Demasiado sexy. Victoria Dahl
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–Rayleen –dijo Jenny, con un suspiro–. Charlie ha sido muy amable. Lo que pasa es que no te ha caído bien porque no ha mordido tu anzuelo.
–¿Qué anzuelo? –le espetó la anciana a Jenny.
–Oh, bueno, pues cuando le has dicho que preferías a una persona más acorde con el nombre de Charlie, y ella ha guiñado el ojo y te ha dicho que también preferiría a un vaquero antes que a sí misma.
–Impertinente.
–¿Como tú?
Walker se ladeó el sombrero.
–A mí me gustan las chicas animadas y alegres. De lo contrario, ¿por qué iba a venir tan a menudo a tu bar, Rayleen?
–¡Pues porque está en la puerta de al lado de tu casa y no tienes trabajo!
–Vamos, vamos. Tengo bastantes puestos entre los que elegir, y voy a ponerme a trabajar muy pronto.
Rayleen hizo un gesto de desdén con la mano.
–Tú eres el que me metió en esto. No te hablo más.
–¿Es que quieres que me dé la vuelta para poder mirarme el trasero, Rayleen?
–Es una buena idea. Así tendré buenas vistas y no tendré que hablarte. Vamos, date la vuelta.
–Bueno, pero solo porque me lo has pedido con mucha amabilidad.
Walker se dio la vuelta y arqueó las cejas mirando a Jenny, que se inclinó hacia delante.
–Charlie ha sido encantadora. Rayleen quería intimidarla, pero Charlie encajó sus pullas con una sonrisa y un guiño. Más o menos, como tú, pero sí la parte de vaquero curtido.
–¿Qué parte de vaquero curtido? –preguntó Walker.
–Eres horrible.
–Vamos, vamos. Eso no es lo que has oído decir.
Jenny se echó a reír.
–Verdaderamente, eres incorregible, Walker.
–Eso sí tengo que reconocerlo. ¿Ya se ha instalado Charlie? Todavía no la he visto.
–Nate le dio las llaves hace dos horas, y se ha llevado el contrato al apartamento para leerlo. Eso tampoco le ha gustado a Rayleen. Ella prefiere los vaqueros que firman sin mirar el papel.
–En el fondo, somos unos aventureros.
–O unos tontos románticos.
–Eso también.
Ella le guiñó un ojo.
–¿Quieres una cerveza?
–No, no. Tengo que ir a ver a la nueva inquilina, y me he enterado de que hay un puesto de trabajo para el invierno cerca de Yellowstone, así que después voy a pasar por allí para ver de qué se trata. Para el otoño no tengo problema, pero quiero encontrar un trabajo para mantenerme esta primavera.
–Encontrarás algo, Walker. A la gente le gusta tu cara.
–Ja. Eso sí –dijo él.
Afortunadamente, a la gente le caía bien. Era una de sus grandes ventajas. De lo contrario, solo sería un vaquero más, un buen vaquero, bueno con las manos y con los caballos, eso sí. Dispuesto a soportar el calor y el frío, la nieve y la lluvia, el sueldo bajo y el trabajo físico, durante cincuenta años.
–Bueno, nos vemos luego, Jenny. Que tengas un buen día, Rayleen.
Rayleen le hizo un gesto desdeñoso sin levantar la cabeza.
El enfado se le pasaría, y Charlie tenía un sitio donde quedarse. Él ya había hecho su buena acción, y tenía que resolver sus propios problemas.
Encontrar trabajo no era difícil. Había trabajado varias veces para un viejo ranchero y era muy posible que le hicieran un contrato fijo en primavera. Y tenía ahorros para pasar el invierno. Las cosas le irían bien.
Pero… si corrían rumores sobre él y la mujer de su jefe… Entonces sí iba a pasarlo mal. Todos los jefes estaban casados, y ninguno quería que su mujer se acostara con un empleado.
Sin embargo, había algo más que le estaba molestando. Tal vez…
Dejó de pensar al ver a la mujer que estaba intentando subir una mesa redonda bastante grande por los escalones de la Granja de Sementales.
–¿Charlie? –dijo él, y se apresuró a quitarle la mesa de las manos.
Ella alzó la vista y abrió mucho los ojos. Eran de color gris.
–¡Oh, Dios mío! Walker, ¿eres tú el que está detrás de esa barba?
–Sí, el mismo –respondió él, con una sonrisa que iba aumentando a medida que la veía bien. Seguía siendo una monada de chica. De hecho, había pasado de ser mona a ser muy guapa durante aquellos últimos diez años–. Me alegro mucho de verte, Charlie. ¿Quieres que te lleve esta mesa a algún sitio? –le preguntó.
Ella lo miró con algo de irritación.
–No puedo creer que hayas agarrado esto como si no pesara nada, cuando yo he tenido que traerla rodando por el césped desde el coche.
–Eso ya lo veo –dijo Walker, apartando algunos trozos de hierba de la mesa. La alzó por el aire y se la colocó sobre el hombro–. Venga, vamos. Yo la subo.
–Gracias.
–Después de ti –dijo él. Ella le abrió la puerta y empezó a subir las escaleras.
Walker la siguió y se dio cuenta de que Charlie seguía siendo atlética, delgada y fuerte. Pero no tan delgada como en el instituto. No, ahora tenía caderas, y un buen trasero. Y unas botas de cuero negro que se le ajustaban a las pantorrillas. Y el mayor cambio de todos era que llevaba unos pantalones vaqueros ajustados.
Sí, obviamente, Charlie seguía siendo tan guapa como antes. O, quizá, más aún.
Walker miró la puerta de su apartamento cuando pasaron por delante.
Verdaderamente, estaba muy cerca.
Mierda. Tal vez aquella buena acción suya tuviera consecuencias, después de todo.
–Dios mío –murmuró Charlie, entre dientes, al ver cómo se le flexionaban los bíceps a Walker Pearce cuando metía su mesa de pino por la puerta del apartamento.
Llevaba una camisa de color gris, bastante desgastada, con el logotipo de Stetson, unos pantalones vaqueros ajustados, unas botas muy viejas y un sombrero de vaquero de color negro, cuya ala proyectaba una sombra sobre sus ojos azules. Pero eso era mejor, porque no quería ver sus ojos sonrientes en aquel momento. Estaba demasiado ocupada mirando su