Demasiado sexy. Victoria Dahl

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Demasiado sexy - Victoria Dahl HQÑ

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estoy buscando?

      –¿Placer? –murmuró Charlie, pensando que Dawn debía de ser un auténtico aburrimiento en la cama, dado que era tan estirada que, seguramente, ni siquiera se rebajaría a decir algo sucio y, mucho menos, a hacerlo.

      –No –dijo Dawn, secamente–. Vicio. O depravación.

      –Deberías probar algo nuevo. A lo mejor te gustaría.

      Dawn ya no tenía una expresión angelical. Se le habían puesto las mejillas muy rojas.

      –Intercedí para que te dieran este trabajo, a pesar de tu reputación. No te querían en ningún otro sitio. No deberías olvidarlo.

      Como si pudiera olvidarlo. Aquel era el único motivo por el que estaba sentada allí.

      –¿Por qué?

      –Porque, si se te olvida, vas a…

      –No, me refiero a por qué quisiste tú contratarme.

      Dawn respiró profundamente y se atusó la melenita rubia. Después, volvió a sonreír.

      –Porque somos amigas. Y yo no soy de la clase de personas que le dan la espalda a una amiga en apuros.

      Estaba loca. Esa era la única explicación. Dawn debía de haber perdido el juicio después del instituto. En aquel tiempo, sí, ya era un poco estirada y estaba en posesión de la verdad, pero era normal. Sin embargo, lo de ahora no era nada normal.

      –Nadie más te habría contratado, Charlotee.

      –Sí, eso ya me lo has recordado –dijo ella.

      Era la verdad. Había enviado muchos currículum vítae y, con su educación y su experiencia profesional, debería haber conseguido entrevistas rápidamente. Sin embargo, no había recibido ni una sola llamada de teléfono. Hasta que Dawn se había puesto en contacto con ella.

      –Y nadie volverá a darte trabajo si te marchas de aquí de mala manera.

      Eso también era cierto. Tenía que aguantar, aunque solo fuese una temporada. Solo hasta que empezara a olvidarse lo que había ocurrido en Tahoe. Si consiguiera seguir trabajando allí uno o dos años, entonces sí podría empezar a buscar otro puesto, discretamente. Incluso, tal vez, marcharse al Este.

      –Tienes que conseguir que esto funcione, Charlotte. Y yo estoy encantada de ayudarte, pero esperaba que cooperaras un poco más. Hoy estás muy desagradable. No sé qué te pasa –le dijo, y señaló con una mano la sexy falda negra de tubo que Charlie se había atrevido a ponerse–, pero tienes que cambiar de actitud.

      Ella respiró profundamente. Sí, tenía que cambiar de actitud. Dawn era su jefa, al fin y al cabo.

      –Y deja de confraternizar con los ejecutivos.

      –Cuando tomé esa copa con tu marido, fue solo eso, una copa. Él quería comprobar qué tal funcionaba la carta del restaurante, y…

      –Por supuesto que solo fue una copa –le espetó Dawn.

      Charlie tuvo ganas de gritar de la frustración. Estaba completamente perdida. Volvió a tomar aire y abrió el ordenador portátil de su escritorio.

      –Tengo que ponerme a trabajar.

      –Pues sí. ¿Va a estar todo preparado a tiempo?

      Charlie asintió. La inauguración del hotel se celebraría a las tres semanas y, como ella quería dar buena impresión, iba adelantada con el trabajo. Sin embargo, no podía retrasarse. Para empezar, mantenerse ocupada la ayudaba a contener el impulso de salir corriendo de allí.

      –Muy bien. Volveré más tarde a ver qué tal va todo.

      –Ya lo sé –musitó Charlie.

      Dawn iba a vigilarla varias veces al día. Y, seguramente, también había ido varias veces por la noche, antes de que Charlie se hubiera marchado del estudio del hotel.

      –Voy a dejar abierta la puerta de tu despacho –dijo Dawn, mientras se marchaba con sus zapatos de tacón de quinientos dólares. Sin poder evitarlo, Charlie sintió celos de aquellos zapatos tan impresionantes. En cuanto llegara a casa, ella también iba a ponerse unos tacones.

      Por lo menos, había empezado a pasársele la resaca. Se sirvió una taza de café con leche y azúcar y se sentó a trabajar. Tenía que comprobar las referencias de todos los empleados que iban a ser contratados antes de la inauguración. Aunque ya estaban instaladas casi todas las cámaras de seguridad, no había mucho que monitorizar todavía, pero sí había muchas comprobaciones que hacer en cuanto al personal.

      El responsable de seguridad de un hotel no podía cometer el error de contratar a alguien con antecedentes por robo o por agresión sexual. Un hotel de lujo como aquel tenía que mantener una impecable reputación. A ella le preocupaba más la seguridad, pero, por suerte, aquellas dos preocupaciones coincidían.

      Se había cerciorado de que colocaran más cámaras de seguridad de las que había previstas en un principio en las zonas reservadas al personal. Eso era algo muy común en los hoteles dedicados al juego, en los que la dirección tenía especial interés en perseguir los posibles robos de los empleados. Sin embargo, Charlie había descubierto que las grabaciones de seguridad también eran de gran ayuda para descubrir y despedir a los encargados o superiores que acosaban a las empleadas. Había pocas cosas más gratificantes que enseñarle una grabación comprometedora a un imbécil que creía que podía actuar con impunidad porque sus subalternas eran mujeres que no hablaban bien inglés.

      Pero, por el momento, en el Meridian Resort aquellas zonas seguían vacías, así que era hora de dedicarse a la comprobación de los currículum de los aspirantes.

      Pasó una hora trabajando con plena concentración. Su dolor de cabeza desapareció, y con tres tazas de café, consiguió aclararse la mente. Dejó a un lado los currículum de los dos candidatos que le habían causado desconfianza, con intención de seguir investigándolos después de la hora de comer. Antes, tenía que hacer una investigación más personal.

      La sala de seguridad era una cueva de luces oscuras y pantallas de vídeo muy brillantes, cuya iluminación le habría destrozado la cabeza unas horas antes. Sin embargo, ya estaba recuperada y preparada para poder entrar. Eli, uno de los guardias de seguridad, estaba en la sala, pero estaba haciendo un crucigrama. Si el hotel hubiera estado en funcionamiento, le habría cantado las cuarenta, pero, en aquel momento, le pareció superfluo.

      –Hola, Eli. Por favor, ve a hacer rondas por las zonas de obras para que todos sepan que estás por aquí.

      –Entendido –dijo él, y asintió amablemente.

      Algunas veces, los guardias de seguridad eran unos machistas a quienes no les agradaba tener a una mujer como superior, pero ella había conseguido formar un buen equipo. Sin embargo, no sabía cuánto iba a durar. Las faltas de respeto de Dawn empezarían a conocerse entre el personal. Tenía que averiguar qué le ocurría a aquella mujer y detenerlo todo antes de que empezaran a correr los rumores.

      Cuando Eli se marchó, ella tomó la cinta de la cámara que cubría el pasillo de su estudio, que estaba en el primer piso. Su apartamento estaba cerca de los ascensores, así que la cámara estaba

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