Más que una secretaria. Carla Cassidy
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Hank sonrió, aunque pensaba que Angela se estaba pasando un poco. Dio un sorbo a su limonada, observando a su «esposa» mientras esta charlaba con Barbara.
Ella tenía razón, admitió, finalmente. No sabría qué hacer sin ella. Apenas se fijaba en su secretaria durante el trabajo, pero eso se debía a lo bien que llevaba todo. Estaba totalmente al tanto de sus citas y compromisos, siempre recordaba los nombres de las esposas y los hijos de sus clientes, se ocupaba de comprar los regalos para sus familiares y amigos en los cumpleaños…
Había tenido media docena de secretarias antes que ella, mujeres atractivas que parecían más interesadas en hacerse las uñas que en ocuparse de su trabajo. Sí, no sabía qué haría sin Angela, y esperaba no tener que averiguarlo nunca. No necesitaba una esposa, pero, sin duda, necesitaba una buena secretaria.
–Los primeros cinco años son los más difíciles del matrimonio –dijo Brody, distrayendo a Hank de sus pensamientos–. Si superas esos años, la relación se hace más fuerte y duradera –sonrió a su esposa con evidente amor–. Barbara y yo nos estamos preparando para celebrar nuestro treinta aniversario de boda.
–Eso es todo un logro –dijo Hank, sinceramente impresionado. Él no podía imaginar ni treinta días seguidos con la misma mujer.
–Hemos pasado juntos muchas tormentas, pero los problemas solo han servido para fortalecernos. No hay nada mejor para un hombre que amar a una mujer y ser correspondido por ella.
Barbara rio.
–Si no lo interrumpimos ahora, se pondrá poético durante horas, y estoy segura de que queréis refrescaros un poco antes de cenar –mirando a su marido cariñosamente, añadió–: ¿Por qué no los acompañas arriba mientras yo llevo los vasos de vuelta a la cocina?
Hank y Angela salieron con Brody del cuarto de estar y subieron la enorme escalera que llevaba a la segunda planta.
–Tiene una casa preciosa, señor Robinson –dijo Angela.
–Gracias, cariño. Lo cierto es que hemos invertido mucho trabajo en ella desde que la compramos… y por favor, llámame Brody –dijo el vaquero, entrando en la primera habitación que había a la izquierda del pasillo–. Vais a alojaros aquí –Angela y Hank lo siguieron al interior del bonito y amplio dormitorio–. Os dejo para que deshagáis el equipaje y os instaléis cómodamente –con una inclinación de cabeza, giró sobre sus talones y salió.
Hank miró la cama de matrimonio, cubierta con una bonita colcha verde. Era una cama muy pequeña. Como todo lo que hacía Brody era grande, había asumido que las camas serían igualmente grandes. Esperaba algo diferente a aquello.
Angela y él no habían hablado sobre cómo iban a arreglárselas para dormir. Era el único asunto que no habían dejado resuelto.
Cuando la miró, supo por su expresión que estaba pensando lo mismo que él.
Aparte de la cama, solo había un pequeño sofá en la habitación que pudiera servir de algo parecido a una cama, pero era demasiado pequeño para Hank. Se quedaría lisiado para toda la vida si tuviera que dormir en él.
–No vamos a compartir la cama –dijo Angela con suavidad–. Nadie tiene por qué saberlo.
Hank asintió y volvió a mirar el sofá. Luego miró de nuevo a Angela.
–Si me dejas la cama, te subo la paga a mil setecientos cincuenta dólares.
Angela miró el sofá un momento.
–Trato hecho –dijo, finalmente.
Hank le dedicó una sonrisa ligeramente forzada, sabiendo que aquella semana le iba a costar una pequeña fortuna.
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