Donde vive el corazón. Brenda Novak
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Cuando Carl apartó su Impala, le hizo un gesto a Tobias para que pasara. Era obvio que estaba impaciente por volver al calor de la casa.
Tobias se quedó mirándolo unos segundos y, en aquel preciso instante, supo que nunca iban a ser amigos.
Carl se quedó mirándolo con antipatía. Él aparcó en su sitio de costumbre.
Carl no le dijo nada más; salió del coche y entró en la casa. Tobias tampoco se despidió.
–Imbécil –murmuró, y entró en su propia casa.
Puso la televisión y trató de olvidarse de la mujer de Axel Devlin, que estaba tan triste en la cafetería, y del hecho de que Uriah, un anciano vulnerable de setenta y seis años, estuviera en aquel momento con alguien que podía resultar peligroso.
Una hora después, Tobias todavía no había conseguido relajarse. Recibió un mensaje de su exnovia, Tonya Sparks, la hermana de su último compañero de celda. Ella le había dado esperanzas suficientes como para soportar el último año de cárcel, pero, en cuanto había quedado en libertad, las cosas se habían estropeado entre ellos.
Voy a dar una fiesta de Navidad el día 21 a las 19:00, aquí, en mi casa. Me gustaría que vinieras.
Se veían de vez en cuando, pero él sabía que no eran buenos el uno para el otro. Tonya salía demasiado de fiesta, y no tenía rumbo en la vida. Le recordaba demasiado a su madre. Él estaba mejor alejado de ella.
Lo había intentado, pero no era fácil desde que Maddox se había casado. A él todavía no le había dado tiempo a hacer buenas amistades desde que había salido de la cárcel. Algunas veces salía con dos de los hijos de Aiyana, Elijah y Gavin, que también trabajaban en el colegio, pero ellos estaban casados y tenían niños, y no podían hacer muchas cosas después de la jornada laboral. Si no salía a montar en bicicleta o a hacer senderismo, normalmente pasaba las tardes y noches con Uriah. Sin embargo, tenía el presentimiento de que eso iba a terminar hasta que Carl no volviera a Maryland, si pensaba hacerlo.
Qué demonios… Tenía que alejarse de su madre. Ella lo estaba utilizando otra vez, y no podía correr el riesgo de permitírselo. Tenía que alejarse de la chica de dieciocho años de la cafetería, la que le había dado su número de teléfono. Tenía que evitar ser una molestia para Maddox, para que Maddox pudiera disfrutar de su matrimonio y de su hija. Y, ahora, tenía que darle espacio a Uriah para que el anciano pudiera recuperar la relación con su problemático hijo.
Pero… necesitaba tener amigos, ¿no?
Sí, cuenta conmigo, respondió.
Capítulo 3
Sábado, 7 de diciembre
Al día siguiente, por la mañana, llamó Axel. Harper se había levantado y se había lavado los dientes. Al ver su cara en la pantalla, se emocionó, y detestaba aquel sentimiento, pero no podía evitarlo. Él siempre había sido el amor de su vida. Nunca se hubiera imaginado que iba a tener que vivir sin Axel, así que nunca se había preparado para esa posibilidad y, seguramente, ese era el motivo por el que el divorcio la había dejado tan hundida.
En el documental que habían hecho juntos, Axel le había dicho a todo el mundo que ella era la mejor persona que conocía. ¡Y eso había sido solo doce meses antes! ¿Cómo era posible que todo se hubiera desmoronado desde entonces? ¿Qué había pasado con eso de tener siempre en mente lo que era importante en la vida, tal y como se habían prometido el uno al otro desde el principio?
Al final, Axel había perdido esa perspectiva.
¿O acaso era culpa suya? Él decía que ella no lo estaba apoyando lo suficiente. Que no entendía todo lo bueno que podía hacer en su carrera, y tenía algo de razón. Todos los veranos, Axel daba un concierto benéfico para el hospital St. Jude y recaudaba un millón de dólares. Para conseguir tanto público, él tenía que escribir, actuar y promocionar su música. Ella se sentía egoísta por anhelar su atención. Sin embargo, durante los largos días y las largas noches que había pasado cuidando a solas de sus hijas, se habían distanciado el uno del otro.
Se prometió a sí misma que no iban a discutir, dijera lo que dijera Axel. Cerró silenciosamente la puerta del dormitorio para que Karoline no pudiera oír la conversación. Todos estaban en la cocina desayunando las tortitas que Terrance preparaba los sábados por la mañana, y ella quería tener intimidad.
–¿Sí? –preguntó, tratando de que su voz sonara alegre, algo que le costó un esfuerzo considerable.
–¿Harper? ¿Cómo estás?
«No demasiado bien», pensó ella. Sin embargo, él no quería escuchar sus quejas. A medida que se había hecho cada vez más famoso, ella había dejado de ser importante para él. Y, cuanto menos importante se volvía, más había intentado recuperarlo y llevarlo al mismo punto en el que estaban antes, y más lo había agobiado. Era un círculo vicioso terrible.
–Muy bien –le dijo–. ¿Y tú?
–Agotado –respondió Axel, con un suspiro–. Este tour me está pasando factura.
–Te dejas la piel en cada concierto –le dijo ella, y era cierto. Admiraba su ética de trabajo, la enorme cantidad de energía que les dedicaba a sus fans. Era un intérprete excelente.
–¿Qué tal están las niñas?
Estuvo a punto de responder que echaban de menos a su padre y que querían que volviera tanto como lo deseaba ella misma, pero, de nuevo, se contuvo. Él iba a tomárselo como una crítica, y no iba a volver a llamarla si ella hacía que se sintiera culpable.
–Se lo están pasando muy bien con sus primas –le dijo.
–Me alegro. ¿Les gusta el nuevo colegio?
–Sí, en general, sí. ¿Cuándo vuelves a Estados Unidos?
–Me parece que no va a ser hasta mediados de enero.
–Ah, ¿es que tienes más conciertos, o…?
–No, es que tengo que ocuparme de la promoción ahora que estoy al otro lado del charco.
–Ah, claro. La promoción es importante.
Hubo una breve pausa, y se arrepintió de haberlo dicho en un tono tan mecánico y poco sincero.
–¿Lo dices con sarcasmo? –le pregunto Axel.
Ella carraspeó.
–No, en absoluto. Es solo que…, como Navidad es dentro de dos semanas…, estaba pensando en que Everly y Piper se pondrían muy contentas si llegaras antes de lo que habías planeado, y no más tarde.
–Ojalá pudiera, pero no tiene sentido estar volando de un lado a otro. Los viajes me están matando. Ya sabes lo nervioso que me pone volar. Para venir aquí tuve que tomarme un Xanax.
Era difícil sentir empatía. Estaba entumecida y, cuando el entumecimiento cesaba, sentía tanto dolor que lo echaba de menos.