Encuentros íntimos. Kathryn Ross

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Encuentros íntimos - Kathryn Ross Julia

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ese momento, sonó el timbre.

      —Papá, quiero verla —dijo Alice, tirando de su manga. Callum miró a su hija y se dio cuenta de que llevaba el vestido al revés—. ¿Es guapa? ¿Se parece a Mary Poppins? —insistió la niña, abriendo de par en par sus ojitos azules.

      —No mucho, cariño —contestó Callum con una sonrisa, tomando a la niña en brazos.

      —No sé por qué está tan contenta —murmuró Kyle, tumbado en el sofá frente a la televisión—. La abuela Ellen y Millie cuidan de nosotros. No necesitamos a nadie más.

      —La abuela necesita descansar un poco —dijo su padre—.Vamos, Kyle, apaga la tele. Quiero que te portes bien delante de nuestra invitada.

      Kyle ignoró la orden y se arrellanó cómodamente en el sofá.

      Zoë golpeaba el suelo con el pie, impaciente y helada de frío. ¿A qué esperaban para abrir?, se preguntaba, irritada. Pero olvidó su irritación cuando se abrió la puerta y se encontró frente a un hombre guapísimo.

      Debía tener treinta y tres o treinta y cuatro años. Alto, de hombros anchos, con el pelo y los ojos oscuros, era tan atractivo como un actor de cine. Se parecía un poco a George Clooney, pensó.

      —¿Callum Langston?

      —Sí —contestó él, mirándola de arriba abajo.

      —Hola. Soy Zoë Bernard.

      —Ya lo imaginaba —murmuró él, admirando los labios rojos y las cuidadas uñas pintadas del mismo color. Era una chica muy atractiva… de hecho, demasiado atractiva. Pero en cuanto a cuidar de los niños y llevar la casa, ya podía ir llamando a su madre para que volviera inmediatamente.

      —¿Me invita a entrar o va a dejarme en la puerta? —sonrió Zoë—. He hecho un largo viaje desde Londres y me vendría bien una taza de té.

      —Sí, perdone —dijo él, apartándose. En el salón había una niña rubia de unos cinco años y un niño de siete con el pelo rizado y cara de pocos amigos.

      —Hola —sonrió Zoë.

      —Me estoy perdiendo mi programa favorito por tu culpa —la acusó el niño de repente.

      —Oh, vaya —murmuró ella, observando que alguien había desenchufado la televisión.

      —Kyle, ayúdame con las maletas de la señorita Bernard —dijo su padre.

      Por un segundo, Zoë pensó que el niño iba a ignorar la orden, pero después se levantó obedientemente.

      —Ha venido a cuidar de nosotros, ¿verdad? —sonrió la niña. Zoë se fijó en que llevaba el vestido al revés—. La abuela Ellen necesita descansar un poco porque le damos mucho trabajo.

      —Supongo que no lo haréis a propósito.

      —No. Pero Kyle es muy pesado.

      —¿De verdad? —sonrió Zoë.

      La niña la miró con expresión concentrada.

      —¿Vives en Londres?

      —Sí.

      —¿Y conoces a la reina?

      —Personalmente, no.

      —Alice, deja en paz a la señorita Bernard. Está demasiado cansada como para aguantar un interrogatorio —dijo Callum, entrando con las maletas en la mano.

      —No me importa —sonrió ella—. Y puede llamarme Zoë.

      —Muy bien. Te enseñaré tu habitación —dijo Callum entonces, observando a su hijo arrastrar un enorme neceser. Aquella chica debía llevar suficientes cosméticos como para pintar la casa entera, pensó—. Por aquí.

      Era una casa muy antigua y llena de personalidad. Zoë notó que las puertas eran demasiado pequeñas y Callum tenía que inclinar la cabeza.

      Su dormitorio estaba en el piso de arriba y tenía una gran cama de madera. Como el resto de la casa, era una habitación preciosa, pero necesitada de algunos toques para restaurar su antiguo encanto. Una capa de pintura, algunos muebles modernos y sería un lugar muy acogedor, pensó.

      —Hace calor —murmuró Zoë, poniendo una mano en el radiador.

      —Aún no ha llegado la primavera y me gusta que en la casa haya una temperatura agradable, pero lo bajaré si quieres —dijo Callum, dejando las maletas en el suelo.

      El paisaje desde la ventana era espectacular y Zoë pensó que quizá podría pintarlo. Había llevado con ella todo su material de trabajo.

      —Voy a abrir un poco —dijo, sonriendo. Pero él no le devolvió la sonrisa—. Este es un sitio precioso. Mi madre solía traerme al lago cuando yo era pequeña.

      De repente, sus enormes ojos verdes se llenaron de tristeza, pero enseguida volvió a sonreír. Zoë Bernard era una mujer que podía tener el mundo en bandeja, pensó Callum. Nunca había tenido un problema serio en toda su vida porque «papá» estaba siempre a su lado para ayudarla.

      —¿Necesitas alguna cosa?

      —Creo que no —contestó ella, sentándose en la cama. Era muy dura. Un poco como Callum Langston, pensó. No estaba acostumbrada a tratar con hombres que no le devolvían la sonrisa. Normalmente, en los ojos de los hombres que trataba había siempre un brillo de admiración, pero Callum parecía mirarla como si fuera una extraterrestre. Y era un hombre muy guapo. Mucho. Su amiga Honey se enamoraría de él perdidamente.

      Zoë miró a los dos niños que estaban en la puerta.

      —La abuela Ellen volverá pronto —dijo el niño entonces.

      —Sí. Solo estoy sustituyéndola durante unas semanas —sonrió Zoë—. Así que tendréis que decirme qué debo hacer.

      Kyle lanzó sobre ella una mirada de reproche que la sorprendió.

      —Más tarde te explicaré cuáles son tus obligaciones. Vamos, niños, Zoë tiene que deshacer las maletas —dijo Callum saliendo de la habitación. Kyle lo siguió, pero Alice no se movió de la puerta.

      —¿Te gusta la Barbie? —le preguntó a Zoë como si fuera algo de una importancia extrema.

      —Me encanta.

      —A mí también —sonrió la niña. Zoë se levantó de la cama y abrió uno de los armarios. Había ropa de mujer colgada de las perchas—. Era la ropa de mi mamá. Pero el otro armario está vacío.

      —Gracias, Alice.

      Su jefe le había dicho que Callum era viudo y Zoë se preguntaba cuándo habría perdido a su mujer. Era triste que siguiera teniendo su ropa colgada en el armario.

      —¿Qué es esto?

      Cuando Zoë se dio la vuelta, encontró a Alice mirando en su neceser.

      —Es

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