La extrema derecha en Europa. Jean-Yves Camus

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La extrema derecha en Europa - Jean-Yves Camus

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revolucionaria, a la que pertenece Benito Mussolini, y del sindicalismo revolucionario promovido por Antonio Labriola, corriente que, entre 1902 y 1918, se aleja progresivamente del Partido Socialista hasta dividirse en una línea nacionalista. Como muchas figuras de las extremas derechas alemanas, Mussolini era un gran lector de Georges Sorel, cuyas Réflexions sur la violence (1908) también fueron una referencia del anarco-sindicalismo (el propio Sorel había realizado varias idas y vueltas entre los extremos, lo que llevó a Lenin a considerarlo como un “espíritu borrador” para él, y que Mussolini afirmara: “A quien más debo es a Sorel”). (9) La Revolución Rusa de 1917, además, ofreció un modelo de toma del poder a través de una organización revolucionaria. De esta manera, el fascismo era en parte “una aculturación a la derecha de las lecciones de la Revolución de Octubre”. (10) En Alemania, el filósofo Arthur Moeller van den Bruck expresa la posición de esta nebulosa de la “Revolución Conservadora” que se opone a la República de Weimar: existiría una carrera entre nacionalistas y comunistas para “ganar la revolución” por venir. En cada país, algunos revolucionarios buscarían establecer un “socialismo nacional”, como el bolchevismo en Rusia o el fascismo en Italia. La extrema derecha, pues, debe hacer un “desvío revolucionario” para instaurar un Tercer Reich socialista en el sentido en que “el socialismo es el hecho de que una Nación entera sienta que vive en conjunto”. (11) Esta tendencia llevó a imitaciones a veces un tanto serviles de las extremas izquierdas –por ejemplo, cuando después de 1968 los neofascistas alemanes, italianos o franceses toman prestados elementos de la comunicación de izquierda–, pero nunca cambió esta concepción interclasista del socialismo. El ideal es la organización de la unidad superior de la nación, no la lucha de clases. Para las extremas derechas, el socialismo siempre fue un remedio para el comunismo y el anarquismo. Si puede pensarse una congruencia entre lo nacional y lo social en la extrema derecha, es porque los años que separan la guerra franco-prusiana de la Gran Guerra cambiaron por completo el paisaje político e ideológico francés y europeo.

      La derrota militar de 1870 puso fin a un Segundo Imperio que era un cesarismo popular. Antes de convertirse en Napoleón III, Luis Napoleón Bonaparte había planteado en 1840 que “la idea napoleónica consiste en reconstituir la sociedad francesa, alterada por cincuenta años de revolución, en conciliar orden y libertad, derechos del pueblo y principios de autoridad”. (12) Para el historiador Philippe Burrin, este bonapartismo participa de la familia política de la “agrupación [rassemblement] nacional”, que trasciende la división derecha-izquierda (en la actualidad se pueden citar, dentro de esta última, a Jean-Pierre Chevènement a la izquierda, Nicolas Dupont-Aignan a la derecha o Florian Philippot a la extrema derecha). Efectivamente, como escribe el historiador André Encrevé, el bonapartismo de Napoleón III tomaba “algunos elementos de la izquierda (principios de 1789, voluntad de favorecer el progreso económico, leyes sociales, defensa de las nacionalidades) y otros de la derecha (rechazo del respeto a las grandes libertades públicas, clericalismo, autoritarismo, defensa del orden y de la propiedad)”. (13) Así pues, la modelización de Philippe Burrin permite comprender tanto aquello que a veces acerca a la extrema derecha a otros campos políticos como aquello que a veces confunde a parte de los observadores. Porque, así como el fascismo es la forma “radical” de la familia política de las ideologías de “agrupación nacional” (bonapartismo, autoritarismo cesarista, etcétera), el propio nazismo, según el historiador suizo, sería un “fascismo radical”. Se obtiene así un continuum que conserva las especificidades, pues el fascismo es autónomo del “nacionalismo de fin de siglo”, sin estar disociado de él, y la comparación funciona desde el nazismo hacia el fascismo y no a la inversa, puesto que el nazismo constituye un más allá del fascismo. (14) Esto permite comprender acabadamente qué es lo que separa a cada tendencia, lo que permite migraciones individuales, pero también lo que lleva a tanto exceso en los caprichos en las amalgamas tanto de unos como de otros.

