Demasiado sexy. Victoria Dahl

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Demasiado sexy - Victoria Dahl страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Demasiado sexy - Victoria Dahl HQÑ

Скачать книгу

enterado de que el verdadero motivo de su enfado era que el chico le había dicho que era una vieja bruja por quedarse con la fianza del alquiler. Walker cabeceó al acordarse. ¿Qué clase de tipo podía decirle algo así a una mujer?

      Ella sacó otra carta.

      –¿Cuánto tiempo quiere alquilar el piso? –preguntó.

      Walker miró a Jenny.

      –¿Durante este invierno?

      Jenny asintió.

      –Ah. Entonces, ¿querría un contrato de seis meses? –preguntó Rayleen.

      –No estoy seguro. Posiblemente.

      –De acuerdo. Dile que venga. No se admiten mascotas ni camas de agua. Un mes de fianza por adelantado. Si me gusta, le ofreceré el contrato de seis meses. Si no, será mes a mes, y puede marcharse antes de que empiece la temporada de esquí.

      –Gracias, doña Rayleen.

      Ella se encogió de hombros.

      –No le estoy haciendo ningún favor a nadie. Solo quiero ocupar el apartamento antes de que empiece la temporada turística.

      –Ah, eres más tierna de lo que aparentas.

      Ella soltó un resoplido.

      –No creas, vaquero…

      Mierda.

      –Bueno, hay una cosa que…

      Ella lo miró al instante.

      –¿Qué?

      Walker miró a Jenny, que hizo un gesto negativo con la cabeza. Sin embargo, Rayleen se iba a enterar más tarde o más temprano y, a él, su madre no lo había educado para que dijera mentiras a las ancianas.

      –Bueno, que, en realidad, Charlie es un diminutivo de Charlotte.

      –¿Charlotte? –repitió ella, y soltó una risotada–. ¿Pero a quién se le ocurre ponerle Charlotte a un hijo…? –preguntó. Y, al instante, se le borró la sonrisa de la cara–. No –dijo, con firmeza y enojo–. No, señor. No me importa que tengas muchísimas ganas de meterte en sus pantalones vaqueros, no voy a permitir que te traigas aquí a una de tus novias.

      –¡No es una de mis novias! ¡No la veo desde el instituto! –exclamó él, y, mirando su vaso de cerveza, murmuró–: Además, yo no tengo novias.

      Rayleen soltó un resoplido.

      –He dicho que no, y se acabó.

      –Vamos, Rayleen. Charlie es una chica estupenda, y te va a cuidar muy bien el apartamento, no como un snowboarder de veintitantos años que estará buscando un piso para tomar copas con sus amigos y dar fiestones.

      –Tiene razón –dijo Jenny–. Los dos últimos chicos a quienes se lo alquilaste eran una pesadilla. Y tú todo el rato estás diciendo que los hombres son muy desagradables.

      –Hmpfff.

      Rayleen volvió a tomar la baraja y siguió sacando cartas.

      –Son desagradables. E idiotas. Por eso no tengo a ninguno en mi propia casa. Pero, de lejos, están bien.

      Walker intentó no pensar en que los demás arrendatarios y él eran como animales de un zoo para Rayleen. La miró a los ojos, y le dijo:

      –Solo serán unos meses, Rayleen. Por favor. De verdad, yo me encargo de que no juegue al hockey en el piso. De hecho, si se le ocurre algo así, yo mismo la echo del piso a patadas.

      Rayleen frunció el ceño.

      –Malditas mujeres. Van a empezar a reproducirse como conejos en el edificio. Cada vez que me doy cuenta, hay otra.

      –Por favor, Rayleen. Hazlo por mí –le pidió él, tomándole ambas manos alrededor de la baraja.

      Ella apartó las manos.

      –Está bien, pero déjate de tonterías. Puede venir, pero que no pinte las paredes de rosa, ni ponga visillos. Esto no es un gallinero.

      Walker le dio un beso en la mejilla antes de que ella pudiera reaccionar.

      –Te debo una, Rayleen.

      Ella se ruborizó mientras lo apartaba de un empujón.

      –Vamos, déjame. Vete a la barra a ser guapo antes de que cambie de opinión –gruñó.

      Walker se acercó a la barra y sonrió a Jenny.

      –¿Esa cerveza? –le preguntó, empujando el vaso hacia ella.

      –¡No puedo creer que lo hayas conseguido!

      –Bah, Rayleen es una buenaza.

      Jenny se echó a reír con tantas ganas, que tuvo que agarrarse a la barra.

      –Sí, sí. Tú sigue diciéndote eso.

      Sin embargo, Walker sabía que estaba en lo cierto. Rayleen era inofensiva, y Charlie le iba a caer muy bien. Estaba completamente seguro.

      –¡Ah, Charlotte, aquí estás!

      Charlie apretó los dientes al oír la voz de Dawn Taggert, pero sonrió y se dio la vuelta para saludarla. Sabía que lo más probable era que su jefa estuviera en aquella fiesta. Después de todo, la futura madre que había organizado la reunión para recibir los regalos que sus amigas iban a hacerle al bebé era otra chica como Dawn y como ella, que recibía invitaciones para todos los clubes de actividades extraescolares, pero a ninguna fiesta.

      En aquella época, todas eran buenas chicas y, hasta aquel momento, ella era la única que había caído en desgracia, y Dawn se lo recordaba a la menor oportunidad.

      Al verla, se dio cuenta de que Dawn se acercaba en compañía de la anfitriona, abriéndose paso entre la gente. Charlie esbozó una sonrisa forzada.

      –¡Sandra! ¡Enhorabuena! Muchísimas gracias por haberme invitado. Hacía muchísimo que no nos veíamos.

      –Sí, es cierto –dijo Sandra, mientras le daba un abrazo a Charlie.

      –Estás guapísima –le dijo ella, y era cierto. Llevaba una melena corta parecida a la de Dawn, aunque Dawn tenía el pelo más rubio.

      –Tú también estás estupenda.

      –Gracias.

      Charlie se pasó la mano por el jersey que se había puesto encima del vestido, con algo de azoramiento. No se sentía estupenda. Le parecía que no tenía gracia ni estilo, que estaba demasiado delgada y que su ropa era demasiado recatada, además de llevar unas bailarinas totalmente planas. Llevaba sin vestir así desde que había ido a las entrevistas para entrar en la universidad, y había estado intentado cambiar su imagen. Pero Dawn se había empeñado en que la responsable de seguridad

Скачать книгу