Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс
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Capítulo 1
20 de diciembre, cuatro años atrás
Restaurante Qingting, Hong Kong
AUDREY Devaney se arrellanó en el mullido sofá, estudiando las bonitas cartas de estilo oriental que tenía en la mano. No llevaba la mejor baza del mundo, pero, si lo que apostabas eran caramelos y te comías los tuyos tan rápido como iban acumulándose, era difícil tomarse en serio una partida de póquer.
Aunque resultaba divertido fingir que era una experta jugadora. O imaginarse que se estaba con Oliver Harmer en una oscura sala de un casino de Las Vegas y no en un restaurante de Hong Kong, en la última planta de un rascacielos.
Oliver, con una incipiente barba de diseño y un puro colgando de los labios, más chupado que fumado por respeto hacia ella y los demás clientes del restaurante, sonreía.
–Gracias otra vez por el regalo –murmuró, acariciando el pañuelo de seda azul cobalto–. Es precioso.
–De nada –dijo él–. El azul te sienta bien.
Audrey lo estudió por encima de las cartas. Quería preguntar, pero no sabía cómo sacar el tema. Tal vez lo mejor sería no andarse con rodeos…
–Para ser un hombre cuyo compromiso acaba de romperse, te veo muy bien.
Bien de ánimo, no de atractivo. Aunque siempre lo estaba. El pelo oscuro, las pestañas largas y esa piel australiana bronceada…
Oliver miró sus cartas y tiró tres de ellas boca abajo.
–Me he salvado por los pelos.
–¿Ah, sí? Las Navidades pasadas decías que Tiffany podría ser la mujer de tu vida.
Ella no lo había creído, pero había sido su relación más larga hasta la fecha.
–Parece que había más de uno para Tiffany –dijo él, sin disimular cierto enfado.
–¿Quién rompió el compromiso?
–Yo.
Oliver Harmer era un solterón empedernido; el soltero más buscado de Shanghái y, aparentemente, sin ganas de dejar de serlo. Pero sabía por Blake, su marido, que se tomaba muy en serio la fidelidad porque su padre había sido un mujeriego.
–Lo siento.
Él se encogió de hombros.
–Tiffany estaba saliendo con otro cuando nos conocimos y fui tan tonto como para pensar que a mí no me haría lo mismo.
Tonto tal vez, pero también era humano. Era comprensible que hubiese esperado fidelidad de Tiffany.
Audrey dejó dos cartas sobre la mesa y Oliver le dio otras dos de la baraja antes de tomar tres para él.
–¿Qué dijo cuando le contaste que lo sabías?
–No le dije nada. Sencillamente, rompí el compromiso.
–¿Sin darle una explicación? ¿Y si estuvieras equivocado?
–No, lo comprobé.
En el mundo de Oliver Harmer, «comprobar» seguramente significaba contratar a un investigador privado.
–¿Dónde está ella ahora?
–De luna de miel, supongo. Le regalé una tarjeta de crédito con mis mejores deseos.
–¿La compraste? –exclamó Audrey.
–Compré su perdón.
–¿Y funcionó?
–Tiffany no es de las que sufren durante mucho tiempo.
Audrey suspiró. Oliver salía con las peores. Siempre guapas, por supuesto, elegantes, jóvenes, pero yermas en el terreno emocional. Seguramente las prefería así, pero en sus ojos había cierto brillo de pena…
Y eso no pegaba con el hombre al que creía conocer.
Audrey estudió sus cartas y tiró las cinco sobre la mesa.
–¿Por qué no puedes salir con una mujer normal? Shanghái es una ciudad muy grande, seguro que hay mujeres estupendas.
Oliver se llevó el montón de caramelos, aunque Audrey le robó uno, y empezó a barajar de nuevo.
–No puedo explicarlo.
–No tendrá nada que ver con tu reputación, ¿verdad?
Oliver clavó en ella sus ojos pardos, con un brillo de desafío.
–¿Y qué reputación es esa?
–No tengo intención de inflar más tu enorme ego.
Ni de mencionar los susurros de las mujeres sobre Oliver «el Martillo» Harmer. Era territorio peligroso.
–Pensaba que éramos amigos –protestó él.
–Eres amigo de mi marido, yo solo soy su… delegada en Hong Kong –bromeó Audrey.
Oliver soltó un gruñido.
–Y supongo que solo aceptas porque la cocina es fabulosa.
–No, en realidad no –Audrey le sostuvo la mirada, sintiendo como si dos pequeñas mariposas revolotearan en su pecho–. También vengo por el vino.
Oliver tomó un puñado de caramelos y los tiró sobre la mesa.
–Me lo apuesto todo.
–Ah, el típico multimillonario, tirando el dinero como si fueran caramelos…
–Venga, juega –la interrumpió él, con una sonrisa.
Siempre era así. Su almuerzo navideño estaba lleno de humor, bromas y camaradería.
Al menos, en la superficie.
Bajo la superficie había un