Más que una secretaria. Carla Cassidy
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Más que una secretaria - Carla Cassidy страница 3
–Angela y yo estamos deseando comprobarlo –replicó Hank.
–¿Angela? –Brody hizo una pausa–. Pensaba que tu esposa se llamaba Marie.
Hank sintió que la sangre abandonaba su rostro. Recordó demasiado tarde que cuando entró en tratos con Robinson estaba saliendo con Marie.
–Angela Marie –improvisó–. Utilizo indistintamente ambos nombres para llamarla.
–Debe resultar bastante confuso –dijo Brody–. Pero me da lo mismo cómo la llames mientras la traigas. Hemos invitado a otras dos parejas a unirse a nosotros. Va a ser una semana estupenda.
Tras charlar un rato más, los dos hombres se despidieron. Hank apoyó la espalda contra el respaldo del sofá y suspiró. Odiaba el engaño, pero él mismo se había metido en aquel lío y no veía otro modo de salir del atolladero.
Tomó el informe que Angela le había dado el viernes. No había tenido tiempo de mirarlo hasta ese momento, lo que le daba menos de veinticuatro horas para averiguar todo lo que pudiera sobre ella.
Angela llevaba dos años trabajando para él, pero, curiosamente, apenas sabía nada sobre su vida personal. Aunque también era cierto que hasta entonces no había tenido necesidad de preocuparse por ello. Era un empleada realmente eficiente, casi invisible, que realizaba las tareas necesarias para que el negocio marchara como era debido.
Frunció el ceño, sorprendido al descubrir que no podía evocar una imagen clara de ella en su mente. No estaba seguro de si sus ojos eran marrones o azules, aunque recordaba que tenía el pelo de color más o menos castaño y que normalmente lo llevaba un tanto revuelto.
Pero no lograba recordar sus rasgos, y lo único que le vino a la mente fue que siempre llevaba unos zapatos negros muy feos, pero con aspecto de ser bastante cómodos.
Al menos no tendría que preocuparse por la posibilidad de caer en la tentación de llegar a creerse su papel. Aquella discreta secretaria no era en absoluto su tipo, y eso hacía que fuera la mujer ideal para interpretar el papel de esposa.
Suspirando, se levantó y recorrió el cuarto de estar. No podía decirse que estuviera deseando que empezara aquella semana. Pasar siete días en un rancho aprendiendo cómo desarrollar una intimidad más profunda con una esposa falsa no era precisamente su idea de unas vacaciones.
Intimidad. Lo que toda mujer anhelaba y lo que todo hombre aborrecía. Hank no quería una mujer en su vida, que conociera sus pensamientos y compartiera sus sueños.
Había visto lo que el amor y la intimidad le habían hecho a su padre. La madre de Hank murió cuando este tenía cinco años, y durante toda su vida había visto cómo su padre construía un imperio de tintorerías a base de trabajar muy duro.
Pero hacía un año, Harris Riverton se había vuelto a casar y había dejado de ser el pujante empresario que siempre había sido para transformarse en un apacible señor al que nada le gustaba más que entretenerse trabajando en el jardín con su nueva esposa.
Y Hank no estaba dispuesto a perder su empuje y a dejar en segundo plano su trabajo por ninguna mujer.
Y hablando de mujeres… miró el reloj y vio que solo le quedaban quince minutos para ir a recoger a Sheila para su habitual cena de los domingos.
Una hora más tarde, Sheila y él estaban sentados a una mesa del Sam’s Steakhouse, el restaurante favorito de Hank. La decoración era bastante sosa, y el ambiente no tenía nada del otro mundo, pero las chuletas que servían eran enormes y estaban cocinadas a la perfección.
Mientras Hank cortaba un trozo de carne, Sheila picaba un poco de ensalada con gesto displicente. Estaba enfadada desde que él le había dicho que iba a estar fuera toda la semana por un asunto de negocios.
–¿Estás seguro de que no puedes volver a tiempo para la fiesta benéfica del viernes por la noche? –preguntó, cuando Hank ya estaba a punto de terminar su chuleta.
–Lo siento, cariño, pero será imposible. No podré volver hasta el domingo.
–Pero tú eres el jefe. ¿No puedes hacer que alguna otra persona se ocupe de ese negocio? Toda la gente importante de la ciudad asistirá a esa fiesta –la voz de Sheila, normalmente suave, se volvió quejumbrosa–. Tenía tantas ganas de ir… He comprado un vestido nuevo, e incluso había conseguido una cita en la peluquería de Pierre.
–Puedes ir a la fiesta sin mí –dijo Hank, preguntándose por qué no se había fijado hasta entonces en que los ojos azules de Sheila despedían el frío destello de una mujer acostumbrada a salirse siempre con la suya.
–Mustang está solo a dos horas de aquí. Podrías venir para la fiesta y volver a tu trabajo el sábado por la mañana –insistió ella.
Hank dejó el tenedor a un lado y apartó el plato.
–Lo siento, Sheila, pero ya te he dicho que esta vez no puede ser. Ya habrá otras fiestas a las que podamos ir.
Sheila dio un sorbo a su vino. Luego dejó la copa en la mesa y alargó una mano para apoyarla sobre la de Hank.
–¿Y qué va a hacer la pequeña Sheila sin su amorcito toda una semana?
Hank odiaba que le hablara como si fuera una niña idiota, y de pronto pensó que había muy pocas cosas de Sheila que realmente le gustaran.
Sin duda, tenía un tipo y un rostro que eran auténtica dinamita, pero también era caprichosa y exigente. Tenían muy poco en común y sospechaba que a Sheila le gustaba él más por su imagen y por el reto que representaba que por otra cosa.
Había llegado el momento de dar por terminado el período de tres semanas que había compartido con aquella atractiva mujer. En cuanto pensó aquello sintió un reconfortante alivio que lo hizo reafirmarse en su decisión.
Se pasó la servilleta por los labios, tratando de encontrar las palabras adecuadas para no herir los sentimientos ni la dignidad de Sheila.
–Eres una mujer preciosa y encantadora, Sheila, y he disfrutado mucho del tiempo que hemos pasado juntos –empezó.
–Me vas a dejar, ¿verdad? –el tono infantil se esfumó por completo de la voz de Sheila, dando paso a otro de auténtica rabia–. No puedo creerlo. Todos mis amigos me lo advirtieron, Hank Riverton. Me dijeron que no saliera contigo, que eras un rompecorazones profesional.
–Sheila…
–Tú espera, Hank –interrumpió Sheila, dedicándole una mirada fulgurante a la vez que se levantaba de la mesa–. Uno de estos días vas a entregarle tu corazón a alguna mujer. Vas a quererla más que a nada en el mundo, y espero que te lo arranque y lo haga pedacitos –tras aquellas palabras, dio media vuelta y se marchó del restaurante.
Hank reprimió una oleada de arrepentimiento mientras contemplaba el sexy balanceo del trasero de Sheila mientras se alejaba. Probablemente, habría sido una buena amante, pero no había llegado a comprobar su pericia en aquella faceta.
Aunque ella le había dado los indicios necesarios todas las noches que habían salido, él no había respondido. Sabía que Sheila habría interpretado el hecho de que se acostaran como un preludio al