Encuentros íntimos. Kathryn Ross
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—Buenas noches.
Cuando Zoë entró en su dormitorio, se dio cuenta de que había olvidado cerrar la ventana. Helada, se puso el camisón y se metió en la cama, temblando de frío.
Cuando apagó la luz, la habitación quedó completamente a oscuras. El único sonido, el viento que golpeaba las ventanas.
Cuando estaba quedándose dormida, un grito le heló la sangre. Zoë se sentó de golpe sobre la cama. ¿Qué había sido eso? El sonido había llegado de fuera, tenía que ser un animal…
Unos segundos después volvió a escuchar el grito. Parecía un alma atormentada. En ese momento, la ventana se abrió de golpe y Zoë saltó de la cama, asustada.
—¿Zoë, te encuentras bien? ¿Qué ha sido eso? —escuchó la voz de Callum al otro lado de la puerta.
—Se ha abierto la ventana y no puedo cerrarla.
—¿Puedo entrar?
—Sí, claro —contestó ella—. No sé qué ha pasado. He oído un grito y un segundo después se ha abierto la ventana de golpe.
Callum no podía apartar la mirada del camisón de seda, que resaltaba las curvas de su cuerpo. Zoë era una chica muy, muy atractiva.
—El que grita es Percy.
—¿Y quién es Percy? —preguntó ella.
—Un pavo real.
—¿Un pavo real?
—Un pájaro muy grande con la cola de colores —bromeó Callum—. No te preocupes, no es peligroso. Y no suele entrar en las habitaciones.
—Ja, ja —dijo Zoë—. Podrías haberme advertido de que tenías un zoo.
—Estás en una granja —le recordó él.
—Ya sé que soy una chica de ciudad, pero también sé que un pavo real no es un animal de granja.
—¿Ah, no? —sonrió Callum, acercándose a la ventana—. A ver si puedo arreglar esto.
Zoë no pudo evitar alegrarse cuando vio que él tampoco podía cerrarla.
—Un hombre tan fuerte como tú… yo habría jurado que podrías arreglar la ventana en un segundo —murmuró, irónica.
—La madera ha cedido. Necesito herramientas para arreglar esto.
—Excusas, excusas.
Callum sonrió.
—Vale, no debería haberme reído de ti.
—Ciertamente. Ha sido un error.
—Lo siento —sonrió él de nuevo. Era aún más guapo cuando sonreía. De repente, Zoë se dio cuenta de que solo llevaba puesto el camisón. Debería haberse puesto la bata, pensó—. ¿Firmamos una tregua?
Callum era un hombre muy atractivo y el brillo de sus ojos, medio burlón, medio serio, la ponía nerviosa.
—De acuerdo.
—Quizá deberías dormir en mi habitación —sugirió él entonces. Zoë levantó una ceja—. Me refiero a intercambiar habitaciones por esta noche.
Ella se puso colorada.
—Ya lo sabía —murmuró, intentando apartar de su mente las seductoras imágenes que evocaba aquella frase.
—Pues vamos a organizarnos —dijo Callum, llevándola a su habitación—. Las sábanas están limpias. Millie las ha cambiado esta mañana.
—¿Y tú? —preguntó Zoë, sintiéndose culpable. Probablemente, él estaba exhausto después de haber trabajado todo el día—. No puedes dormir en mi habitación, está helada.
—¿Me invitas a dormir aquí? —bromeó Callum. Pero la broma hizo que el corazón de Zoë se acelerase.
—No seas bobo.
—Yo puedo dormir en cualquier parte —sonrió él—. Intentaré sujetar la ventana con algo y la arreglaré por la mañana. Buenas noches.
—Buenas noches.
Zoë se metió en la cama, nerviosa. Era muy cómoda, mucho mejor que la suya. Las paredes del dormitorio estaban pintadas de color marfil y había varios cuadros de alegres colores que una mujer había elegido, estaba segura. Cuando se volvió, vio una fotografía de los niños en la mesilla. No podía ser fácil para Callum criarlos solo, pensó mientras apagaba la luz.
Cuando cerró los ojos, pensó en su padre. Él la había criado solo. Zoë tenía la edad de Kyle cuando su madre murió, pero seguía recordando cuánto le había dolido su pérdida.
Su padre había hecho lo que pudo, pensó, suspirando. Si pudiera aceptar que era mayor y quería ser independiente, que quería ganarse la vida a su manera, sin su ayuda. Siempre estaba metiéndose en sus cosas y eso la enfermaba. Dos semanas antes habían tenido una tremenda discusión y seguían sin hacer las paces. Por eso había llamado a su compañera de piso, para preguntar si su padre había dejado algún mensaje. Pero Honey le había dicho que solo tenía un mensaje de Matthew Devine, diciendo que no se preocupase, que todo iba según lo previsto.
Zoë enterró la cara en la almohada. Matthew estaba ayudándola a organizar su primera exposición de pintura, sin que su padre se enterase. Él había imaginado que eran novios y Zoë no lo había sacado de su error. Si su padre supiera lo de la exposición, estaba segura de que obligaría a sus socios a comprar todos los cuadros y nunca sabría si había tenido éxito.
Quizá debería haberle contado la verdad, pensaba. Pero a su padre nunca le había gustado su devoción por el arte. Él habría preferido que se dedicase al negocio familiar.
Zoë lo quería mucho, pero se negaba a tolerar que tomara decisiones por ella. Su reacción cuando había pensado que iba en serio con Matthew había sido la que esperaba; se había puesto a dar voces.
Pero ella era suficientemente mayor como para decidir qué quería y qué no quería en la vida. Su padre tendría que aceptarlo y no pensaba volver a hablar con él hasta que le pidiera disculpas. Cuando decidiera casarse, sería ella quien eligiera a su marido. ¡Se había quedado de piedra cuando le dijo que tenía a alguien en mente para ella! Siempre había sido muy dominante, pero aquello era demasiado.
Zoë se dio la vuelta en la cama. Que se enfadase, pensó. Que pensara que iba a casarse con Matthew. Se lo merecía.
No pensaba llamarlo y no pensaba obedecerlo. Tenía que ser firme, mostrarle que