Hasta que pase la tormenta. Jane Porter

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Hasta que pase la tormenta - Jane Porter Bianca

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estoy pidiendo un favor.

      Era la única condición que había puesto cuando la ayudó a marcharse de Palermo, que un día tendría que devolverle el favor. Monet había pensado que Marcu nunca la necesitaría, que habría olvidado esa promesa.

      Pero, evidentemente, no la había olvidado.

      –No es buen momento para pedirme ese favor, lo siento.

      –Yo no estaría aquí si fuese buen momento.

      Monet miró hacia el enorme ventanal que ocupaba toda una pared. Unos copos blancos habían empezado a flotar al otro lado del cristal. ¿Estaba nevando?

      –Prometo hablar con Charles Bernard –dijo él entonces–. Lo conozco y estoy seguro de que no pondrá ninguna objeción. Y si hubiese algún problema, prometo ayudarte a encontrar otro trabajo en enero, después de la boda.

      Seguía siendo el mismo Marcu seguro de sí mismo, arrogante, contenido. Y, por un momento, ella se sintió de nuevo como esa chica de dieciocho años desesperada por estar entre sus brazos, en su vida, en su corazón. Pero habían pasado ocho años y, por suerte, ya no eran las mismas personas. Al menos, ella no era la misma chica ingenua. No se sentía atraída por él. No sentía nada por él.

      ¿Entonces qué era ese repentino escalofrío por la espalda?

      –No entiendo. ¿A qué boda te refieres?

      –La mía –respondió Marcu–. Tal vez no sabes que mi esposa murió poco después de que naciese nuestro hijo pequeño.

      Monet lo sabía, pero lo había borrado de su mente.

      –Lo siento –murmuró, clavando los ojos en el nudo de su corbata para no mirar el rostro que una vez había amado tanto.

      Había tardado mucho tiempo en olvidarse de él y no iba a permitirse ninguna distracción.

      –Necesito ayuda con los niños hasta después de la boda y luego todo será más fácil –siguió Marcu–. Solo te necesitaría durante cuatro semanas. Cinco, si las cosas se ponen difíciles.

      ¿Cuatro o cinco semanas trabajando con él? ¿Cuidando de sus hijos mientras Marcu se casaba de nuevo?

      –¿Eso incluye la luna de miel? –le preguntó, burlona.

      Marcu se encogió de hombros.

      –En enero tengo que acudir a una conferencia en Singapur, así que depende de Vittoria si quiere que esa sea nuestra luna de miel.

      –No puedo hacerlo, de verdad. Lo siento, pero ya te he devuelto el dinero que me prestaste, con intereses. Nuestra deuda está saldada.

      –La deuda está saldada, el favor no.

      –Es lo mismo.

      –No es lo mismo –insistió él–. No me debes dinero, pero estás en deuda conmigo por la situación en la que me pusiste cuando te fuiste del palazzo. Hubo muchas especulaciones, Monet. Te fuiste sin despedirte de tu madre, de mi padre o de mis hermanos. Me dejaste en una situación muy difícil y debes saldar esa cuenta. Yo te hice un favor y ahora eres tú quien puede ayudarme.

      Monet pensó que podría discutir tal afirmación, pero estaba segura de que él seguiría insistiendo. Marcu era inamovible. Incluso a los veinticinco años había sido un hombre de carácter, una fuerza de la naturaleza. Tal vez ese era su atractivo.

      Ella había sido educada por una mujer incapaz de echar raíces en ningún sitio, una mujer que no sabía crear un hogar o tomar decisiones responsables. Su madre, Candie, era impulsiva e irracional. Marcu era todo lo contrario; analítico, juicioso, reacio a los riesgos.

      Salvo esa noche, cuando la llevó a su dormitorio y la besó. Pero unos minutos después, su desdén le había roto el corazón. Apasionado y sensual en la cama, se había mostrado insensible y frío mientras hablaba de ella con su padre.

      Monet se había ido de Palermo catorce horas después, con una simple mochila al hombro. Tenía pocas cosas. Su madre y ella habían vivido de la generosidad del padre de Marcu y no pensaba llevarse ninguno de los regalos que le habían hecho.

      Tenía que irse, pero cuando llegó a Londres no podía dejar de pensar en Palermo. No porque echase de menos a su madre sino porque añoraba todo lo demás, la vida en el histórico palazzo, a los hermanos de Marcu y al propio Marcu.

      Durante el primer año pasó muchas noches en vela, recordando sus besos. Le dolía recordarlo y, sin embargo, era la emoción más poderosa que había experimentado nunca. Se había sentido… como si ardiese, como si estuviera envuelta en llamas. Marcu había despertado algo dentro de ella que desconocía hasta ese momento y su cruel rechazo le había roto el corazón.

      Había hecho todo lo posible para olvidar Sicilia. Había intentado apartar a la familia Uberto de su mente y, sin embargo, era la única familia que había tenido nunca.

      Pero necesitaba un trabajo desesperadamente y su padre, un hombre al que solo había visto un puñado de veces en su vida, le había presentado a una familia que necesitaba una niñera. Se había quedado con ellos hasta que los padres se divorciaron, pero encontró otro trabajo enseguida y luego otro. Por fin, decidió que no podía seguir siendo niñera para siempre porque tantas despedidas le rompían el corazón y decidió buscar trabajo en una tienda.

      Había empezado como cajera en el departamento de sombreros y guantes de Bernard’s, pero un día necesitaban personal en el departamento de novias y, una vez que subió a la quinta planta, no había vuelto a salir de allí. Algunos pensaban que era demasiado joven para ser jefa del departamento a los veintiséis años, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta porque, a pesar de su juventud, tenía estilo y buen ojo para las prendas de calidad. Claro que no era una sorpresa. Al fin y al cabo, era hija de su madre.

      –Podríamos ir a cenar y charlar tranquilamente –dijo Marcu, intentando animarla con una sonrisa–. Así tendrás oportunidad de hacer todas las preguntas que quieras.

      –Pero es que no tengo ninguna pregunta que hacer –se apresuró a decir Monet. No tenía intención de caer en sus redes de nuevo, de modo que se levantó, indicando que la conversación había terminado–. No voy a ser tu niñera, lo siento. Debo volver mañana a primera hora y aún tengo que encontrar un vestido de novia que se ha perdido –añadió, tomando aire–. Me gustaría poder decir que me alegro de verte, pero sería mentira y después de tantos años no tiene sentido mentirnos el uno al otro.

      –Nunca imaginé que fueses tan vengativa.

      –¿Vengativa? No, en absoluto. Que no esté dispuesta a dejarlo todo para cuidar de tus hijos no significa que tenga nada contra ti. Lo que me pides es absurdo, Marcu. Una vez fuiste importante para mí, pero eso fue hace muchos años.

      Él se levantó entonces, dominándola con su estatura.

      –Me hiciste una promesa, Monet. No puedes rechazarme hasta que me hayas escuchado. No conoces los detalles, no sabes cuál sería el salario, los beneficios…

      –Tengo un trabajo, Marcu –lo interrumpió ella–. Y no hay ningún beneficio en trabajar para ti.

      –Una vez nos quisiste. Solías decir que éramos la familia que no habías tenido nunca.

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