      El principal factor explicativo de la importancia que toma la articulación entre lo nacional y lo social es, evidentemente, la irrupción de las masas: en el sistema de producción, con la Revolución Industrial, y luego en el debate político, al generalizarse el sufragio universal. Se produce en Francia, al mismo tiempo que se consolida la Tercera República en la década de 1880, un recambio de ideas que desemboca en la constitución de una nueva derecha, que Zeev Sternhell llama “derecha revolucionaria”, en la que ve la prefiguración del fascismo. Primera doctrina ideológica a migrar desde la izquierda hacia la derecha: el nacionalismo. Hasta aquí, era el campo republicano el que llevaba el apego a la Nación. El soldado Bara, las batallas de Valmy y Jemappes, el pueblo en armas, y más adelante Louis Rossel, oficial enrolado en la Comuna de París, son símbolos de la izquierda patriota, apegada a la idea de que la ciudadanía y la igualdad se desarrollan plena y naturalmente en el marco de la Nación soberana. La personificación de ese nacionalismo de los socialistas es Louis Auguste Blanqui (1805-1881), quien reparte su vida entre la prisión y las conspiraciones. El blanquismo es más una actitud que una doctrina, y este estilo ha influido tanto en el fascismo italiano como en los movimientos radicales de extrema derecha y ultraizquierda. Exalta la insurrección, la barricada (Blanqui escribe en 1868: “El deber de un revolucionario es luchar siempre, luchar a pesar de todo, luchar hasta extinguirse”). El movimiento denuncia el capitalismo judío y participa de la Comuna calificando al régimen burgués de “prusiano de adentro”, listo para abandonar Alsacia y Lorena. (15) Los blanquistas luego se unen al general Boulanger, figura nacionalista apodada el General Revancha. Esto se produce cuando la izquierda también hace un intenso trabajo ideológico.

      Se da una ruptura entre izquierda y nacionalismo con Marx y Engels, para quienes “los obreros no tienen patria”. (16) El caso Dreyfus y la masacre de Fourmies (donde el 1º de mayo de 1891 el ejército francés dispara contra los manifestantes) exacerbaron el antimilitarismo en la izquierda. La Confederación General del Trabajo organiza el 16 de diciembre de 1912 una huelga general contra la guerra y el 25 de febrero de 1913, una manifestación contra el proyecto de servicio militar de tres años. A fines del siglo XIX, se desarrolla, sobre todo entre los anarquistas y los sindicalistas, una tendencia antipatriótica. Su cabeza de puente es Gustave Hervé (1871-1944), quien llama a poner la “bandera en el estiércol”. El antipatriotismo es inseparable del antimilitarismo y Hervé escribe en 1906: “Nosotros solo admitimos una única guerra, la guerra civil, la guerra social”. Del mismo modo, llama a abstenerse para que el pueblo no se comprometa con la comedia parlamentaria. El agitador antipatriótico se incorpora a Union Sacrée [Unión Sagrada] en 1914, cuando su socialismo comienza a referenciarse en Blanqui y Proudhon. Durante la década de 1920, es pacifista, luego se une a las filas fascistas en 1932. Convencido de que hay que recrear Unión Sagrada, en 1936 publica un libro de título famoso, C’est Pétain qu’il nous faut [Pétain es lo que necesitamos] (un título que remite a la antigua canción popular “C’est Boulanger qu’il nous faut”). No obstante, en 1941 Hervé se niega a seguir más intensamente a Vichy y detiene por completo su militancia. (17) Esta breve biografía no solo echa luz sobre trayectos que hoy nos parecen sinuosos; también habla de la coherencia de una época pasada comprendida entre el post-1870 y el post-1918. Es ese el momento bisagra.

      La derecha, marcada por el imperativo de la venganza contra Alemania, construye a partir de 1870 una mística nacionalista muy diferente a la de la izquierda. Se la puede ver muy activa durante el caso Dreyfus, a través del “falso patriotismo” y el texto con el que el escritor Paul Léautaud acompaña su suscripción al Monumento Henry: “Por el orden, contra la Justicia y la Verdad”. El antisemitismo se difunde en la derecha: apoyado en la izquierda en Proudhon y Rochefort, se convierte en el credo de estos nacionalistas que, en los entornos de Édouard Drumont y Maurice Barrès, de la Ligue des Patriotes [Liga de los Patriotas] y de la Ligue de la Patrie Française [Liga de la Patria Francesa], y más adelante de Charles Maurras y la Ligue d’Action Française [Liga de Acción Francesa], hacen del judío el principal enemigo, la encarnación de lo anti-Francia, la causa eficiente de todos los males de la sociedad.

      Las ligas aparecieron en la década de 1860, en una fase más liberal del Segundo Imperio. Se trata de organizaciones políticas que priorizan la acción por sobre la elección (incluso hay ligas electorales a partir de la década de

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