Encuentros íntimos. Kathryn Ross

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Encuentros íntimos - Kathryn Ross Julia

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salió de la habitación, casi se chocó con Zoë que salía del cuarto de baño con el cesto de la ropa sucia en la mano.

      —Qué susto. No te había oído entrar.

      Callum le quitó la cesta de las manos y vio el uniforme de Kyle, cubierto de algo que parecía hollín.

      —¿Los niños te han dado mucha guerra?

      —No. Se han portado bien.

      —Tienes algo en la cara —observó él.

      —¿Yo? —murmuró Zoë, tocándose una mejilla.

      Callum alargó la mano y le limpió una mancha de hollín.

      El roce la turbó, sin que ella supiera por qué. Por un momento, sus ojos se encontraron. Callum estaba muy cerca, tanto que podía ver las pequeñas arruguitas que tenía alrededor de los ojos. Eran arruguitas de expresión, las líneas que demostraban que alguien ha vivido, ha reído, ha amado.

      Su mirada se deslizó hasta la sensual curva de sus labios, absolutamente masculinos. Y sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

      —¿Qué has hecho? ¿Sacar carbón?

      —¿Carbón? —repitió ella, indecisa.

      Zoë recordó el miedo que había pasado al no encontrar a Kyle. Lo había buscado durante una hora y por fin lo había encontrado escondido en la carbonera.

      El niño estaba tumbado en el suelo, manchado de hollín hasta las cejas y cuando le había pedido explicaciones, Kyle simplemente se había quedado mirándola, desafiante.

      ¿Había sido solo una cosa de niños o había algo más profundo en su extraño comportamiento?, se preguntaba Zoë. ¿Y cómo iba a contárselo a su padre?

      —¿Zoë? —la voz de Callum hizo que volviera a mirarlo.

      Quizá no sería buena idea contárselo, pensó. Quizá lo mejor sería hablar con el niño por la mañana.

      —Es que he estado… limpiando un poco —dijo, pasando a su lado—. ¿Quieres que te prepare algo de cena?

      —No, gracias. Me haré un bocadillo —contestó él, siguiéndola hasta la cocina y dejando la cesta en el suelo—. Siento mucho haber tenido que marcharme con tanta prisa.

      —No pasa nada. Alice me dijo que estaban naciendo los corderitos… —empezó a decir Zoë, mientras metía la ropa en la lavadora. En ese momento, uno de los corderitos que Callum había llevado la rozó con el hocico y ella lo miró, sorprendida—. ¿Qué es esto? ¿Te has traído trabajo a casa?

      —Me temo que hemos tenido un mal día. Su madre ha muerto —contestó él, sacando unos biberones del armario—. Tendremos que alimentarlos nosotros. ¿Has cenado algo?

      —Sí. Cené con los niños —contestó ella—. ¿Quieres que caliente la leche mientras tú te preparas un bocadillo?

      —Gracias.

      Zoë metió un jarro de leche en el microondas y después la echó en los biberones.

      —¿Por qué has buscado una niñera en Londres? ¿No podías hacerlo en Kendal? Está mucho más cerca.

      Callum se quedó paralizado durante unos segundos. ¿Sospecharía algo?, se preguntó.

      —Un amigo me recomendó tu agencia.

      Zoë se sentó y colocó uno de los corderitos sobre sus rodillas. El animal se movía, inquieto, y no quería tomar el biberón.

      —Espera —dijo él, enseñándola a sujetar al animal. En cuanto el corderito probó la leche, se agarró a la tetina y chupó con ansiedad.

      Callum tomó al otro y le dio un biberón con la habilidad adquirida tras años de experiencia.

      —Ya veo que estás muy acostumbrado —sonrió Zoë.

      —Cada año tenemos que cuidar de un par de ellos —suspiró el hombre—. Gracias por limpiar la cocina, por cierto. No esperaba que hicieras tantas cosas en una sola noche.

      —No me ha costado nada.

      La verdad era que a causa de la bromita de Kyle había tenido que correr como una loca para dejar la casa limpia antes de que Callum volviera, pero no pensaba decírselo.

      —Gracias de todas formas.

      —Alice me ha dicho que tienes un ama de llaves.

      —Sí. Millie viene dos veces por semana, así que podrás tener esos días libres.

      —Muy bien.

      Un mechón había escapado de su trenza y ella lo apartó con la mano. Parecía muy joven, pensó Callum. Se preguntaba si el hombre con el que salía en Londres sería tan malo como Francis lo había pintado.

      —Si te necesitara unos días más, ¿podrías quedarte?

      Zoë dudó un momento.

      —Sí, pero solo un par de días. He aceptado este trabajo para hacerle un favor a mi jefe, pero tengo que estar de vuelta en Londres a primeros de abril.

      —¿Otro trabajo o alguna cita? —preguntó Callum, intentando aparentar despreocupación.

      —Las dos cosas —sonrió ella. Tenía una sonrisa preciosa; cálida y sincera. Una sonrisa que iluminaba sus ojos. Callum se encontró a sí mismo pensando que era una chica encantadora, pero interrumpió esos pensamientos inmediatamente. ¿Cómo podía sentirse atraído por una chica que no era más que una niña mimada? Aunque lo cierto era que no se parecía nada a la descripción de su padre.

      —Si quieres, podemos hablar ahora de tus obligaciones —dijo Callum, después de aclararse la garganta—. Lo más importante son los niños. Preparar el desayuno, llevarlos al colegio y todo eso. Yo estoy muy ocupado y tendrás que hacer los deberes con ellos por la tarde. Si quieres salir alguna noche, dímelo con un día de antelación y contrataré una niñera.

      —No creo que vaya a salir. No conozco a nadie aquí.

      —Bueno, pero no quiero que te sientas como una prisionera —sonrió Callum—. Mañana iré contigo al colegio para enseñarte donde está. Salimos de aquí a las ocho y cuarto —añadió, dejando al corderito en el suelo al lado de su hermano—. ¿Te apetece un té?

      —No, gracias, me voy a dormir. Estoy cansada —dijo Zoë, observando a Callum llenar dos bolsas de agua caliente—. Hace frío por las noches, ¿verdad?

      —Sí, pero las bolsas son para ellos —contestó él, señalando a los corderillos—. Si tienes frío, puedes ponerte una manta eléctrica. Está en el armario.

      —No creo que la necesite, pero gracias. ¿Te importa si uso el teléfono? Mi móvil no tiene cobertura.

      Callum dudó un momento. ¿Pensaría llamar a su novio? A su padre no le haría mucha gracia, pero él no podía negarse.

      —Puedes

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