Entre el amor y la lealtad. Candace Camp

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Entre el amor y la lealtad - Candace Camp Top Novel

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siguió encontrándose con Desmond en las conferencias navideñas. Tres más en total, y en cada una de ellas ambos llegaron con antelación y después se marcharon juntos, charlando. Caminaban sin rumbo por la calle o iban a algún parque, comían castañas asadas calientes. Y hablaban.

      Hablaban sobre toda clase de cosas, la ética de la investigación científica, los problemas de financiación, el fallo de los equipos, las posibilidades que se abrían a su alrededor en el mundo de la ciencia.

      —Al principio a mí me interesaba la fotografía —le confesó Desmond.

      —¿La fotografía de espíritus?

      —No, la normal. Creía que quería ser fotógrafo. Por eso el vicario me recomendó al profesor Gordon. Conocía el interés de Gordon por la materia, y creo que tenía la esperanza de que yo fuera a la universidad y que allí me sintiera atraído por algo más intelectual.

      —Y parece que así fue.

      —Pero no la clase de disciplinas en las que pensaba el vicario, como Filosofía o Teología.

      —¿Estuviste interesado en convertirse en clérigo?

      —No. Era el vicario el que lo quería —Desmond sonrió con tristeza.

      —¿Por qué desestimaste la fotografía?

      —En cuanto aprendí el procedimiento, cómo cubrir el cristal con colodión y bañarlo en plata, cómo tomar la fotografía y revelarla, y lo demás, comprendí que sería exactamente eso. Siempre lo sería. Quizás yo podría perfeccionar mi habilidad, o crear algún dispositivo de utilidad, pero, básicamente, estaría siempre haciendo lo mismo. Y comprendí que lo que me gustaba no era hacer daguerrotipos, sino el proceso de aprender a hacerlos.

      —Lo que quieres es descubrir cosas, encontrar nuevos conocimientos —señaló Thisbe.

      —Exactamente. Estando en la universidad encontré trabajo en Barrow e Hijos, y eso me llevó hasta los prismas y las propiedades de la luz. Las posibilidades de descubrir y explorar… ¿habrá más bandas en el espectro que resulten invisibles al ojo humano?

      A Thisbe le encantaba mirarlo cuando hablaba así, cómo su rostro se iluminaba de entusiasmo. Movía las manos para ilustrar sus argumentos, y sus ojos brillaban, todo su fibroso cuerpo intenso y concentrado.

      Aunque quizás fuese únicamente que le encantaba verlo hablar de cualquier cosa. Y disfrutaba tanto, o más, de sus conversaciones más tranquilas y mundanas, cuando hablaban de ellos mismos o de sus familias, de sus lecturas favoritas, de la tonta extravagancia de algún sombrero, o incluso de los errores que habían cometido.

      Thisbe relató un experimento que había llevado a cabo unos años atrás y que había explotado.

      —Yo esperaba una reacción, pero no tenía ni idea de que sería tan enorme. Estalló el tanque de agua entero. Destrozó todas mis notas. Por supuesto que fue mejor que aquella vez en que uno de mis experimentos se prendió fuego. No fueron más que las cortinas, pero mi madre se alteró bastante.

      Desmond se echó a reír y respondió con un relato de sus múltiples contratiempos, nada más trasladarse a Londres. Su risa la cautivó casi tanto como su entusiasmo. Su rostro cambiaba y la mirada bailaba divertida, y quizás algo sorprendida. Thisbe tuvo la impresión de que no estaba muy acostumbrado a reír, y le hizo desear decir algo que provocara en él esa risa. También le hizo desear besarlo.

      Sin embargo, había pocas posibilidades de que eso sucediera. Durante todo el tiempo estuvieron en público, primero en la sala de conferencias, luego en la calle. Ni siquiera hubo la menor posibilidad de poder tomarle la mano a Desmond, mucho menos repetir el beso. Sin embargo, en una o dos ocasiones, cuando estaban en el parque fuera de la vista de los demás, Desmond sí la atrajo hacia sí para darle un fugaz, aunque apasionado, beso con los labios fríos, pero bajo los cuales ardía el fuego.

