TVMorfosis. La década. Gabriel Torres Espinoza

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TVMorfosis. La década - Gabriel Torres Espinoza Tendencias

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formulación de la siguiente pregunta: las posiciones enfrentadas, ¿son consecuencia de que conceptuamos de modo diferente a la televisión y a la historia de la mediatización (en otros términos, de que hablamos de objetos distintos y de distintas historias), o de que hay interpretaciones distintas a partir de procesos históricos en los que estamos de acuerdo?

      Responder esta pregunta no es tarea sencilla de llevar a cabo, porque los autores nombrados partimos de distintas perspectivas teóricas (por ejemplo, algunos se inscriben claramente en el campo de los estudios culturales, otros en una remozada perspectiva mcluhaniana o en la consolidada “semiótica de medios” de América Latina) e, incluso, de distintas posiciones respecto de la cultura de nuestra época (unos son más abiertamente modernos y otros posmodernos). Pero el grado de dificultad no debería constituir un impedimento; máxime si estamos convencidos de que el esfuerzo a realizar puede brindar resultados esclarecedores sobre el tema que nos ocupa. Es más: aunque la concreción de esa empresa nos entregue, casi inevitablemente, un panorama esquemático, confiamos en que nos brindará, finalmente, un interesante fresco de la situación. Si la realización de esa tarea nos permite, hacia al final de este artículo, arribar a una nueva síntesis que nos lleve a pensar desde otro lugar las posiciones asumidas en su riqueza y complejidad, nos sentiremos satisfechos.

      El debate anglosajón: ¿la televisión está muriendo o entrando en una nueva fase?

      Dos palabras, para comenzar, sobre el debate anglosajón tal como lo sintetiza Elihu Katz (2009), que como ofrece posiciones nítidamente polarizadas presenta la ventaja de que nos permite ordenar mejor el campo y, por ende, la exposición que pretendemos desarrollar. La televisión que conocimos entre las décadas de los sesenta y los setenta está muriendo, dice Katz.3 Esa televisión que interpelaba a la vez a la nación y a la familia ya no es la actual, está dejándole espacio a otra de cientos de canales, que transmite a “nichos”, portable, que es parte de un sistema integrado a Internet y otros nuevos medios. Una televisión en la que, exagerando, no hay dos personas viendo el mismo programa a la vez. Es una televisión que se ve afectada por cambios tecnológicos y en el contacto. Y esos cambios se vieron acompañados por el colapso de la regulación pública en medio de un vertiginoso (y embrollado) cambio tecnológico, que además fue simultáneo de un cambio en la opinión pública, que se manifestó en contra de los profesionales que declaman saber, mejor que nosotros, lo que es bueno para nosotros.

      Del otro lado, autores como John Ellis (2004) y Toby Miller (2009) sostienen que la televisión no está muerta ni muriendo, sino entrando en una nueva fase.4 Según Ellis, en la primera fase (de la década de los cincuenta a los ochenta), los televidentes conocieron una televisión de la “escasez” en la que sus opciones de elección estaban limitadas a pocos canales de aire que transmitían a familias sentadas alrededor de una chimenea como una nación alrededor de una fogata. En la segunda hubo una televisión de la abundancia, en la que reinó la competencia entre el satélite y el cable, la oferta se expandió y cada hogar tuvo su aparato de televisión. Y ahora nos encontramos, finalmente, en una situación de infinitas opciones en la que podemos ver lo que deseamos, cuando lo deseamos (en tiempo real o con delay), donde lo deseamos (en una variedad de pantallas, teléfonos, websites).

      El rico debate que acabamos de presentar sucintamente —sobre el que volveremos— nos produce un extraño efecto: que termina en un “punto muerto”. Decimos esto porque nos brinda la impresión, incluso aunque estamos de acuerdo con el diagnóstico de Katz, que debido a una serie de acuerdos, implícitos y explícitos, existentes entre ambos análisis, finalmente todo parece resolverse en un gesto “interpretativo” (porque pareciera que así como cada uno tomó una determinada posición, no hubiera sido imposible que adoptara la contraria). Con la intención de ver si podemos dar un salto que nos permita salir de algún modo de este atolladero, pasamos a retomar el debate latinoamericano sobre el fin de la televisión.

