Más que una secretaria. Carla Cassidy

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Más que una secretaria - Carla Cassidy Jazmín

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el momento adecuado para decirle a su jefe lo insatisfecha que estaba con su situación en la oficina, pero decidió no hacerlo. Esperaría al viaje de vuelta.

      Mientras salían de la ciudad, miró a Hank de reojo, comprendiendo que, probablemente, aún no se le había pasado del todo su tonto enamoramiento de adolescente. Aunque sabía que era un playboy aparentemente incapaz de mantener una relación duradera, no podía evitar sentirse alterada por su cercanía. Y eso la irritaba.

      Había algo en él que la hacía consciente de su propia feminidad, de la sexualidad que aún esperaba ser despertada. Tenía veintiocho años y todavía no la habían besado en serio.

      Claro que en el colegio había tenido sus citas, e incluso se había besado con algún compañero durante el último curso, pero la realidad de la enfermedad de su madre y de las necesidades de su hermano habían hecho imposible que se relacionara.

      Tenía veintiocho años y nunca había sentido la emoción de ser besada por un hombre adulto y experimentado. Y algo en Hank Riverton le hacía recordar su falta de experiencia.

      –¿Por qué estudia tu hermano en la universidad local si ha recibido tantas ofertas de otras? –preguntó Hank mientras entraban en la autopista que los llevaría a Mustang.

      Angela agradeció poder salir de sus inquietantes pensamientos.

      –Cuando llegaron las ofertas, mi madre estaba pasando una mala temporada. Está enferma del corazón y no sabíamos si iba a superar aquella crisis. Brian decidió que prefería estar cerca de casa.

      –Muy loable. ¿Y vuestro padre? ¿A qué se dedica?

      –Quién sabe –Angela reprimió el dolor y la rabia que siempre le producía pensar en su padre–. Nos abandonó cuando mamá estaba embarazada de Brian sin dejar señas en las que poder localizarlo.

      –Eso es algo que tenemos en común –dijo Hank–. Los dos hemos crecido en familias con un solo padre. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años.

      –Sí, lo sé –replicó Angela. Hank la miró, sorprendido, y ella continuó–. Averigüé todo lo que pude sobre ti antes de presentarme a la entrevista para el trabajo. Leí todos los artículos que encontré en revistas y periódicos.

      Hank le dedicó una sonrisa insegura.

      –Espero que no creyeras todo lo que leíste. Los periodistas tienden a exagerar, sobre todo en lo referente al dinero y al amor.

      Angela se ruborizó ligeramente.

      –He trabajado lo suficiente para ti como para saber que te va bien en ambos aspectos.

      Hank rio.

      –Eso depende de a quién se lo preguntes. Según mi contable, gasto casi lo mismo que gano, y tengo la impresión de que si le preguntaras hoy a Sheila lo que piensa de mí, no te diría precisamente cosas agradables.

      –¿Problemas en el paraíso?

      –El paraíso perdido –replicó Hank–. Rompí con ella anoche.

      –¿Debería llamar a la floristería? –preguntó Angela en tono burlón.

      –No, esta vez nos saltaremos la rutina habitual. Además, no me parecería bien mandarle flores a Sheila estando casado contigo –Hank sonrió y Angela sintió el magnetismo de aquella sonrisa recorriendo su cuerpo–. Y hablando de nuestro matrimonio, deberíamos discutir algunos detalles sobre nuestra boda.

      –¿Qué detalles?

      –Por ejemplo, si nos casamos con una ceremonia tradicional, o en un parque, o con un juez de paz. Si nuestro noviazgo fue un idilio arrollador, o si nos conocíamos de toda la vida…

      –Pues claro, fue un idilio arrollador –dijo Angela de inmediato–. Pero nos casamos siguiendo la ceremonia tradicional –cerró los ojos por un instante, visualizando la boda con la que siempre había soñado–. Nos casamos por la tarde, y la iglesia estaba llena de velas y flores. Yo llevaba un vestido largo blanco con encaje y botones de perlas; tú, esmoquin con una faja color rosa claro y pajarita.

      –Parece que has pensado mucho en ello.

      La voz de Hank sacó a Angela de las agradables imágenes que poblaban su mente. Fue como despertar en medio de un sueño agradable.

      –En realidad no –contestó. No quería que su jefe supiera lo a menudo que tenía aquellas ridículas fantasías–. Supongo que todo el mundo piensa alguna vez en cómo le gustaría que fuera su boda.

      –Puedo asegurarte que yo jamás pienso en mi boda.

      Angela sonrió irónicamente.

      –Y yo puedo asegurarte que no me sorprende. Tienes el corazón de un soltero empedernido –dudó un momento, mirando a Hank con curiosidad–. Ni siquiera estoy segura de que puedas interpretar el papel de un hombre casado durante toda una semana.

      Hank alzó una de sus cejas oscuras y sus ojos destellaron, desafiantes.

      –No me subestimes, Angela. Has trabajado conmigo el tiempo suficiente como para saber que soy implacable en lo referente a conseguir lo que quiero o necesito, y necesito que Brody crea que soy un hombre felizmente casado. Te aseguro que sabré interpretar mi papel. ¿Estás segura tú de poder interpretar el tuyo?

      Angela sonrió, segura de sí misma.

      –Después del tiempo que llevo trabajando para ti, ya deberías saber que soy muy eficiente. Si necesitas que me comporte como una esposa, eso es exactamente lo que haré.

      Hank rio, y su grave y desafiante risa resonó en los oídos de Angela, haciendo que se le encogiera el corazón.

      –Tengo la sensación de que vamos a pasar una semana muy interesante.

      Angela sintió que todo su cuerpo se acaloraba al oír aquello, y en ese momento supo que había cometido un gran error aceptando tomar parte en aquella locura.

      Durante la siguiente hora se dedicaron a inventar su vida juntos. Decidieron que habían pasado la luna de miel en el Caribe, que solían ir de vacaciones a Nueva York y que pasaban casi todos los viernes por la tarde jugando a las cartas con otras parejas de amigos. Cuando sintieron que todo había quedado claro, se quedaron en silencio. Al cabo de un rato, Angela apoyó la cabeza contra la ventanilla y se quedó medio dormida. Hank aprovechó la oportunidad para observarla.

      Lo había sorprendido. Cuando había llegado a su casa para recogerla y la había visto en brazos de su hermano, con el pelo rizado y suelto flotando en torno a sus hombros, había sido como ver a una desconocida.

      ¿Había tenido el pelo siempre tan largo, fuerte y brillante? ¿Por qué no se había fijado nunca en ello?

      Pero no era el pelo lo único que le había llamado la atención. Mientras hablaban en el coche, Angela lo había sorprendido con su ironía, su humor y unas agallas de las que nunca había hecho gala en el trabajo.

      La miró de nuevo, fijándose rápidamente en sus rasgos. No podía decirse que fuera una belleza. De hecho, ni siquiera era bonita. Tenía el pelo de un tono castaño bastante normal, y lo llevaba sujeto detrás de la cabeza con un pasador, como

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