Demasiado sexy. Victoria Dahl
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–Pero si es la única vez que te he llamado sexy, so bobo.
Él sonrió.
–¿Seguro, Jenny?
Jenny puso los ojos en blanco.
–Guárdate tu encanto para Rayleen, vaquero.
–Eh, tengo una idea. ¿Por qué no la engañas tú para que le alquile un piso a Charlie, y yo me mantengo al margen?
–Ni hablar. Rayleen es mi jefa, y podría despedirme. A ti no –dijo Jenny, y miró su vaso de cerveza vacío–. La casa invita si me haces el favor.
–¿A una miserable cerveza? No llevo tanto tiempo sin trabajo. No estoy tan desesperado.
–Una cerveza y el agradecimiento del ayudante del sheriff Nate Hendricks. Tener a un poli de tu parte podría serte muy útil. ¡Y piensa en tu vieja amiga Charlie!
Sí. Charlie, su compañera mona del instituto. Necesitaba un sitio en el que vivir, y la Granja de Sementales era una de las pocas opciones baratas y bonitas de un pueblo tan turístico como aquel.
–Mierda –murmuró.
Walker cabeceó y se pasó una mano por el pelo. Lo tenía demasiado largo y había empezado a rizársele por encima del cuello de la camisa. Llevaba varias semanas con la idea de afeitarse la barba y cortarse el pelo, pero había empezado a hacer frío, y se le habían quitado las ganas. Aunque, si lo hubiera hecho, Nicole habría tenido menos oportunidades de agarrarse a él…
Se terminó lo poco que quedaba de cerveza.
–No le voy a decir mentiras a una anciana. Pero haré todo lo que pueda, ¿de acuerdo?
–De acuerdo. Gracias. Eres el mejor, Walker.
–Sí, eso dicen.
–También eres incorregible. De lo cual, me alegro, porque Rayleen viene por ahí.
Él hizo un mohín y empujó el vaso hacia Jenny.
–¿Otra cerveza gratis?
–Creía que no estabas tan desesperado.
–No lo estoy. Lo que estoy es asustado.
–De acuerdo –respondió ella, riéndose–. Te invito a otra cuando lo hayas conseguido.
Walker respiró profundamente y se giró, sonriendo, hacia la anciana de pelo blanco, que tenía un aspecto inofensivo.
–Vaya, mi casera favorita. Hola, doña Rayleen.
–Date la vuelta otra vez, Walker –le espetó ella–. No había terminado de mirarte el culo.
–Yo creía que lo tendrías muy visto, a estas alturas. Lo miras demasiado a menudo.
–No hay demasiado que valga cuando se trata de un buen trasero, tonto.
–Vaya, gracias, señora.
Walker empezó a sonreír con más ganas. En realidad, quería mucho a aquella mujer tan peliaguda.
–Le estaba preguntando a Jenny dónde te habías metido.
Rayleen enarcó una de sus cejas plateadas y se sentó en su sitio de siempre, en una mesa que estaba en uno de los rincones del local.
–¿Es que has decidido aumentar la edad de tus conquistas? ¿Ya no te vale que tengan diez años más que tú?
Walker notó que le ardían las mejillas. ¿Se refería a Nicole? ¿Acaso lo sabía todo el mundo? Sin embargo, se quitó aquella idea de la cabeza. Rayleen solo estaba bromeando y, además, si él no quería tener que reconocer sus actos, lo primero que tenía que hacer era comportarse debidamente.
–No. Quería preguntarte por el apartamento que está enfrente del mío. ¿Sigue vacío?
Ella entrecerró los ojos.
–Puede ser. ¿Por qué?
–Charlie, una vieja amistad mía, está buscando piso.
–Ah. ¿Y cuántos años tiene?
–Bueno, es más o menos de mi edad.
Entonces, a ella le brillaron los ojos con más interés.
–¿Ah, sí? ¿Y trabaja en un rancho?
–No, no, es responsable de seguridad de un hotel, creo.
Ella se puso un cigarro en los labios y lo dejó allí, colgando. Él nunca la había visto fumar de verdad, pero parecía que a Rayleen le gustaba tener el tabaco a mano.
–¿Y qué estatura tiene? –le preguntó ella, mirándolo de arriba abajo. El cigarrillo se le movió entre los labios.
Walker se movió con incomodidad y carraspeó.
–Ah, demonios, Rayleen. No lo sé. Menos estatura que yo.
–Umm.
Todo el mundo sabía que a Rayleen le gustaba tener a chicos guapos alrededor. A Walker no le importaba. Él estaba muy contento por poder vivir en un apartamento bonito con un precio decente. Y, en aquella ocasión, podía sacar provecho de la admiración que tenía Rayleen por su trasero.
–A veces he oído que la gente decía que es una monería.
–¿Ah, sí? –dijo ella, y se puso a barajar unas cartas para empezar el primer solitario del día–. Bueno, iba a alquilarle ese apartamento a un profesor de snowboard, pero se ha roto la pierna, así que no va a poder venir esta temporada. Una pena. Era casi tan grande como tú. Aunque no sé, no estoy segura de eso de que sea una monería.
–Bueno –dijo Nate–, yo conozco a Charlie desde hace mucho tiempo. Fuimos juntos al instituto.
–¿Charlie qué?
Walker carraspeó de nuevo.
–Charlie Allington. ¿Conoces a los Allington?
Ella se encogió de hombros. Charlie se había ido del pueblo a estudiar en la universidad, así que tal vez nunca había estado en aquel bar después de tener edad suficiente para poder beber.
–Charlie es familia de Nate –le explicó a Rayleen.
Ella murmuró como si no le importara, pero él sabía que Nate le caía muy bien. Tal vez eso pudiera ser una ventaja. Rayleen sacó una carta y la puso boca arriba sobre la mesa. Jenny se acercó y, lentamente, pasó la bayeta por la barra.
–Está bien –dijo Rayleen, por fin–. Ya me estoy cansando un poco de la gente que viene a trabajar solo para la temporada de invierno. El último me destrozó la tarima de madera. ¿Qué demonios