La extrema derecha en Europa. Jean-Yves Camus
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Si estos pensamientos antiliberales pueden desarrollarse a fines del siglo XIX es porque responden a una transformación del sistema de las ideas. En Francia, el pacifismo está claramente en retirada a partir del caso Agadir, en 1911, que generaliza, en torno a la cuestión de Marruecos, la idea de que es inevitable una nueva guerra entre franceses y alemanes. Ese mismo año se publica Ênquete sur les jeunes gens d’aujourd’hui [Investigación sobre los jóvenes de hoy], libro que muestra que los valores en ascenso son los del orden, la disciplina, la nación, la práctica del culto, el deporte, la voluntad de acción. El libro está firmado por Agathon (seudónimo de Henri Massis y Alfred de Tarde) y se habla de “generación de Agathon” para describir a esta juventud lista para ir a la guerra y en ruptura tanto con el sistema liberal como con el carácter revolucionario socialista. (24)
En los años que preceden a la Primera Guerra Mundial se desarrolla una exacerbación de las tensiones tanto contra Alemania como entre franceses. Del otro lado del Rhin, el movimiento del romanticismo alemán desempeña en ese entonces un papel fundamental: se rechazan la razón y el cientificismo, en favor del folclore legendario y el mito de una Edad de Oro: el Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806). El Reich medieval, con sus principados feudales y sus corporaciones de oficios, representa a una Alemania ideal donde toda la sociedad habría sido organizada en un orden jerárquico armonioso. De este modo, el pangermanismo se legitima en la idea de reunir a todos los hombres de lengua alemana en el Segundo Reich (1871-1918), que ofrece a Alemania su poder pleno frente a las naciones occidentales. Allí se desarrolla una nueva pasión cuando en 1879 se expande el neologismo “antisemitismo”, que busca romper con el antijudaísmo para fundar una oposición racial y científica. La sangre, el suelo, la lengua: tal es la Trinidad que oponen los Völkischen al nacionalismo del contrato social. Völkisch es un término con fama de intraducible. Además de su dimensión mística, populista y agraria, significa “racista” (palabra francesa de raíz alemana) y a partir de 1900, “antisemita”. Los Völkischen son los adeptos al ideal del Blut und Boden (“Sangre y suelo”). La raíz volk significa “pueblo”, pero su sentido va más allá del de “popular”, en una acepción intrínsecamente étnica. Puede ser entendido como nostalgia folclórica y racista de una prehistoria alemana ampliamente mitificada. Esta corriente heterogénea tomaba sus referencias del romanticismo, el ocultismo, las primeras doctrinas “alternativas” (medicinas alternativas, naturismo, vegetarianismo, etc.) y, por último, de las doctrinas racistas. La reconstitución de un pasado germánico ampliamente mitificado alejó a los Völkischen de las religiones monoteístas, para intentar recrear una religión pagana, puramente alemana. Esta corriente nutrió fuertemente al nazismo, pero también fue la base de muchas reorientaciones nacionalistas en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, en corrientes tan variadas como el nacionalismo revolucionario, la nueva derecha o el neonazismo. (25)
Mientras se expanden las concepciones Blubo (contracción de Blut und Boden), Francia ve cómo se desarrollan nuevas ciencias, como la antroposociología y la psicología social, impregnadas de un racismo que es una especie de “sentido común” de la época y que durante mucho tiempo construye la creencia en una esencia “racial” de la Nación francesa. Al utilizar y deformar la teoría darwiniana de la evolución desde la óptica de la “lucha de razas”, Arthur de Gobineau y Georges Vacher de Lapouge teorizan acerca de la importancia de la selección de la especie. Su perspectiva higienista es seguida por Alexis Carrel y se mezcla con el mito ario, que también debe mucho al inglés Houston Stewart Chamberlain, promotor de la idea de que es posible crear una nueva raza. Se borra el mito de las dos razas francesas (el Tercer Estado que desciende de los galos y la nobleza, de los francos), que se establece desde comienzos del siglo XVIII, a favor de la idea, central en los escritos de Maurice Barrès y Édouard Drumont, de una “raza” francesa de sustrato intangible, corrompida por el elemento extranjero, en particular el judío. Esta doctrina concibe la pertenencia a la Nación sólo como una herencia y de sangre, y en consecuencia se opone absolutamente a la noción de ciudadanía contractual y voluntaria que funda la Nación republicana. El racismo, así revestido de una garantía científica, viene a legitimar al mismo tiempo la política de colonización actual con el apoyo de la izquierda parlamentaria, cuando decreta la inferioridad natural de los pueblos de color o de los árabes y reduce a los “indígenas” al rango de sujetos de derecho diferenciado en el marco del Imperio o de los departamentos de Argelia. Otra mutación importante: aquí también el antisemitismo racial poco a poco va suplantando al antijudaísmo teológico, aunque durante los últimos veinte años del siglo XIX este es relevado, con eficacia y virulencia, por el periódico La Croix. Este antisemitismo se encuentra también en los revolucionarios de izquierda –de todas las extracciones–, que alimentan en él una identificación permanente del judío con el capitalismo, el dinero y la usura haciendo síntesis, de este modo, del viejo fondo religioso y del socialismo.
