Entre el amor y la lealtad. Candace Camp

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Entre el amor y la lealtad - Candace Camp Top Novel

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como si el corazón estuviera a punto de saltar de su pecho.

      Desmond levantó la cabeza con la mirada algo nublada.

      —¡Oh, Dios mío! —exclamó mientras se erguía—. ¡Lo siento! —sus manos, que se habían cerrado en torno a las caderas de Thisbe, se apartaron de golpe mientras él daba un paso atrás y seguía balbuceando—. No debería haber… jamás quise… le dije que no me aprovecharía, y voy y… lo siento.

      —Pues yo no lo siento —Thisbe alzó la mirada hasta sus ojos, dio un paso al frente y lo besó mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

      Desmond emitió un extraño ruido antes de abrazarla con fuerza. Sus labios eran suaves y cálidos, la presión aumentando a medida que el beso se volvía más apasionado. Ella se agarró con fuerza, casi mareándose con las sensaciones. Sensaciones de la fuerza con la que él la abrazaba, cómo sus manos se posaban sobre ella, sensaciones como el indefinible olor de su cuerpo, y con esa boca… ¡esa boca! Sus labios se movían sobre los suyos, la lengua entrando en su boca. Bueno, eso sí que le resultó algo sorprendente y consiguió que todo su interior saltara, pero a continuación comenzó a derretirse contra él, apretándose contra su largo y fibroso cuerpo.

      Le pareció que había transcurrido una eternidad antes de que Desmond interrumpiera el beso, pero cómo odió que terminara. Desmond levantó la cabeza y la miró a la cara con sus ojos oscuros y profundos.

      —Thisbe.

      ¿Cómo era posible que la excitara tanto oírle pronunciar su nombre? Resultaba tan placentero que decidió devolverle el gesto.

      —Desmond —Thisbe retiró los cabellos que habían caído sobre la frente de Desmond, cuyo rostro respondió con un sutil cambio. Qué extraño y excitante que su caricia ejerciera algún efecto en él. Tentativamente, posó una mano sobre su mejilla y, en esa ocasión, sintió aumentar la temperatura de su piel.

      Desmond posó una mano sobre la de Thisbe, sujetándola contra su rostro durante un instante antes de tomarla y levantarla para besarle suave y dulcemente la palma.

      —Yo… nosotros… deberíamos marcharnos.

      —Sin duda tienes razón.

      Él asintió, pero no se movió. En cambio inclinó la cabeza y volvió a besarla, lentamente, prolongadamente, antes de apartarse y hundir las manos en los bolsillos de su chaqueta. Se mantuvo en silencio mientras cruzaban la tienda y salían por la puerta. Thisbe tampoco dijo nada. No había nada y al mismo tiempo tantas cosas que decir, la emoción entre ambos demasiado frágil para romperla con palabras.

      Desmond la acompañó hasta la parada del ómnibus, donde ella repitió la misma pantomima hasta acabar finalmente sentada en el carruaje que la condujo hasta su casa. Durante todo el trayecto se abrazó al recuerdo del beso de Desmond. Era un momento demasiado íntimo, demasiado nuevo, para compartirlo, ni siquiera con sus hermanas. Quizás más tarde lo analizara y considerara su significado. Pero de momento solo quería deleitarse en su recuerdo.

      Al cruzar el umbral de Broughton House, Thisbe encontró a su madre junto a la mesa del vestíbulo, mirando con el ceño fruncido una carta sellada que descansaba sobre la mesa. Alta y con la espalda muy recta, bastaba con echarle un vistazo a la duquesa para saber cuál sería el aspecto de Kyria cuando alcanzara la mediana edad. El flamígero cabello rojo estaba salpicado de hebras grises, y su figura se había engrosado un poco alrededor de la cintura, pero aún conservaba su belleza innata. Era la mujer más intimidante que Thisbe hubiera conocido jamás. Leal a sus creencias y de propósito firme, Emmeline rara vez permitía que algo se interpusiera en su camino. Por tanto no era habitual verla con esa expresión indecisa, incluso recelosa, ante una sencilla carta.

