Visión de futuro. Steven Johnson

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Visión de futuro - Steven Johnson

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en gran parte porque los defensores del proyecto no pudieron persuadir a la comunidad de inversores de que la ciudad acabaría expandiéndose tanto hacia el norte.

      Ya en 1798, los periódicos y los publicistas llamaban a Collect Pond un «agujero espantoso» al que iban a parar «todos los vertidos líquidos y de residuos, chatarra, meados y mierda de un gran territorio a su alrededor». Como el agua del estanque estaba demasiado contaminada para beber, la ciudad decidió que era mejor rellenar tanto el estanque como los cenagales circundantes y construir un nuevo barrio de «lujo» encima de él que atraería a las familias de gente bien que deseaban vivir fuera del tumulto de la ciudad, de manera similar a como se desarrollarían los planes de urbanización de Long Island y Nueva Jersey, a las afueras de la ciudad, ciento cincuenta años más tarde. En 1802, el Consejo Comunitario decretó que Bunker Hill fuera aplanada y que la «tierra buena y sana» de la colina se utilizara para borrar Collect Pond del mapa de Nueva York. Para 1812, los manantiales de agua dulce que habían saciado la sed de los habitantes de Manhattan durante siglos ya habían sido enterrados bajo tierra. Ningún neoyorquino normal y corriente que viva en la superficie los ha visto desde entonces.

      Durante un tiempo, a principios de la década de los veinte del siglo XIX, floreció un barrio respetable sobre el antiguo emplazamiento del estanque. Pero al poco tiempo el intento de la ciudad de borrar el paisaje natural de Collect Pond cayó víctima de una especie de retorno de lo reprimido. Debajo de esos nuevos hogares elegantes, en la «tierra buena y sana» procedente de Bunker Hill, los microorganismos se abrían paso de manera constante a través del material orgánico que había quedado de la vida anterior de Collect Pond: todos los cadáveres de animales en descomposición y otra biomasa de los humedales.

      El trabajo de esos microbios subterráneos causó dos problemas a ras de suelo. A medida que la biomasa se descomponía, las casas que estaban encima comenzaron a hundirse en el terreno. Y a medida que se hundían, empezaron a emanar olores pútridos de la tierra. Incluso las más ligeras precipitaciones provocaban que los sótanos se inundaran con el agua de las ciénagas. Los brotes de tifus se convirtieron en algo habitual en el vecindario. En cuestión de años, el bienestar de los residentes desapareció y el valor de las viviendas se desplomó. El barrio pronto se convirtió en un imán para los residentes más pobres de la ciudad, para los afroamericanos que escapaban de la esclavitud en el sur y para los nuevos inmigrantes que llegaban de Irlanda e Italia. En la miseria de su infraestructura en decadencia, el barrio desarrolló una reputación de crimen y libertinaje que resonó en todo el mundo. En la década de los cuarenta de ese mismo siglo, cuando Charles Dickens lo ­visitó, se había convertido en la barriada más famosa de los Estados Unidos: Five Points.

      La historia de Collect Pond es, en parte, la historia de una decisión, o de dos decisiones, en realidad. Las decisiones no coincidieron directamente en el tiempo y ninguna de ellas puede adjudicársele a un solo individuo. Pero en aras de la brevedad, podemos comprimirlas hasta convertirlas en un simple binario: «¿Deberíamos conservar Collect Pond y convertirlo en un parque público o ­deberíamos eliminarlo?». Las consecuencias que siguieron a esa decisión siguen afectando a la vida cotidiana de los neoyorquinos que viven y trabajan en el vecindario hoy, más de dos siglos después. En la actualidad, la tierra que una vez fue ocupada por las amenazantes multitudes de Five Points ahora alberga un conjunto más sano, aunque no exactamente alegre, de edificios gubernamentales y rascacielos de oficinas. Pero imagina un Lower Manhattan que albergara un oasis verde, quizás del tamaño del Boston Common, con un pintoresco estanque bordeado por un risco rocoso que rivalizara con las alturas de las estructuras construidas por el hombre que lo rodeaban. Ahora nos gusta idealizar la era de los Five Points, pero las pandillas de Nueva York habrían encontrado otro lugar para reunirse si la ciudad no hubiera rellenado el estanque. La repentina caída en los precios de los bienes raíces que esos microbios subterráneos desencadenaron ciertamente ayudó a atraer a los inmigrantes que harían de la ciudad un centro verdaderamente cosmopolita, pero hubo otras fuerzas que impulsaron esa afluencia de población más allá de la vivienda barata en Five Points. Los barrios de la ciudad todavía son susceptibles de grandes cambios demográficos y arquitectónicos, y se reinventan a sí mismos cada pocas generaciones. Pero una vez que entierras el estanque, nunca regresa.