El politólogo israelí Zeev Sternhell tiene mucha razón al afirmar que, a partir de esta época, la distinción que estableció René Rémond entre las tres derechas (contrarrevolucionaria, orleanista y bonapartista) ya no se sostiene: se está elaborando una síntesis de ellas, que junto con él podemos llamar “derecha revolucionaria” y que después se prolonga en los movimientos antidemocráticos de los años 1918-1940, y luego en la ideología de la Revolución Nacional de Vichy y –según Sternhell– en los fascismos. ¿En qué se apoya, entonces, esta “derecha revolucionaria”? En la modernización actual del continente europeo, la revolución tecnológica, la llegada al mercado electoral de las clases obreras. La “derecha revolucionaria” busca responder a las reivindicaciones de los estratos populares en cuanto a su estatus y sus condiciones de trabajo, y al mismo tiempo a la muy fuerte oposición al marxismo de buena parte de la clase obrera, que se encuentra, junto con otros componentes de la sociedad, en el culto a “la tierra y los muertos” de Barrès, especie de equivalente francés del Blut und Boden alemán. Crisis intelectual, rechazo del orden social establecido, con algunos caprichos revolucionarios y tonos anticapitalistas, dimensión populista que retoma la tradición plebiscitaria, justificación –incluso apología– de la violencia como modo de acción, pero también de regeneración individual y colectiva: tales son los rasgos más salientes de esta vía que proclama “ni derecha ni izquierda”. (26) Es esta derecha, junto con los antidreyfusianos, los maurrasianos, Georges Valois y Georges Sorel entre otras figuras, la que a comienzos del siglo XX da cuerpo a una radicalización que Zeev Sternhell considera como un fascismo, e incluso el primer fascismo.
Fascismos
Así, desde fines de la década de 1970, Zeev Sternhell opone a la idea de una cuasi ausencia del fascismo en Francia en beneficio de la santa trinidad de las derechas –y a la visión común de que el fascismo habría surgido en la Italia de la Primera Guerra Mundial– la concepción de que el fascismo provendría de la Francia de fines del siglo XIX. Sus trabajos reposicionan el debate sobre el fascismo francés, a la vez que rompen el yugo de lo que Ernst Nolte llama “la época fascista”, que transcurre entre la salida de una guerra mundial a la otra. Estas investigaciones, al sacar a la luz la particular alquimia del fascismo y la importancia de revisar tanto el marxismo en su fundación como el rechazo de fin de siglo a la herencia de las Luces, contribuyeron a desmarxizar y desitalianizar la historia del fascismo. En estos trabajos, la Primera Guerra Mundial no se concibe como la madre del fascismo, y este último es considerado como un sistema ideológico coherente y estructurado. Para Zeev Sternhell, el Estado fascista es “el Estado totalitario por excelencia y el totalitarismo, la esencia del fascismo”. (27)
Históricamente, es cierto que si bien Georges Valois (1878-1945), referencia importante en la reflexión de Sternhell, reconocía que Italia había dado al fascismo su nombre y sus maneras, nunca dejó de afirmar que esta ideología era la del nacionalismo de fin de siglo en Francia y que su fundador era Barrès, socialista nacionalista republicano y antiparlamentario que supo reunir a su alrededor a hombres de izquierda y de derecha. Pero, además de que existen