Donde vive el corazón. Brenda Novak
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–¿Viven por esta zona?
–No. Ella ha venido a pasar las fiestas con sus dos hijas a casa de su hermana. He oído que se lo contaba al dueño.
–Parece un poco…
–¿Deprimida?
–Iba a decir «perdida».
–Seguramente lo está. Hace unos meses vi una entrevista que le hicieron a Axel. Dijo que se estaban separando. A lo mejor es por eso.
No era asunto suyo, pero Tobias preguntó:
–¿Y dijo el motivo?
–Le echó la culpa a los viajes. Tiene que estar fuera mucho tiempo. Bla, bla, bla. ¿Qué iba a decir? ¿Que la engaña con una chica diferente cada noche?
Tobias se sintió mal por Harper. No debía ser fácil estar casado con una estrella del rock. Ella no era demasiado mayor y, seguramente, no estaba preparada para ese tipo de vida. Si lo recordaba correctamente, Axel era de un pueblo pequeño de Idaho, y su banda y él se habían hecho famosos de la noche a la mañana. Ahora, él estaba en la cima del mundo.
¿Y ella? ¿Cuál era su lugar?
–¿Has dicho que tienen niños?
–Sí, bueno, dos niñas. No me acuerdo de sus edades. Creo que tienen seis y ocho años, algo así.
Entonces, Harper se había casado con Axel antes de que él tuviera éxito, y habían formado una familia. Eso significaba que se había casado con él por amor.
–¿Y dónde están las niñas?
–Supongo que están con su hermana –le dijo Willow, y bajó la voz–. Tiene que ser horrible estar en su lugar, ¿no? Lo digo porque tiene que ver su nombre y su cara por todas partes, no puede dejar de acordarse constantemente.
Ahora que ya no estaba prestándole demasiada atención a las sonrisas de esperanza y al nerviosismo de Willow, Tobias se dio cuenta de que la gente le daba codazos a sus acompañantes y señalaban a Harper. Parecía que había muchos que sabían quién era, y que las noticias se extendían rápidamente.
Pobre mujer. Él sabía lo que era convertirse en el objeto de los chismorreos de todo el pueblo. Tenía diecisiete años cuando lo habían juzgado como si fuera mayor de edad y lo habían condenado a trece años de cárcel. Volver a Silver Springs el verano anterior había sido como si lo pusieran bajo un microscopio. Sufrir en privado era una cosa, pero sufrir en público era muy diferente. Eso elevaba lo que le estaba pasando a Harper a otro nivel.
–No creo que le cueste mucho encontrar a otro mejor –dijo, como si no estuviera especialmente interesado. Sin embargo, Harper le había llamado la atención, ¿no?
–¿Me estás tomando el pelo? –preguntó Willow de nuevo–. ¿Cómo va a encontrar a un tipo que pueda compararse a su marido?
Bueno, tenía algo de razón. Para un tipo normal, sería difícil estar a la altura de Axel, tanto financieramente como en otros aspectos.
–Es verdad.
–Tú no estarás interesado en ella, ¿no? –le preguntó Willow, con una expresión ligeramente apagada.
Vaya, no debía de haber disimulado sus sentimientos tan bien como pensaba. Pero había estado en la cárcel y ganaba un sueldo muy modesto trabajando en un correccional. No había conocido a su padre y su madre era una adicta al cristal que entraba y salía constantemente de rehabilitación. Sabía cuándo una persona estaba fuera de su alcance.
–No.
–Ah, bueno –dijo Willow, y sonrió con alivio–. Porque llevo un tiempo fijándome en ti y…, bueno…, espero que haya alguien más en este restaurante que pueda interesarte –dijo, apresuradamente, sin mirarlo. Después, se alejó y volvió para llevarle la cuenta junto a un trozo de papel con su número de teléfono.
Harper movió las patatas asadas de un lado a otro del plato mientras escuchaba el murmullo de las voces de la cafetería. Aunque estaba rodeada de gente, nunca se había sentido tan sola.
–Tengo un número cinco –les gritó el cocinero a las camareras.
Ella se fijó en la carta, que había dejado abierta junto a su codo para tener algo que mirar. En aquel momento era difícil mostrarse en público. Después del documental que había hecho con Axel el año anterior para ayudar a acabar con el estigma de la depresión y animar a la gente a visitar a un terapeuta cuando fuera necesario, la reconocía a menudo, así que tenía poca privacidad.
El número cinco era una pechuga de pollo con salsa de limón, verduras al vapor y un panecillo de maíz sin gluten. Ella había pedido un número siete, un filete a la pimienta, patatas asadas con ajo y judías verdes. Al principio le había parecido muy bien, pero, después, solo había podido comerse un trozo de panecillo. No le parecía que fuera sin gluten. Axel había convertido en un asunto muy importante el hecho de mantener una dieta libre de gluten, pero él era el celíaco, no ella. Y, aunque pensara que seguramente era mejor no tomarlo, en aquel momento no le importaba su dieta. Desde que su matrimonio había terminado, no había muchas cosas que le importaran. Había hecho un gran esfuerzo por las niñas y, ahora, ya solo faltaban tres semanas para la Navidad, que iba a ser la primera que pasarían sin Axel. Él estaba de tour por Europa y no iba a volver hasta primeros de año, ya que la fecha de su último concierto era en Nochevieja.
De todos modos, ahora que todo había cambiado entre ellos, ya no iban a pasar las fiestas como siempre.
Aunque él podría haber pedido llevarse a las niñas, al menos.
Se imaginaba lo sola que se habría sentido, pero… casi deseaba que se las hubiera llevado. No se sentía capaz de estar a la altura, de poner buena cara y decirles a sus hijas que todo iba a ir bien cuando, en realidad, tenía la sensación de que el mundo se hundía a su alrededor. No tenía ganas de poner el árbol de Navidad, ni de comprar regalos, y ese era el motivo por el que su hermana se había empeñado en que fuera a pasar un par de meses con ella, a pesar de que, para hacerlo, tuviera que trasladar a las niñas de colegio durante ese tiempo. Aquella noche, Piper y Everly estaban en una fiesta navideña de la iglesia con sus primas, las gemelas, que tenían cuatro años más que Everly. Sin embargo, ella tenía que estar preparada y darles la bienvenida con una sonrisa cuando llegaran a casa.
Recibió una llamada de teléfono, pero no se molestó en responder. Era su hermana. Habían discutido, y ella había salido de la casa airadamente. Karoline se había enfadado cuando le había contado lo pequeña que era la cantidad que Axel le pasaba para la manutención de las niñas. Según su hermana, estaba poniéndole las cosas demasiado fáciles a Axel.
Axel ganaba una fortuna, pero ella no quería luchar. Todavía estaba enamorada de él. Cuando él le había dicho claramente que ya no quería seguir casado con ella, que ya no quería seguir intentando resolver sus problemas, ella se había conformado con la primera cifra que le había dado el abogado de Axel. Temía que, de lo contrario,