La extrema derecha en Europa. Jean-Yves Camus

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La extrema derecha en Europa - Jean-Yves Camus

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de las masas en el juego político. (18) La Liga de los Patriotas, conducida por Paul Déroulède, hace culto tanto de la Revolución Francesa como de la nación. Su lema, a menudo imitado, es: “Republicano, bonapartista, legitimista, orleanista apenas son nuestros nombres de pila. Patriota es nuestro apellido”. Sin embargo, en su desarrollo pasa de la idea de liberar a Alsacia y Lorena a la de liberar al país: la regeneración nacional prima por sobre la venganza. Aunque Déroulède critica las instituciones parlamentarias, permanece en el campo republicano, junto con blanquistas y ex partidarios de la Comuna. Déroulède habla de “República plebiscitaria”, que implica la elección del Presidente de la República por sufragio universal y la consulta regular a la voluntad popular mediante “plebiscito legislativo”, otro nombre dado al referéndum. Junto con Déroulède, avanza una extrema derecha republicana y social (la fórmula que durante mucho tiempo utilizó Jean-Marie Le Pen –“derecha nacional, social y popular”– es perfectamente acorde con este espíritu). (19) Déroulède ofrece su poder de golpe al general Boulanger, a quien nada parece detener en 1887-1889. La crítica al parlamentarismo, las odas al pueblo y a la nación permiten que el boulangismo reúna desde realistas hasta antiguos de la Comuna. La negativa de Boulanger a dar un golpe de Estado sella la suerte del movimiento, liquidado por la represión judicial primero y por el suicidio de la figura del salvador en la tumba de su amante, después. El boulangismo muestra en su conjunto la cristalización de una corriente de extrema derecha, el nacional-populismo, y hasta qué punto no tiene sentido definir el extremismo mediante el criterio de la violencia. Sería confundir el fascismo y las extremas derechas. Sería deducir de los regímenes de extrema derecha lo que deberían ser los movimientos de extrema derecha.

      El nacional-populismo siguió siendo la corriente de referencia de la extrema derecha francesa, en particular gracias a los resultados electorales del Frente Nacional, que se funda en 1972, pero no logra triunfar en las urnas hasta una década después. Por cierto, el politólogo Pierre-André Taguieff importa la expresión a Francia precisamente cuando intenta comprender sus primeros logros electorales. (20) El nacional-populismo concibe el desarrollo político como una decadencia de la que solo el pueblo, que es sano, puede sanar a la nación. Al privilegiar la relación directa entre el salvador y el pueblo, más allá de las divisiones e instituciones parásitas acusadas de amenazar de muerte a la nación, el nacional-populismo reclama para sí la defensa de la gente de abajo, del “francés medio” de “sentido común”, frente a la traición de elites fatalmente corrompidas. Es el apologista de un nacionalismo cerrado, busca una unidad nacional mítica y es alterófobo (teme al “otro”, asignado a una identidad esencializada mediante un juego de permutaciones entre lo étnico y lo cultural, generalmente lo cultual). Une valores sociales de izquierda y valores políticos de derecha (orden, autoridad, etcétera). Así pues, si bien recurre a una estética verbal socializante, su deseo de unión de todos luego de excluir lo ínfimo, cuna de parásitos infieles a la nación, representa una ruptura total con la ideología de lucha de clases. Para lograr que coincidan nación y pueblo, efectúa permutaciones entre los distintos sentidos de la palabra “pueblo”. El pueblo es el demos, la unidad política; es el ethnos, la unidad biológica; es un cuerpo social, las “clases populares”; es la “plebe”, las masas. La extrema derecha nacional-populista juega con la confusión entre los tres primeros sentidos: un dispositivo como la “preferencia nacional” debe unificar al pueblo social, étnica y políticamente. La plebe se entrega a un salvador para que rompa el yugo y permita que el pueblo y la nación ejerzan su soberanía. Al desembarazarse de los parásitos, las masas se convierten en el pueblo unido. Es, pues, una ideología interclasista, que se jacta de los valores “terrenales” contra las “falsas intelectualizaciones”. El nacional-populismo se instaló en nuestra vida política hace ciento treinta años. El único sentido de remitirlo a la imagen del nazismo es, pues, despegarlo de la historia de la extrema derecha francesa; no hay ninguna posibilidad lógica de pensar que pueda desaparecer gracias a una fórmula mágica. Participa del sistema político francés de manera estructural.

