Donde vive el corazón. Brenda Novak
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–Te llamé.
Harper se estremeció al oír su tono de voz.
–Es cierto. Es que en la cafetería no podía hablar.
Podía haberle enviado un mensaje, pero, por suerte, Karoline no se lo echó en cara.
–No te preocupes.
Harper puso la rosa en la isla. Su hermana tenía bastante decoración en la casa, pero nada podía compararse a la belleza natural de una flor. Le recordaba que tenía que volver a lo más básico, a la vida sencilla. Y, para eso, tenía que dar un paso tras otro, por muy doloroso que le resultara.
«Las cosas irán a mejor».
–¿Y por qué te has puesto eso? –le preguntó Karoline, con un gesto de horror, al fijarse en el abrigo que ella se estaba quitando.
–Es muy calentito.
Su hermana puso los ojos en blanco.
–No me importa. Deshazte de él. Deshazte de todo lo suyo.
–No digas eso.
–No va a volver, Harper. El divorcio va a ser firme esta semana. Si se arrepiente de lo que ha hecho, debería habértelo dicho ya, debería haber intentado rehacer su familia.
–Ha estado bastante ocupado.
–Sí. Acostándose con otras mujeres.
Harper se irritó.
–No sabemos con certeza si lo ha hecho.
–Es una estrella del rock de treinta y dos años que lleva siglos sin tener tiempo para dedicárselo a su mujer. Creo que está bastante claro.
–Pues si lo ha hecho es porque hay cientos de mujeres bellas que se tiran a sus brazos. ¿Cómo asumirías tú toda esa atención y esa adoración? Tal vez ninguna de las dos lo hiciéramos mejor que él.
Su hermana cabeceó.
–Eres demasiado comprensiva, Harper.
–No sé. Si eso es cierto…, ¿qué le ha pasado a mi matrimonio?
–Es culpa de Axel. Es un idiota por dejarte. Al final, se va a quedar con las manos vacías.
–No se va a quedar con las manos vacías. Aunque su carrera languideciese, ya ha conseguido mucho. Además, siempre ha sido muy carismático. Encontraría a alguien aunque no fuera famoso.
Y ese era uno de sus grandes problemas en aquel divorcio: que se sentía fácilmente sustituible, como si no tuviera nada de especial. Era una ironía, teniendo en cuenta que, al principio, él había hecho que se sintiera como si fuese la única persona que iba a poder satisfacerlo.
«Ten cuidado con lo que deseas». Harper se acordó de lo que le había dicho su madre cuando estaba trabajando tanto para ayudar a Axel a despegar en el negocio de la música.
Tenía que haberle hecho caso. Su madre era jueza del Tribunal Superior de Justicia de Idaho, donde vivía su familia, y siempre tenía razón. Su padre, agente inmobiliario, estaba de acuerdo en que nunca era inteligente desoír sus consejos.
–¿Quieres decir que ni siquiera vamos a tener el placer de saborear esa venganza? –preguntó Karoline.
–Seguramente, no.
–Vaya asco.
Se abrió la puerta y las niñas entraron en tromba en casa, riéndose, hablando sobre la fiesta y sobre Papá Noel, que, aunque llevaba el traje rojo y la barba blanca de rigor, no había podido disimular que era uno de los profesores del colegio.
Tal y como llevaba haciendo todos aquellos meses, Harper fingió que estaba muy interesada en la vida cotidiana e intentó participar en la conversación, pero se sintió muy aliviada cuando las niñas se acostaron y pudo dejar de actuar.
Sin embargo, la noche no había terminado. Cuando se había quedado a solas, por fin, Karoline llamó a su habitación y se asomó.
–¿Estás bien?
Harper sonrió forzadamente.
–Sí, claro.
–Una cosa… Ese hombre que te dio la rosa…
–¿Qué pasa con él?
–¿Cuántos años tenía?
–Creo que debía de tener mi edad.
–¿Y cómo era?
Harper puso los ojos en blanco.
–Era un tipo cualquiera, Karoline.
–¿No sabes cómo era?
–Claro que sí, pero… –dijo Harper. Contuvo su fastidio y exhaló un suspiro–. Medía cerca de un metro noventa, y tenía el pelo oscuro, y los ojos muy muy claros.
–¿De qué color?
–¡No lo sé!
–¿En serio?
–No se veía nada en el aparcamiento. Casi no hay luz. Pero creo que tenía los ojos verdes.
–Vaya. Entonces, era guapo.
Ella recordó su mandíbula fuerte y los pómulos marcados, la forma de su boca, que era bastante sensual, desde un punto de vista objetivo.
–Sí, era guapo. ¿Por qué?
–Me pregunto si lo conozco…
–Estás haciendo una montaña de un grano de arena. Solo fue un detalle amable, algo que me alegró un poco cuando lo necesitaba. No tiene más trascendencia.
–Ojalá la tuviera –gruñó Karoline–. Es exactamente lo que tú necesitas, y lo que Axel se merece.
–Estar enfadada con él no va a cambiar nada.
–Pero me ayuda, de verdad. Deberías intentarlo.
La puerta se cerró y ella volvió a tumbarse en la cama. Sin embargo, después de que la casa se hubiera quedado en silencio y todo el mundo estuviera dormido, no pudo resistir la tentación de sacar el portátil y ver un vídeo del último concierto del que pronto sería su exmarido.
Era increíble.
Su actuación era increíble.
No parecía que Axel estuviera sufriendo en absoluto.
Cuando Tobias llegó a la finca en la que vivía, una plantación de seis hectáreas dedicada al cultivo de las mandarinas, se encontró un coche desconocido en el camino de entrada. Intentó rodearlo para aparcar en su sitio de siempre, cerca de la casita que tenía alquilada