Hasta que pase la tormenta. Jane Porter

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Hasta que pase la tormenta - Jane Porter Bianca

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algo cuando te fuiste de Palermo? ¿Algo de lo que yo no sé nada?

      –No, no ocurrió nada.

      –¿Entonces por qué ese odio repentino hacia mi familia? ¿Te hicieron daño alguna vez?

      Monet no respondió enseguida. Los había querido a todos. Una vez, había soñado ser un miembro más de la familia Uberto, pero no pudo ser. No era uno de ellos, no tenía la menor esperanza de ser uno de ellos.

      Le escocían los ojos y tenía un nudo en la garganta mientras decía:

      –Tu familia se portó muy bien conmigo. Sabiendo quién era, me toleraron durante años.

      –¿Te toleraron? –repitió él, con el ceño fruncido–. ¿Estás enfadada conmigo o con mi padre?

      Aquello era precisamente lo que Monet no quería hacer. No quería revivir el pasado.

      –Da igual, no quiero hablar de ello. Yo no vivo en el pasado y tú tampoco deberías hacerlo.

      –Pero es que me importa. Y te recuerdo que estás en deuda conmigo, así que hablaremos más tarde, durante la cena. Ahora te dejo para que termines de hacer lo que tengas que hacer. Te esperaré abajo –dijo Marcu, antes de darse la vuelta.

      No se volvió para mirarla hasta que estuvo en el interior del ascensor. Sus ojos se encontraron entonces en un reto silencioso, interrumpido solo cuando las puertas del ascensor se cerraron.

      Marcu se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro. Había visto el brillo de reto en los ojos de Monet, su expresión desafiante. Había esperado cierta resistencia, pero aquello era ridículo. Monet Wilde debería recordar que estaba en deuda con él. Además, ella no había sido su primera elección como niñera.

      Él era muy selectivo, muy protector, y necesitaba a una persona de confianza para cuidar de sus tres hijos. Ni siquiera había pensado en Monet hasta que la última candidata salió de su despacho. Estaba disgustado, preocupado. No quería dejar a sus hijos con una extraña en Navidad.

      Ni siquiera había pensado en ella hasta que agotó todos los recursos. Su niñera, la señorita Sheldon, había tenido que volver a Inglaterra para atender a sus padres y él no confiaba en los desconocidos. Claro que, en realidad, no confiaba en mucha gente.

      Eso había sido un problema durante gran parte de su vida adulta. Esa tendencia a analizarlo todo, a desmenuzarlo todo, no era algo malo para un inversor, pero sí lo era cuando se trataba de su vida social. Se había visto obligado a ampliar su pequeño círculo de amistades para encontrar una esposa y, después de una serie de insoportables citas, por fin había encontrado a una mujer que le pareció adecuada, Vittoria Bonfiglio, una joven de veintinueve años. Pero necesitaba pasar tiempo a solas con ella y eso era imposible cuando la niñera de sus hijos estaba en Inglaterra con su familia.

      Y fue entonces cuando se acordó de Monet. No había pensado en ella en mucho tiempo, pero le pareció la solución perfecta. Siempre había sido estupenda con sus hermanos ¿por qué no iba a ser tan buena y paciente con sus hijos?

      Una vez tomada la decisión, pensó que sería relativamente fácil convencerla. Vivía en Londres y trabajaba en los grandes almacenes Bernard’s. No estaba casada. Podría tener un novio, pero eso le daba igual. La necesitaba durante cuatro semanas, cinco como máximo. Luego volvería a su vida normal, él tendría una nueva esposa y su problema con el cuidado de los niños estaría resuelto.

      No se le ocurrió pensar que Monet pudiera negarse porque estaba en deuda con él y necesitaba que le devolviese el favor.

      Monet seguía clavada en el sitio, sin saber qué hacer. Solo deseaba que se la tragase la tierra.

      Lo único que quería era volver a casa después del trabajo, darse un largo baño de espuma, ponerse un cómodo pijama y ver su programa favorito de televisión, pero pasarían horas hasta que pudiese hacerlo.

      Se volvió lentamente, mirando la planta. Durante años, aquel elegante y lujoso espacio había sido su hogar más que su apartamento. Era buena en su trabajo, sabía calmar los nervios de una angustiada novia y organizar a las que estaban abrumadas. ¿Quién hubiera imaginado que aquel sería su don, su habilidad?

      Hija ilegítima de una actriz francesa y un banquero inglés, había tenido una infancia inusual y bohemia. Cuando cumplió los dieciocho años había vivido en Irlanda, Francia, Sicilia, Marruecos y Estados Unidos.

      Pero había pasado más tiempo en Sicilia que en ningún otro sitio. Palermo había sido su hogar durante seis años, desde los doce hasta los dieciocho. Su madre había seguido viviendo con el aristócrata italiano Matteo Uberto durante tres años más, pero Monet no había vuelto a Sicilia. No quería saber nada de la familia Uberto y había rechazado ver a Marcu tres años antes, como había rechazado recibir a Matteo, su padre, cuando apareció en su casa con una botella de vino, un ramo de flores y un camisón rosa más apropiado para una querida que para la hija de su antigua amante. Fue esa visita lo que hizo que cerrase la puerta a la familia Uberto para siempre.

      No tenía nada en común con la familia con la que había vivido durante seis años. Sí, comían juntos, iban al cine, al teatro, al ballet, a la ópera. Compartían vacaciones en la playa y disfrutaban juntos de las navidades en el palazzo, pero en realidad Monet no era uno de ellos. No era miembro de la familia ni miembro de la aristocracia siciliana.

      No, ella era la hija ilegítima de un banquero inglés y una actriz francesa más famosa por sus aventuras que por su talento dramático y, por lo tanto, era tratada como alguien de segunda clase.

      Aunque había querido el amor y el respeto de Marcu, él había sido el primero en decepcionarla y Monet había jurado no depender nunca de nadie.

      Decidida a no seguir los pasos de su madre, había dejado atrás su pasado bohemio. Ya no era la hija de Candie. Ya no era vulnerable, no tenía que disculparse por nada ni pedir favores. Era ella misma, su propia creación. Al contrario que su madre, ella no necesitaba un hombre.

      Eso no evitaba que los hombres intentasen conquistarla. Se sentían intrigados por su estilo francés, sus generosos labios, sus ojos dorados y su largo pelo oscuro, pero no la conocían y no sabían que, aunque por fuera pudiese parecer una sirena, era una mujer formal y no le interesaban las aventuras sin importancia.

      No estaba interesada en el sexo y, por eso, a los veintiséis años seguía siendo virgen. Tal vez era frígida, pero le daba igual. No estaba interesada en etiquetas. Sabía que para la mayoría de los hombres las mujeres eran juguetes y ella no pensaba ser el juguete de nadie. Su madre, Matteo y Marcu Uberto se habían encargado de que pensara así.

      Capítulo 2

      UNA HORA después, cuando Monet por fin salió de trabajar, un coche negro esperaba frente a la puerta de los grandes almacenes. El conductor abrió un paraguas para protegerla de la nieve y, después de darle las gracias, Monet subió al coche, pegándose a la puerta para no rozar a Marcu.

      –¿Qué haces aquí exactamente? –le preguntó él mientras el conductor arrancaba.

      –Soy la jefa de la sección de novias, ya te lo he dicho. Ayudo a las novias a encontrar el vestido perfecto e intento que sus madres no las abrumen demasiado.

      –Una elección profesional interesante, ¿no?

      Ella

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