de la continuidad se relaciona precisamente con los constitutivos de lo material, a saber, los átomos. ¿Cómo es que los átomos, que parecieran discontinuos, se unifican en un continuo? Gracias al principio simple, que es el alma.

      Rosmini continúa por este sendero y establece nuevas distinciones entre el sentimiento del ser corpóreo, el sentimiento de ejercitación (que se refiere al movimiento interno) y el sentimiento orgánico, que es único en los animales. Entonces, debido a que el alma es sensitiva e intelectiva, y es una sola (alma racional), se dice que “El cuerpo es un término del alma humana sentido-entendido. En consecuencia, hay una percepción intelectiva del propio cuerpo, primigenia e inmanente, y en esta percepción consiste el nexo entre el alma humana y el cuerpo” (n. 140). Alma y cuerpo están ligados de manera íntima y se influyen mutuamente (fisico infusso). Esta íntima unión puede romperse cuando el cuerpo, término de la actividad del alma, se desorganiza. Cuando acaece esta desorganización sucede la muerte del hombre.

      Ahora bien, con respecto al movimiento y desarrollo del alma, afirma el roveretano que la psicología realiza dos labores: una analítica y otra sintética. La primera deduce las facultades de la esencia del alma, es decir, estudia sus potencias; la sintética se enfoca en las leyes o modos constantes de operar de las facultades deducidas. Con respecto a estas leyes, Rosmini distingue tres tipos: las propiamente psicológicas, que son las que provienen de la propia naturaleza del alma; las leyes ontológicas, que son impuestas al alma por su término superior intelectivo –que es el ente y cuya ley principal es el principio de cognición: “el término del pensamiento es el ente”– y, finalmente, las leyes cosmológicas, que se imponen al alma por su término inferior, que es el mundo sensible.

      Con respecto al destino del alma humana ésta tiene un triple fin. Por un lado, el análisis de la naturaleza del alma muestra que es inteligente y que tiende a la verdad; por otro lado, la segunda parte de esta naturaleza es la voluntad, que se dirige hacia la virtud; pero hay una tercera parte que se deduce del análisis de la naturaleza anímica y es el “sentimiento”, en cuanto tendencia a “gozar”, a ser “feliz”. De ahí que “La voluntad que se adhiere a la verdad y que es virtuosa, la voluntad que en consecuencia ama a todos los entes según la verdad, quiere también que estos entes se le dieran para gozar, ya que con el gozo se cumple su conocimiento y su amor sobre ellos. Esto es la felicidad” (n. 150). Evidentemente es un triple fin:

      El alma tiende por su naturaleza a la perfección, y que esta perfección consiste en la plena visión de la verdad, en el pleno ejercicio de la virtud y en la plena consecución de la felicidad, triple fin, triple destino, en el cual se encuentra, sin embargo, una perfecta unidad, porque no se puede ser sólo uno de estos tres elementos de manera completa sin que estén los otros dos […] No son más que tres formas de un único bien (n. 150).

      Pasa a hablar brevemente de la cosmología, que es la “doctrina del mundo”. Es parte de las ciencias de la percepción, porque los cuerpos con los que se conforma el mundo son objeto del alma humana. La cosmología es la doctrina de lo contingente, aquello que “No tiene en sí mismo la razón de su propia existencia” y por ello “exige una causa” (n. 155). De esta forma, la cosmología estudia al ser real contingente y su causa. Rosmini se dedica a dar varias pruebas de la contingencia del mundo, entre las que destaca la propia conciencia de uno mismo que hace caer en la cuenta de que no subsistimos gracias a nosotros (cf. n. 157).

      Afirma también que la cosmología trata las diversas partes del universo, en donde distingue al menos tres: los espíritus puros, las almas y los cuerpos; de esto no da mayores pistas. Finalmente, la cosmología también trata el orden del universo, tema que expone mediante las leyes cósmicas o universales de todas las cosas contingentes. Esto muestra, según Rosmini, que la cosmología no puede tratarse aparte de la ontología y de la teología. ¿Cómo hablar del ente finito y contingente sin hablar o haber tratado del ente infinito y necesario? “Nosotros consideramos –dice Rosmini– que es imposible hacer de la cosmología una ciencia completa; creemos, empero, que ella no puede ser otra cosa que parte de una ciencia superior que brinda la doctrina del ente: en abstracto y universal, y en su acto completo y absoluto” (n. 162).

      De esta forma, el autor pasa a la tercera parte de la obra, que tiene por objeto las ciencias del razonamiento. El razonamiento depende tanto de la intuición como de la percepción (cf. n. 163). Estas ciencias del razonamiento se dividen en dos grupos. El primero corresponde a las ciencias ontológicas, que tratan de los entes como son. El segundo atañe a las ciencias deontológicas, que deliberan sobre cómo deben ser tales entes. Las ciencias ontológicas se dividen en dos: la ontología propiamente dicha y la teología natural.

      La ontología trata del ente en toda su extensión; de su esencia y de las tres formas en que tal esencia puede darse: la forma ideal, la real y la moral. La esencia es la misma, pero las formas son diferentes entre sí. La forma ideal se refiere a la esencia del ser en cuanto cognoscible; la forma real es el ente subsistente (que puede ser tanto subjetivo como extrasubjetivo (cf. n. 170); la forma moral “Es la relación que tiene el ser real consigo mismo mediante el ser ideal” (n. 169). Estas tres formas son el fundamento de las categorías, que son precisamente la categoría ideal, la categoría real y la categoría moral (cf. nn. 171-172). Según Rosmini, hay una ley de síntesis del ente, que consiste en que éste no puede existir bajo una sola de las tres formas si no existe bajo las otras dos; en el Sistema filosófico esta tesis permanece sólo anunciada y no la desarrolla por ningún lado.

      La teología natural trata del ente como es en sí, “En cuanto nuestra mente se da cuenta de que el ente es todavía más extenso que como se nos manifiesta: trata, en suma, del Ser absoluto, de Dios”. En este sentido, para el roveretano la teología natural supera a la propia ontología. La teología natural trata, en primer lugar, de demostrar la existencia de Dios; posteriormente, se dedica a esclarecer cómo es que el hombre puede conocer a Dios permaneciendo en el orden de la naturaleza; al final expone cómo es Dios en sí mismo y cómo se relaciona con las criaturas. Con respecto al primer problema, Rosmini brinda cuatro argumentos que no será conveniente revisar aquí, ya que son de una gran profundidad. Sólo uno de ellos, el tercer argumento, recuerda a las vías de la existencia de Dios del Aquinate, y los otros tres son rosminianos, aunque tienen un cierto sabor feneloniano y hasta malebranchiano. Con respecto al segundo asunto, la teología natural enseña que “El hombre no puede conocer a Dios sino a través del razonamiento. No pudiendo ni intuir ni percibir a Dios naturalmente en esta vida, se vuelve necesario el razonamiento para descubrir su existencia” (n. 182). Esta vía de razonamiento puede ser negativa –a la usanza del pseudo-Dionisio, cuando los defectos y limitaciones del ente real no se aplican a Dios– o de eminencia, sendero que afirma las perfecciones de Dios sin ningún género de limitación. Estos dos caminos suelen llamarse via exclusionis y via eminentiae. Con respecto al tercer problema, Rosmini afirma que la revelación ayuda a esclarecer la naturaleza de Dios, en donde encuentra que Él es gobernante del universo y donde

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