Demasiado sexy. Victoria Dahl
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Al pronunciar su nombre, su sangre volvió a la normalidad. Walker pestañeó y se echó un poco hacia atrás, recordándose que aquella era su amiga del instituto, Charlie. Sin embargo, ella hizo chocar su copa contra la de él en un brindis, y sonrió.
–Gracias –murmuró.
Un segundo después, se giró hacia el hombre que acababa de aparecer a su lado.
–¡Eh, Nate! –exclamó, y abrazó a su primo.
Él aprovechó la oportunidad para admirarla desde un ángulo nuevo. La larga línea de su costado se convertía en una curva antes de llegar a su trasero perfecto y, después, a sus piernas. Él no se había fijado nunca en sus piernas durante el instituto. ¿Cómo era posible? Siempre había sido una de las chicas más altas de la escuela. Aunque midiera unos doce centímetros menos que él, aquella noche llevaba unos tacones que le añadían un poco más de estatura. Demonios, podría besarla durante horas sin que le doliera el cuello. Podría tenderla en una mesa y…
Apartó la mirada de su trasero, porque le horrorizó la dirección que había tomado su pensamiento. Se trataba de Charlie. Era una chica demasiado lista como para salir con un tipo como él, y demasiado buena como para utilizarla para satisfacer un ataque de lujuria. Pero, claramente, era mucho más fácil ser amigo suyo antes de que se hubiera hecho toda una mujer con tacones. Y que flirteaba. Con un brillo labial que hacía que su boca fuera carnosa, exuberante y…
Alzó la vista, y se dio cuenta de que Nate lo estaba fulminando con la mirada por encima de la cabeza de Charlie. Walker se encogió de hombros con una expresión de inocencia, como si no supiera por qué estaba disgustado Nate. Sin embargo, su gesto no sirvió para aplacar a Nate. Y las cosas no mejoraron cuando ella se echó hacia atrás, apoyó su cadera contra él y le pasó un brazo por la cintura. Además, alzó la cabeza hasta que Walker se inclinó para acercar su oreja a ella.
–¿Por qué me da la impresión de que mi primo quiere matarte? ¿Es que me estabas mirando el culo, Walker Pearce?
–Eh… –murmuró él, y carraspeó–. Bueno, sí, puede ser que estuviera haciendo eso.
–Puedes mirar. A mí también me parece un buen trasero. ¿Y a ti?
–Yo… eh…
–Vaya –dijo ella, e hizo un mohín–. ¿No te gusta? Pues a mí me parece que lo tengo bonito, redondo y firme.
Oh, Dios. ¿Qué estaba haciendo Charlie? ¿Acaso no sabía las imágenes que podían conjurar aquellas palabras?
–Demonios, Charlie…
–¿Qué?
–Ya está bien. Deja de tomarme el pelo. Tú no eres…
Walker se quedó callado y respiró profundamente.
–¿No soy qué?
–No eres de esa clase de chicas.
–¿De qué clase de chicas?
Él se ruborizó y se ajustó el sombrero para poder pensar con más claridad.
–Ya sabes. Tú siempre fuiste una chica lista. Nunca te metiste en líos con el resto de los chicos. Tú…
–Y sigo siendo lista –respondió ella, hablándole tan cerca, que le rozó la oreja con los labios–. Pero ya no soy esa clase de chica. Ahora soy una mujer adulta. ¿Es que no te has dado cuenta?
Sí, claro que sí. De hecho, su miembro estaba empezando a hincharse debido al cosquilleo que le habían producido sus palabras. Estaba claro que aquella no era la Charlie del instituto.
–Es impresionante –murmuró.
–¿El qué?
–Tu trasero. Es precioso. Pero no puedo darte mi opinión sobre si es firme o no. Tal vez sea el trasero más firme de todo el condado, pero no podría saberlo solo mirando.
Ella sonrió.
–¿Es que no me crees? –le preguntó.
Entonces, deslizó los dedos por su propia cadera, extendiéndolos un poco, como si fuera a probar la firmeza de su carne allí mismo.
Walker no se atrevió a mirar hacia arriba. Nate tenía que estar viendo que Charlie se había acurrucado contra él. Y Walker sabía que no iba a poder disimular el ardor de sus ojos, y que no iba a poder ocultar su erección si aquello continuaba así. No podía dejar de imaginarse a Charlie desnuda, extendiendo la mano sobre su trasero y observándolo con una sonrisa, y preguntándole si le gustaba. Y él respondería apretándole el trasero con fuerza y posando su miembro en sus nalgas redondeadas mientras…
–Dios… –dijo, y soltó una imprecación y una carcajada seca, mientras cabeceaba–. Te has vuelto muy cruel durante estos años, Charlie. Dios santo.
Ella se encogió de hombros.
–Puede que sea un poco cruel. Pero seguro que tú puedes soportarlo. Ya eres un chico grande.
Y se estaba haciendo más y más grande a cada segundo, demonios. Pero no parecía que ella se diera cuenta. Empezó a sonar una canción de sus días de instituto, y Charlie se alejó de él bailando.
–Rayleen, ¿se puede bailar aquí? –le preguntó.
Rayleen se quitó el cigarrillo de la boca y señaló hacia las mesas.
–Si encuentras sitio, adelante.
–Umm… –Charlie se giró a mirarlo de arriba abajo, y negó con la cabeza–. No, creo que este es demasiado grande como para ser hábil.
Rayleen se echó a reír con ganas.
–En eso tienes razón. No creo que te sirva.
–¡Eh! –protestó él.
Pero Rayleen se echó a reír otra vez.
–Mira qué cara, pobrecillo –chilló.
Charlie cabeceó con lástima.
–Es una pena. Voy a tener que buscarme otro compañero de baile.
–Soy muy hábil –gruñó Walker–. Nunca he tenido quejas.
Tenía que haberse dado cuenta de que la sonrisa de entusiasmo de Rayleen significaba que estaba a punto de causarle problemas, pero no fue lo suficientemente rápido como para contenerla.
–No –dijo Rayleen, con malicia–. Tiene buenas críticas, como un hotel de lujo. Hay fotos en Internet, y todo.
A Charlie se le iluminó la mirada.
–¿Cómo?
–Demonios, Rayleen, ¡eso no es verdad!
Sin embargo, Rayleen no cedió, y le dijo a Charlie:
–Sí,