      El debate en América Latina: cuando el consumo se despega de la oferta. Causas y efectos

      Al margen de los planteamientos presentados por Alejandro Piscitelli (1995; 1998), que tempranamente llamó la atención acerca de una posible crisis del broadcast, el debate en América Latina estuvo impulsado claramente por Eliseo Verón (2009), quien en “El fin de la historia de un mueble” sintetizó sus intervenciones. El diagnóstico de Verón se centra principalmente en tres ejes: el fin de la programación, la crisis de la televisión como medio y el nuevo rol del espectador. Detengámonos un momento en estos temas, que encuentran puntos de contacto con los privilegiados en el debate llevado a cabo en el ámbito anglosajón.

      La tesis de Verón, quien como una significativa cantidad de autores latinomericanos retoma la periodización presentada en “TV: la transparencia perdida” por Umberto Eco (1994) sostiene que, pasada la Paleo TV y la Neo TV, nos encontramos en una tercera etapa. Si durante la Paleo TV la institución emisora se ocupó del “mundo exterior” (la televisión como “ventana abierta al mundo”, como había postulado Eco), y durante la Neo TV la atención recayó en la televisión en sí misma y en el vínculo con el sujeto espectador,5 en la tercera etapa, de crisis de la institución emisora, el poder recae en el espectador. Esto se debe a que “la videocasetera, el control remoto, la preprogramación, fueron creando una distancia creciente entre el tiempo de la oferta y el tiempo del consumo” (Verón, 2009: 245). Esa distancia es la que desencadena, finalmente, la crisis de la programación (que no es otra que la crisis de la “grilla” de programación): los sujetos ya no tienen que ver los programas cuando la televisión los emite. Pueden, cada vez más, verlos despegados de la instancia de la emisión. Y explica también por qué la televisión tiene cada vez más problemas para programar la vida social.

      No es difícil comparar la periodización que acabamos de reseñar con los temas centrales del debate anglosajón (hecho que confirmaría que la historia de los medios de comunicación masiva en Occidente presenta, en cierto nivel, un desarrollo global, porque si no, ¿cómo se explican lecturas tan semejantes?). Tanto Eco como Ellis y Katz sitúan el cambio aproximadamente hacia la década de los ochenta. Vista desde el presente, la historia de la televisión hasta esa década a nivel mundial se caracterizó por la “escasez” de la oferta (este hecho es característico de la era de los medios masivos). Si a lo señalado sumamos pocos aparatos receptores en el hogar, que obligaban al “visionado conjunto”, comprendemos el poder de la institución emisora. En la segunda etapa, principalmente gracias a la televisión por cable, aumenta la oferta (podemos recordar el amargo comentario de Eco sobre este hecho6), y en países como Estados Unidos aumenta la cantidad de aparatos en el hogar (en otros países este proceso es más lento). En la tercera etapa, tal como la postula Verón, el espectador tiene ya un gran poder: podemos ver lo que deseamos, cuando lo deseamos, etc. (hecho que observan también Katz y Ellis, aunque Ellis no haga referencia a esta etapa como la final).

      En síntesis: la crisis de la televisión se debe a cambios en los dispositivos mediáticos, discursivos, y en las prácticas sociales de producción y recepción discursiva. Y a que se está volviendo cada día más evidente algo que se sospechaba: que en nuestra sociedad, los individuos poseen gustos diferentes y realizan (debido a su pertenencia identitaria a distintos grupos sociales), cada vez que pueden, elecciones diferenciadas (este fenómeno está estallando en los hogares en la medida en que las pantallas se multiplican y que cada uno puede elegir qué ver).7

      Ahora bien, tal como lo acabamos de comprobar, es posible leer la última etapa como una nueva fase, como lo hacen Ellis y Miller, o como el fin de una era, como lo hacemos otros (Katz, Verón, Carlón). Este hecho nos revela lo difícil que es este debate y, a su vez, la pertinencia de la pregunta que nos hemos formulado: las diferentes lecturas, ¿son consecuencia de que conceptuamos de modo diferente a la televisión y a la historia de la mediatización o de que hay interpretaciones distintas a partir de procesos históricos en los que estamos de acuerdo? Hacia el final de este artículo brindaremos nuestro argumento acerca de por qué insistimos

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