      Thisbe quería estar a solas con él. También resultaría muy agradable poder cobijarse en algún lugar cálido. Pero, sobre todo, estaba el hecho de que las conferencias pronto acabarían y entonces, ¿con qué frecuencia iban a poder verse? Lo más obvio sería que Desmond fuera a visitarla a Broughton House.

      Pero allí tampoco podrían estar a solas. Había demasiadas personas en la casa, y alguien podría aparecer en cualquier momento. Desde que Kyria había empezado a alternar en sociedad, no había una sola tarde en la que al menos un joven acudiera a visitarla. Aun así, estarían más a solas allí que en un parque o en la calle, o en una sala de conferencias.

      El problema era que, en cuanto Desmond viera Broughton House, se daría cuenta de que ella era aristócrata, algo que hasta entonces había conseguido ocultar. Iba a tener que contarle que su padre era duque. Desmond debía saber ya que ella era una dama, por su forma de hablar, sus modales, sus estudios en Europa, las cosas que le había contado sobre su familia…sin duda se había delatado. Pero de lo que seguramente no era consciente era de que Thisbe era una dama con título de lady. La hija de un intelectual de clase alta estaba a años luz de la hija de un duque.

      Por supuesto que debía contarle quién era su familia. De hecho debería habérselo contado ya. No le había mentido, pero sí había ocultado la verdad. Todo lo que le contaba sobre ella misma o su familia estaba cuidadosamente enunciado de manera que no se le escapara ningún detalle sobre la posición de los Moreland en la sociedad. Su primera intención había sido que se sintiera más cómodo, pero cuanto más se alargaba aquello, mayor le parecía la traición.

      Sin embargo, Thisbe continuó aplazando la confesión, por miedo a que lo arruinara todo. ¿Y si cambiaba su comportamiento hacia ella? ¿Y si cambiaban sus sentimientos? ¿Y si cambiaba lo que sentía por ella? ¿Seguiría viéndola como era, la Thisbe que paseaba a su lado, o se volvería de repente todo muy incómodo entre ambos? ¿Decidiría que ella no era una verdadera científica, solo una aristócrata, como lady Burdett-Coutts, que se divertía jugando con la ciencia? Desmond era uno de los pocos hombres que conocía que la hablaba de igual a igual. Y no soportaría que su estatus social cambiara eso, pero no, seguro que no. A fin de cuentas, Desmond había llegado a conocerla y, sin duda, no la vería de manera distinta solo porque descubriera que había un título delante de su nombre. El problema era que lo que estaba en juego si se equivocaba era demoledor.

      Cada día que pasaba, Thisbe se sentía más culpable por mantener el secreto. Tenía que contárselo. Se prometió a sí misma que lo haría tras la última conferencia navideña. Si no lo hacía, no volverían a verse hasta la siguiente reunión en el Covington, y para eso aún faltaban quince días. Sin embargo, mientras paseaban por el parque tras esa última conferencia, haciendo caso omiso de los copos de nieve que flotaban a su alrededor, no fue capaz de pronunciar las palabras.

      Llegaron a un lugar aislado y alejado de miradas indiscretas, y allí Desmond la tomó en sus brazos y la besó. Resultó ser un beso de lo más agradable y, cuando él levantó la cabeza, los dos respiraban entrecortadamente.

      —Quiero volver a verte —dijo él.

      —Sí. Yo también —había llegado el momento de la confesión—. Quizás podrías, eh… —Thisbe lo miró a los ojos. Los nervios daban saltos en su estómago y lo único en lo que conseguía pensar era en cómo cambiaría su rostro, en cómo adquiriría una expresión incierta, en cómo se apartaría de ella—. Quizás podríamos vernos en la sala de lectura del Museo Británico. Allí permiten la presencia de mujeres, no nos obligan a permanecer en la «sala de lectura de revistas».

      —¿Cuándo?

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