      Además, el nacional-populismo se convirtió en un fenómeno de amplitud europea con la formación de varios partidos durante la década de 1970. Esta dinámica descansaba en tres dimensiones: el rechazo de los votantes al Estado de Bienestar (el Welfare State, según el modelo escandinavo, en general) y a un sistema fiscal considerado “confiscatorio”; el avance de la xenofobia, en un contexto de movimientos migratorios de una naturaleza considerada nueva –porque es extraeuropea– y, por último, el fin de la prosperidad vivida desde la posguerra, a partir del shock petrolero de 1973. Entre los partidos típicos de la primera dimensión, los dos precursores son el Fremskrittspartiet de Dinamarca, dirigido por Mogens Glistrup, y el Partido Anders Lange de Noruega, que lleva el nombre de su fundador. Dos partidos encarnan la movilización de los votantes contra la inmigración, al tiempo que también se vuelcan a posiciones económicas ultraliberales: por un lado, el Frente Nacional francés, que terminó penetrando electoralmente en 1983-1994, y un partido rejuvenecido y radicalizado, el FPÖ austríaco, que, bajo el estandarte de Jörg Haider, inicia a partir de 1986 una lenta y continua progresión, cuyo punto más alto se alcanza en 1999. En esa misma época, el flamenco Vlaams Blok comienza a dejar su huella en el campo político belga simbolizando, probablemente mejor que todas las demás formaciones europeas, la continuidad histórica con el nacionalismo de la primera mitad del siglo XX y a la vez una profunda modernización de los métodos de acción política.

      No obstante, durante el período de cristalización del nacional-populismo, este último está lejos de representar únicamente la efervescencia política. En la galaxia de las derechas de entonces, se destaca un movimiento, tanto por la coherencia de su doctrina como por el magisterio intelectual que ejerce hasta su disolución en 1944: Acción Francesa. (21) La revista L’Action française nace en 1898 con el caso Dreyfus: en ese entonces es nacionalista, antiparlamentaria, antidreyfusiana y republicana. Crece en 1889, cuando se suma Charles Maurras (1868-1952) y se convierte en portavoz del “nacionalismo integral” de este teórico. Dio su nombre al movimiento que comienza a estructurar en 1905 y se convierte en periódico de combate en 1908.

      Acción Francesa es una forma de neorrealismo mucho más apegada a la institución monárquica que a la persona de los príncipes, que la desaprueban. En su época, ni la Liga ni su mentor, Charles Maurras, fueron clasificados dentro de la “extrema derecha”. Representaba al “nacionalismo integral”, autoritario y descentralizador, que pone por encima de todo la noción de orden, incluso a costa de rebajar la religión católica –a la que concede gran importancia– al rango de mero instrumento de la sumisión de los individuos al orden natural, que Maurras definía a través de la razón (el empirismo organizador) y no de la mística. Se trata de que coincidan el “país real” y el “país legal”, de poner fin al individualismo para restaurar las comunidades y jerarquías naturales (familia, oficio), de lograr que retroceda el Estado jacobino para volver a las antiguas provincias. Acción Francesa es de extrema derecha por la condena inapelable de la democracia, la utopía de edificar una comunidad orgánica, la definición exclusivista de pertenencia a la Nación, por un antisemitismo feroz que encuentra su consecución en el estatus de los judíos implementado por el gobierno de Vichy (1940) y redactado por un maurrasiano, el ministro de Justicia Raphaël Alibert. Pero Acción Francesa y Maurras tienen influencia –y proyección futura– mucho más allá de la extrema derecha. Primero en la Resistencia, donde se encuentran el filósofo Pierre Boutang, el académico Pierre Renouvin y el teniente de navío Honoré d’Estienne d’Orves, el “coronel Rémy”, que pusieron el nacionalismo antialemán de Maurras y Bainville al servicio de la independencia de la Nación y no de su sumisión. Luego, entre los realistas que en la década de 1970 actualizan el pensamiento de Maurras dentro de Nouvelle Action Française [Nueva Acción Francesa], que apoya a la izquierda en 1981. Por último, políticos tan diferentes como François Mitterrand, René Pleven y Robert Buron –como recuerda Eugen Weber– “fueron influidos por su breve paso por los ámbitos de Acción Francesa”, (22) como muchos escritores ajenos a la acción política y a todo extremismo (algunos “húsares”, Michel Déon, Michel Mohrt). En el plano internacional, la influencia de Maurras se hace sentir desde el período post-1919 hasta la década de 1960. Probablemente sea en la península

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