Entre el amor y la lealtad. Candace Camp
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—Su mellizo.
—Theo y yo nos parecemos en algunas cosas —ella asintió—, supongo que en el carácter. Los dos somos resueltos y obstinados, y a menudo hay quien dice que somos demasiado directos. Pero a él nunca le ha gustado estudiar o leer. Theo quiere viajar. Explorar. Quiere verlo todo, mientras que yo quiero saberlo todo.
—¿Y los demás qué? Dijo que había otros dos gemelos.
—Sí. Los bebés… aunque supongo que ya no son tan bebés. Pronto cumplirán tres años. Se llaman Alexander y Constantine, nosotros los llamamos »Los Grandes».
—¿Por los emperadores? —Desmond soltó una carcajada.
—Sí, ellos también pueden resultar bastantes imperiosos. Son unos auténticos diablillos.
—Pues da la impresión de estar muy encariñada con esos diablillos —él volvió a reír.
—Y lo estoy. Por suerte son tan adorables como movidos. Verlos resulta fascinante. Tienen su propio lenguaje.
—Debe de estar bromeando.
—No. Es verdad. Cuando empezaban a hablar, incluso antes de hablar con nosotros, ya se comunicaban entre ellos. Los demás no teníamos ni idea de qué estaban diciendo. A veces siguen haciéndolo, pero lo más espeluznante es que solo con mirarse actúan al unísono, como si lo hubiesen planeado.
—Cree que son capaces de comunicarse a través del pensamiento, a través del aire…
—Supongo que suena algo descabellado —admitió Thisbe.
—No más descabellado que pensar que es posible que haya espíritus a nuestro alrededor que no pueden ser vistos ni oídos —contestó él con los ojos brillantes.
—De acuerdo —ella soltó una carcajada—. Ahí me ha pillado. Intentaré tener la mente más abierta. Aunque no me imagino cómo va a conseguir demostrarlo, o lo contrario.
—Algún día le mostraré nuestro laboratorio. Así verá en qué estoy trabajando.
—Eso me gustaría —estaban haciendo planes juntos, asegurándose de volver a verse. Lo que el primer día había parecido solo una posibilidad empezaba a tomar cuerpo.
—Hábleme del resto de su familia. ¿Dijo que su padre es un erudito?
—Sí. Y el tío Bellard, que vive con nosotros, es un apasionado historiador. Es tremendamente brillante y muy tímido. Pero, si le hace una pregunta sobre historia, conseguirá que hable durante horas.
Siguieron charlando, ignorantes del resto del mundo, mientras la sala de conferencias se iba llenando a su alrededor. La conversación iba del señor Odling, el conferenciante, al carbono, el tema de su conferencia, y al reciente descubrimiento de un nuevo elemento, llamado helio. Thisbe casi lamentó que el orador subiera a la tribuna, aunque llevaba días ansiosa por escuchar su charla.
Tuvo serias dificultades para concentrarse en la presentación, demasiado consciente de la presencia de Desmond a su lado. Las conferencias navideñas siempre contaban con una gran asistencia de público y los asientos eran más pequeños, y estaban más próximos que en Covington, para así poder acomodar a todo el mundo. En la anterior ocasión él había estado a unos centímetros de su silla, pero allí su hombro casi rozaba el suyo. Si uno de los dos se moviera en el asiento, sus brazos sin duda se tocarían. No era fácil mantener una actitud calmada y atenta cuando sentía una punzada de excitación cada vez que él la rozaba con su brazo.
Concluida la conferencia caminaron hasta la tienda de Desmond, recorriendo parte del trayecto en ómnibus. El cochero los seguía a cierta distancia, pero Desmond no miró atrás en ningún momento. La tienda era pequeña, situada entre dos edificios más grandes. Sobre la puerta un cartel rezaba: «Barrow e Hijos». Para cuando llegaron, la luz empezaba a escasear y la tienda estaba cerrada, pero Desmond sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Tras encender una vela, invitó a Thisbe a entrar.
El espacio era pequeño y solo contaba con un estrecho mostrador tras el cual había un armario de madera.
—Aquí no exponemos el género como se hace habitualmente en las tiendas. La gente suele acudir a nosotros en busca de algo muy concreto, y a menudo hay que fabricarlo por encargo —le explicó Desmond mientras se acercaba hasta una puerta a un lado del mostrador y la abría.
Estaba claro que allí era donde se desarrollaba la acción. Thisbe nunca había estado en un taller, y miró a su alrededor con gran interés. Las paredes de la estrecha estancia estaban repletas de estanterías. Había varias mesas, cada una con dos o tres banquetas, la mayoría cubiertas por lo que parecían proyectos en proceso. Desmond la condujo hasta la última mesa de trabajo y encendió la lámpara de gas. A diferencia de los demás espacios de trabajo, el suyo estaba muy ordenado y las herramientas colocadas a un lado sobre una bandeja.
Se agachó y empezó a revolver en una caja bajo la mesa hasta encontrar un caleidoscopio. Thisbe lo contempló y miró por él mientras giraba el otro extremo para ver los dibujos.
—Es precioso. Los colores son muy brillantes.
—Gracias —él sonrió—. Nuestras lentes son las mejores. A mí siempre me gusta emplear colores vívidos —tomó otro caleidoscopio—. Esto es un tomoscopio. Utilícelo para mirar algún objeto sobre la mesa —la animó mientras disponía las herramientas y la llave de la puerta directamente bajo el foco de luz—. He estado trabajando en esto últimamente.
Thisbe sostuvo el instrumento junto a su ojo.
—¡Oh! No parece una llave —pasó de un plano al siguiente—. Esto es maravilloso —bajó el instrumento y sonrió.
—Me alegra que le guste —una tímida sonrisa asomó al rostro de Desmond.
—Desde luego que me gusta —Thisbe volvió a alzar el tomoscopio, dirigiéndolo hacia otro objeto—. Esto será precioso a la luz del día, ¿verdad? Se podrán ver las flores o un paisaje a lo lejos o, bueno, casi cualquier cosa.
—Lléveselo.
—¿Qué? —ella bajó el tomoscopio y se volvió hacia él.
—Es suyo. Se lo regalo.
—Oh, pero… no, yo no pretendía… no estaba insinuando que me regalara uno. Esto sin duda habrá sido fabricado por encargo de alguien.
—No —Desmond sacudió la cabeza—. Es mío, lo he estado haciendo por mi cuenta.
—Pero no está bien que lo acepte —ella alargó el tomoscopio hacia él.
—No, quiero que se lo quede —Desmond cerró la mano de Thisbe sobre el instrumento y empujó suavemente hacia ella—. Por favor, quédeselo.
Estaba tan cerca, y la miraba de tal manera que Thisbe sintió que se quedaba sin aliento. Sin darse cuenta, se inclinó hacia él, y él hizo lo mismo. Y la besó.
Capítulo