      Si se hubiera puesto en marcha el plan de L’Enfant, es muy probable que Collect Pond Park se hubiese erigido hoy en día como uno de los grandes oasis urbanos del mundo. El National Mall en Washington D. C., que L’Enfant también diseñó, atrae a millones de turistas cada año. Los parques urbanos convencionales tienen una longevidad que puede superar la de los castillos, cementerios o fortalezas. Las decisiones de crear Central y Prospect Park siguen beneficiando a los neoyorquinos ciento cincuenta años después de haber sido contemplados por primera vez, y hay motivos para sospechar que los parques sobrevivirán, más o menos intactos, durante los siglos venideros. Los humedales similares a los de Collect Pond de la ciudad española de Sevilla se convirtieron en parque urbano en 1574 cuando el conde de Barajas drenó el pantano, lo convirtió en canales de riego y construyó un paseo rodeado de álamos. Como muchos otros espacios urbanos similares, el parque pasó por épocas oscuras en la década de los setenta como guarida de drogadictos y delincuentes, pero hoy en día prospera, como una isla inalterable en el mar de los cambios urbanos durante casi quinientos años. Lo único que es más duradero es el trazado urbano.

      Visto así, es difícil no concebir la decisión de rellenar Collect Pond como un error de quinientos años. Pero ese error tuvo sus raíces en el hecho de que rechazar el plan de L’Enfant y enterrar el estanque nunca fue realmente una decisión. Fue, en cambio, una maraña desorganizada de acción e inacción. Nadie se propuso contaminar deliberadamente el agua dulce; la desaparición de Collect Pond fue un caso de libro de texto del desastre de un pueblo. El plan de L’Enfant se derrumbó no porque los ciudadanos no quisieran ver su estanque protegido, sino porque un puñado de especuladores fueron tremendamente cortos de miras sobre el futuro crecimiento de Manhattan.

      Aunque es evidente que en el siglo XXI nuestra capacidad de mantener la atención se ha reducido y, además, nuestra visión es esencialmente cortoplacista, el hecho es que hoy en día se nos da mucho mejor tomar este tipo de decisiones que tienen en cuenta los resultados a largo plazo. Un elemento geográfico tan importante para la ecología del centro de Manhattan nunca sería destruido sin un extenso análisis del impacto ambiental. Las partes interesadas serían convocadas para discutir escenarios alternativos de uso de la tierra y participar en procesos de toma de decisiones en grupo como intensos períodos de planificación y diseño. Los economistas calcularían el coste que significaría para los comercios locales y los ingresos potenciales procedentes de los turistas que visitan un parque urbano emblemático. Los participantes en esta conversación se guiarían por un campo científico en desarrollo llamado teoría de la decisión, con raíces en la economía, la psicología del comportamiento y la neurociencia, que ha codificado una serie de marcos útiles para tomar este tipo de decisiones a largo plazo. Ninguno de esos recursos se encontraba disponible para los habitantes de Manhattan a finales del siglo XVIII. Todavía somos capaces de cometer errores que duren quinientos años, sin duda, pero ahora disponemos de herramientas y estrategias que nos pueden ayudar a evitarlos.

      La capacidad de tomar decisiones deliberativas a largo plazo es una de las pocas características verdaderamente únicas del Homo sapiens, junto con nuestra innovación tecnológica y nuestro don para el lenguaje. Y estamos mejorando en ello. Podemos confrontar estas opciones de proporciones épicas con una inteligencia y una previsión que habrían sorprendido a los urbanistas de hace dos siglos.

      En julio de 1838, una década después de que esas bellas casas comenzaran a hundirse en los restos de Collect Pond, Charles Darwin se sentó al otro lado del Atlántico para tomar nota de una decisión que, indirectamente, alteraría el curso de la historia científica. Darwin tenía veintinueve años. Había regresado de su legendario

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