Demasiado sexy. Victoria Dahl

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Demasiado sexy - Victoria Dahl HQÑ

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dio cuenta del volumen de su voz y se encogió–. Disculpa, Rayleen.

      Sin embargo, ella estaba riéndose a carcajadas y dando palmadas en la mesa, mientras Charlie los miraba a los dos alternativamente, con la boca abierta.

      –¿En serio? –preguntó, con un jadeo de asombro.

      –¡No, claro que no! No hay ninguna foto de esas mías en Internet. Ni en ningún otro sitio, que yo sepa.

      –Ah. Las cámaras de los móviles son incontrolables, ¿eh? –preguntó Charlie, tratando de mostrarse comprensiva, pero no pudo evitar echarse a reír.

      No, no había fotografías de su pene en ningún sitio, pero sí había un pequeño problema que…

      Rayleen se tapó la boca con la mano como si fuera a contar un secreto.

      –Alguien publicó una foto de su culo desnudo en Facebook.

      –Rayleen –gruñó él.

      –Tardé unos días en encontrarla, pero mereció la pena.

      Walker cerró los ojos para no ver la cara de horror y deleite de Charlie. Después, cabeceó.

      –¿Por qué tienes que contárselo a todo el mundo? Solo es la foto de un culo, por el amor de Dios.

      De nuevo, volvió a dar las gracias por estar acostumbrado a dormir boca abajo. Tenía que haberse dado cuenta de que aquella mujer le causaría problemas. Había empezado a enviarles mensajes de texto a sus amigas a los cinco segundos de tener un orgasmo.

      –Oh, Walker –le dijo Charlie, y le dio una palmadita en la mejilla. Él siguió sin abrir los ojos–. No has cambiado nada.

      Aunque le habría gustado contradecirla, no podía cambiar la realidad. Aquella mañana, se había despertado con lo mismo que tenía cuando Charlie se había marchado a la universidad: una camioneta, una espalda fuerte, unas buenas manos y la posibilidad de conseguir trabajo en un rancho. Lo único que había conseguido añadir en todo aquel tiempo eran unos cuantos dolores, unos pequeños ahorros y un poco de pesar.

      De repente, se acordó de que aquella noche estaba demasiado cansado como para salir.

      Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que todo el mundo estaba a otra cosa. Rayleen había vuelto a su solitario. Nate y Merry estaban sentados en unos taburetes, apoyados en la barra, riéndose con Jenny, y Charlie… Charlie había despejado de sillas una pequeña zona junto a la jukebox y había convencido a un vaquero para que bailara con ella.

      –Tenías razón –le dijo Rayleen, sin alzar la vista–. Es una chica maja. Me ha invitado a una copa y todo. En mi propio bar. De mi mejor whiskey.

      –Me alegro de oír eso.

      Rayleen asintió.

      –Sí. Tenías razón. Me cae bien esa chica.

      Pues sí. Por desgracia para su orgullo, a él también le gustaba Charlie.

      Capítulo 4

      A la mañana siguiente, Charlie se puso delante del espejo del baño y observó los efectos de su resaca. Tenía un color muy poco atractivo en la cara y el estómago, muy revuelto.

      Hacía años que no tenía una resaca. Durante el primer año que había pasado en Las Vegas, después de unas cuantas noches muy poco recomendables, había aprendido a dosificar el alcohol.

      Sin embargo, la resaca no era lo que le importaba. Hubiera temido ir al trabajo de cualquier forma. Iba a ser un mal día, con o sin el estómago revuelto y un buen dolor de cabeza. Por lo menos, la noche anterior se lo había pasado muy bien flirteando con Walker.

      Con resignación, se bebió un buen vaso de agua, se duchó, se vistió y se maquilló para disimular las ojeras. Después, salió de casa y se puso en camino al Meridian Resort.

      Al principio, había creído que aquel trabajo era su tabla de salvación, que Dawn iba a ayudarla porque era una vieja amiga suya. Sin embargo, ahora se sentía como si estuviera atada a las vías del tren, preguntándose qué había ocurrido.

      Claro que,aquella situación no era exactamente algo que había ocurrido por casualidad. Ella era la que se lo había hecho a sí misma. No deliberadamente, claro, sino por su estupidez. Se había pasado veintinueve años pensando que no era tonta y, en un abrir y cerrar de ojos, la habían detenido por conspiración para cometer un delito. Y había aprendido la lección.

      Llegó al pueblo de Teton enseguida, en menos de un cuarto de hora. Era una zona llena de preciosos hoteles y enormes casas de campo. La arquitectura era exquisita y el paisajismo estaba diseñado para mezclarse a la perfección con la nieve y el hielo. Hacía tres semanas, sentía entusiasmo mientras recorría aquel camino hacia el Meridian Resort, pensando que era estupendo tener aquella oportunidad.

      Apretó los dientes mientras esperaba a que se abrieran las puertas del aparcamiento de empleados, mirando fijamente hacia delante para no fulminar con los ojos la diminuta cámara que había a su izquierda. Entró en el garaje y aparcó en su plaza. Otra pequeña cámara la observó durante su camino hacia la puerta de acero del muro de hormigón. En el piso de los huéspedes del hotel, las paredes de cemento estaban pintadas de un bonito color beis, y las puertas de emergencia estaban chapadas en madera. Sin embargo, el piso de los empleados tenía el aspecto de una cárcel. Apropiado.

      Subió un tramo de escaleras y se dirigió a las oficinas del sótano, donde estaba el departamento de seguridad.

      El despacho de Dawn estaba dos pisos más arriba. Tenía los techos muy altos y unas preciosas vistas. Sin embargo, Charlie no se sorprendió al verla sentada en una de las sillas de metal que había junto a la puerta de su despacho.

      Dawn sonrió.

      –Vaya, qué rápida eres, Charlotte.

      –¿De qué estás hablando? –preguntó ella, con un suspiro, mientras abría la puerta de su despacho. En realidad, era tonta por molestarse en cerrar con llave, puesto que Dawn tenía las llaves de todas las cerraduras, y las utilizaba.

      –No has pisado tu apartamento desde ayer. Supongo que ya has hecho nuevos amigos.

      Charlie tuvo que contenerse para no poner cara de frustración mientras rodeaba su pequeño escritorio para sentarse.

      –Lo que yo haga fuera del horario de trabajo no es asunto tuyo.

      –Siempre y cuando no te acuestes con otros empleados del hotel, querrás decir. Ni con nadie de la dirección.

      Su tono de voz siempre era amable, como si quisiera ayudar, lo cual hacía que sus palabras sonaran aún más amenazantes.

      –No te preocupes por eso.

      –Con tu historial, hay que tener cuidado, ¿no crees?

      Charlie cerró los ojos con fuerza para no tener que ver la cara de angelito de Dawn.

      –Ya te he explicado lo del encargado de mantenimiento. Dos veces. Y tu marido…

      –No,

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