Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza. Ким Лоренс
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Y él se sentía atraído por esa integridad, aunque la maldijera. ¿Sería igual si Audrey se acostase con otros hombres o solo estaba obsesionado porque no podía tenerla?
Eso sería lo más lógico.
Que Audrey fuese una persona fiel no significaba que él quisiera un compromiso serio. Con Tiffany en realidad había decidido dar marcha atrás. Había abandonado la idea de conseguir a la mujer con la que soñaba en secreto y aceptado a una que le dejaría hacer lo que quisiera, cuando quisiera. Y que parecía contenta haciéndolo.
Y, evidentemente, eso no iba a ocurrir.
–Vamos, Harmer. Pórtate como un hombre.
Oliver levantó la mirada, temiendo por un momento que Audrey le hubiese leído el pensamiento.
–Solo es una partida –bromeó ella–. Seguro que ganarás la siguiente.
En realidad, le daba igual quién ganase y solía perder a propósito. Haría lo que hacía cada año: mantenerla interesada, tirar algunas partidas y llevarse las suficientes como para verla indignada, hacer que volviese por más. Que volviese con él en nombre de su engañoso marido, que aprovechaba cualquier oportunidad en cuanto Audrey estaba fuera del país.
Tenía que disimular su disgusto con Blake para poder mantener esa comida anual, pero guardaría el secreto.
No solo porque no quisiera hacerle daño a Audrey ni porque perdonase el comportamiento de Blake en absoluto. Y no porque le gustase ser el confesor del hombre que había sido durante años su mejor amigo.
Mantendría el secreto porque mantenerlo significaba no tener que despedirse de Audrey. Si le contaba lo que sabía, dejaría a Blake y si dejaba a Blake no volvería a verla.
De modo que cada veinte de diciembre intentaba que lo pasara bien en el poco tiempo que estaban juntos. Disfrutaba de su conversación y su presencia y se olvidaba de todo lo demás.
Tenía todo el año para batallar con eso. Y con su conciencia.
Mientras le daba las cartas sus dedos se rozaron, provocando todo tipo de sensaciones, pero intentó disimular. Combatiría esa reacción más tarde, cuando no tuviera delante a aquella mujer asombrosa, con sus penetrantes ojos azules clavados en él.
–Tu turno.
Capítulo 2
20 de diciembre, tres años atrás
Restaurante Qingting, Hong Kong
AUDREY apretó las manos contra el espejo del ascensor, desesperada por enfriar la sangre que corría por sus venas, por contener la emoción que temía tiñera sus mejillas estando tan cerca de Oliver Harmer en un sitio tan pequeño.
Doce meses debería ser tiempo suficiente para prepararse.
Pero allí estaba, angustiada y ansiosa por un simple beso de despedida. Nunca era más que un roce, apenas un beso al aire. Y, sin embargo, sentía la quemazón de sus labios en la mejilla como si el beso del año anterior hubiese tenido lugar un segundo antes.
Se sentía como una adolescente con Oliver. Nerviosa, agitada, totalmente concentrada en él durante el tiempo que estaban juntos. Sería cómico si no fuese tan humillante. Por suerte, era lo bastante madura como para fingir.
En público, al menos.
Oliver, con el DVD de regalo en la mano, sonrió y ella le devolvió la sonrisa, concentrándose luego en las luces del panel a medida que descendían.
Cincuenta y nueve, cincuenta y ocho…
Dos semanas antes se había preguntado qué pensaría de su vestido. Oliver, no su marido. Tal vez porque tenía muy buen gusto y era lógico molestarse un poco más en arreglarse para un hombre que la invitaba a comer en el mejor restaurante de Hong Kong cada año.
Blake, por otro lado, no se daría cuenta si apareciese en el restaurante con un saco de patatas.
Nueve años antes, cuando lo conoció, solía fijarse. Entonces la miraba con ojos admirativos… o tal vez se lo había parecido en contraste con la indiferencia de Oliver, que apenas se había fijado en ella hasta que estuvo sentada a la mesa, medio oculta tras la carta.
Paradójicamente, tenía que darle las gracias a él por la evolución en sus gustos porque su desdén dejó claro que había elegido el atuendo equivocado. La gente pagaba millonadas por consejos de moda, Oliver Harmer los daba de manera gratuita.
El vestido de aquel año era estupendo y, aunque echaba de menos el discreto escrutinio de sus ojos pardos, la caricia visual que la sostenía durante todo el año, su aprobación merecía la pena. Se miró a sí misma en el espejo del ascensor e intentó verse con los ojos de Oliver: elegante, profesional, apropiada.
Nerviosa como una cría.
Cuarenta y cinco, cuarenta y cuatro…
–¿A qué hora sale tu avión mañana? –la ronca voz de Oliver interrumpió sus pensamientos.
–A las ocho.
Hablaban de cosas sin importancia. Siempre era así al final de su encuentro. Como si se hubieran quedado sin conversación de repente. Y era posible, ya que hablaban sin parar durante el almuerzo que se convertía en cena y porque solía estar agotada después de tantas horas sentada frente a un hombre al que deseaba ver, pero con quien le costaba esfuerzo estar.
Solo era un día.
En realidad, doce horas. Eso era todo. Durante el resto del año no le costaba nada controlarse. Usaba el largo viaje de vuelta a casa para guardar sus emociones en ese sitio donde permanecían ocultas durante trescientos sesenta y cuatro días.
Había invitado a Blake a ir con ella ese año, esperando que la presencia de su marido la ayudase, pero Blake no solo había declinado la invitación, sino que había parecido horrorizado. Lo cual no tenía sentido porque se veía con Oliver cada vez que tenía que ir a Asia por algún asunto de trabajo.
De hecho, tenía tan poco sentido como que Oliver hubiese cambiado de tema cada vez que mencionaba a Blake. Como intentando distanciarse de la única persona que tenían en común.
Y sin tener a Blake en común, ¿qué tenían?
Veintisiete, veintiséis, veinticinco…
Audrey exhaló un suspiro de yoga, esperando que se le tranquilizase el pulso, pero se le aceleró de nuevo al notar el olor de su colonia, el calor de su cuerpo.
Y estaban tan cerca…
Daba igual lo que hiciera su cuerpo en presencia de Oliver, que no pudiese respirar, que se le quedase la boca seca o se le encogiera el corazón. Era como Ícaro esperando que sus alas de cera no se derritieran al acercarse al sol.
No podía controlar las elementales reglas de la biología. Lo único que importaba era que no se notase.
Esa noche había disimulado como nunca y