      —¿Madre? ¿Va todo bien?

      —Es de la duquesa viuda.

      —Ya —Thisbe lo comprendió de inmediato. La madre del duque no era muy prolífica en su correspondencia, y casi nunca escribía a su nuera, salvo para criticar u ofrecer algún consejo no solicitado, normalmente ambas cosas a la vez. También era la única persona, que supiera Thisbe, capaz de poner nerviosa a Emmeline—. Más vale que acabes con ello cuanto antes.

      —Lo sé —la duquesa suspiró y rompió el sello—. Es que hoy ha sido un día tan agradable. Kyria y Olivia han dedicado casi toda la tarde a perseguir a Alex y a Con por los jardines, y han agotado tanto a los pequeños que se fueron directamente a la cama después de cenar. Puede que me hayan evitado tener que contratar a una nueva niñera. Pero ahora ha llegado esta carta.

      —Por lo menos no es muy extensa —señaló Thisbe cuando su madre desdobló la única hoja.

      —Eso sí es verdad —concedió su madre mientras alargaba un poco más el brazo para leer. Era una de las pocas concesiones a la vanidad de la duquesa: se negaba a ponerse gafas para ver de cerca—. Nos desea a todos una feliz Navidad y, ahí está, lo sabía… se queja de haber estado sola en Bath durante las vacaciones —Emmeline hizo una mueca de desagrado y miró a su hija—. Como si yo la hubiese obligado a quedarse allí. La invité a reunirse con nosotros aquí. Gracias a Dios que no vino.

      —A la abuela siempre le ha gustado dramatizar. Estoy segura de que se lo ha pasado en grande con todos sus secuaces.

      —Pues claro que sí… ¡Maldita sea! —Emmeline contempló horrorizada la carta—. Ha cambiado de idea.

      —¿Va a venir? Yo creía que odiaba la ciudad.

      —Así es. Según ella, el aire es «insalubre». Bueno, para ser justa, eso no puede negarse. Pero ¡mira! —la duquesa agitó la carta delante de Thisbe—. Es peor. ¡Viene para la temporada de baile! Yo no la invité para toda la temporada.

      —Madre mía…

      —Está convencida de que Kyria no está siendo adecuadamente promocionada, dada mi «inexperiencia en actividades sociales». Como si lady Jeffries no fuese uno de los pilares de la alta sociedad, además de una generosa contribuyente a mi campaña contra el trabajo infantil. Fue muy considerado por parte de lady Jeffries ofrecerse, y Kyria la adora. Estoy segura de que está haciendo una labor de presentación de Kyria en la sociedad mucho mejor de lo que puede hacer la duquesa viuda, que, y escúchame bien, habrá ofendido a la mitad nada más llegar.

      —A Kyria no le va a gustar —concedió Thisbe—. Estoy segura de que la abuela pondrá pegas a todo lo que hace.

      —Claro que lo hará. A eso viene. Con la ventaja añadida de complicarme a mí la vida —añadió Emmeline sombríamente—. Yo me siento capaz de hacerle frente, pero tu pobre padre… esa mujer siempre logra disgustar a Henry. Si no es quejándose de su dejadez en sus deberes como duque para «jugar con sus jarrones», lo consigue comparándolo con su «bendito» padre, al que quiere mucho más ahora que está muerto que cuando vivía. Siempre encuentra la oportunidad de recordarle que se casó por debajo de sus posibilidades. Y eso siempre consigue enfurecer a tu padre, y ya sabes lo mucho que odia enfadarse.

      —El tío Bellard se largará en cuanto ella aparezca.

      —Sí. Seguramente permanecerá todo el tiempo encerrado en sus habitaciones. El pobre siente terror hacia esa mujer. No sé de qué la creerá capaz, no es más que su cuñada.

      —Creo que fue porque ella dijo que el tío Bellard estaba loco como una cabra y que debería ser encerrado en el ático.

      —Sí. Eso no

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